¿Qué están haciendo con Camilo José Cela?
El gran Séneca nos decía, hace muchos siglos, en su lengua materna: «quinihil potest sperare, desperet nihil», o lo que es lo mismo, «El que nadapuede esperar, que no desespere de nada». Confieso aquí y ahora (a caballo entre el dolor, el enojo y la indignación) que no sin cierta ingenuidad por mi parte, algún mínimo atisbo de esperanza siempre albergué desde que Cela muriera. Esperanza, y digo bien, no porque creyera en una brillante gestión
por quienes oficialmente se hicieron cargo del legado que nos dejó Cela en su Fundación (que ya nos demostraron hace mucho tiempo que la buena estofa, si la tuvieron, supieron disimularla con el perfil del buen intérprete) sino porque (admito mi ingenuidad) llegué en ocasiones a pensar que por encima de todo, ni viudas ni lacayos se atreverían jamás a violar la última voluntad de un hombre como Cela quien, habiendo adquirido una deuda con la aldea que le vio nacer afirmaba: «mi fundación recoge mi legado en Iria Flavia y ahí deberá permanecer siempre».
Pero si he de ser sincero, esto ya se barruntaba, ya lo creo que se
barruntaba y si no, que cedan la palabra a ese grupo de impecables
trabajadores nutridos de conocimientos que con su labor callada han sido los únicos que han sostenido la Fundación hasta el momento y con cuyas agallas han tenido la gallardía de seguir sacando a flote el legado de Cela, mientras otros, impregnados de ineptitud, la han abocado a la quiebra.
Aquellas casas de los canónigos (abrigo del legado) en la que tanto Charo Conde como el propio escritor y el hijo de ambos fueron acondicionando con tanto esfuerzo e ilusión, hoy se ven amenazadas en sus entrañas y «desprotegidas» por la mano de su dueño, el único con autoridad en todo este teatro: Cela. El legado llora tinta, tinta negra y tinta roja, que como sangre de su autor clama al cielo por no salir de su ubicación. Si el legado saliera de Iria Flavia, mi maestro se revolvería en su tumba (si es que ya no lo ha hecho) y quizá como la momia de Tutankamon, alguna maldición caería contra las conciencias de los que osen sacar ni una sola hoja de ese «mausoleo» de sabiduría. Los mismos que absurdamente afirmaron que dijo el moribundo Cela: «¡Viva Iria Flavia!», hoy se sientan en «el banquillo», el peor «banquillo» sobre el que se podrían haber exhibido jamás: ante el pueblo de Galicia, ante la opinión pública española y ante quienes seguimos respetando la figura y la obra de Cela y que haríamos todo cuanto estuviera en nuestras manos para que ésta siga impoluta y en Padrón.
Algún paremiólogo recurriría en estos momentos (más que nunca) al saber popular, como ya lo hiciera Cela en su Dicatadología, para explicar tamaña situación: «Quien bien siembra, bien recoge», y está claro que la cosecha no les ha sido fructífera a estos «cosecheros fundacionales», muy probablemente porque aquel grano destinado a germinar, fue comido antes que sembrado.
Recordemos que Cela, teniendo potestad para designar «presidenta» antes de morir, convino en no hacerlo y ahora vemos que los genios, muy probablemente se adelanten al futuro.
Menos mal que todavía nos queda una persona sensata en todo este entramado «cela», me estoy refiriendo al hijo del padronés, el catedrático Camilo José Cela Conde, que apuesto con firmeza (porque lo conozco bien), a que seguirá conservando la memoria de su padre a través de otra Fundación, «Charo y Camilo José Cela». Hacer que la memoria de nuestro Premiado con el Nobel de Literatura retorne al lugar de donde no debió salir jamás es el gran propósito de unos cuantos, entre quienes un servidor (con humildad) se encuentra.
Gaspar Sánchez Salas *Ex secretario personal de C.J. Cela.
TIERAS DE SANTIAGO, 15/06/10
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