Portadores del gen de la alegría.

Publicado por Luis Angel Sabariz Rolán en

Elías, Víctor Manuel y Desirée, en la fiesta celebrada el pasado lunes en Pontecesures.

«O sorriso dun neno non hai quen o pague», dice Elías

Cuando Elías Sanmarco se incorporó (hace de ello ya más de veinte años) a su puesto de conserje en el colegio de Pontecesures, no se imaginaba lo que se le avecinaba. Durante un tiempo cumplió con todas sus obligaciones y, como suele ocurrir cuando se trabaja rodeado de niños, echó una mano aquí y otra allá en actividades que no le competían directamente. Fue así como un día se encontró vestido de payaso. «Había unha festa, e contrataramos a un paiaso, pero non chegaba. Entón eu collín un disfraz que tiña do entroido e púxeno». Los niños para los que cantó, bailó e hizo bromas acabaron encantados. Y él también. Tanto, que descubrió que de mayor quería ser payaso. Y como ya tenía los años cumplidos, se puso manos a la obra. «Primeiro creei o grupo Monopatín», recuerda. Después llegaron Eli y sus amigos. Y al final, El show de los payasos, que ya lleva muchos años triunfando allá donde va.
«Este é o traballo máis gratificante que hai no mundo. O sorriso dun neno non hai quen o pague», cuenta Elías. ?l tiene muchas cosas valiosas en su vida. «Estou casado cunha muller marabillosa que se chama Elvira», cuenta. Y su voz tiembla de orgullo cuando habla de sus dos hijos, Víctor Manuel y Desirée. ?l tiene 17 años. Ella 11. Y ambos forman parte desde pequeños de la gran familia de payasos que se ha ido formando alrededor de su padre.
El mayor, Víctor Manuel, comenzó encargándose de poner la música, «pero un día animouse» y decidió convertirse en uno de los muchos personajes -desde el Pato Donald hasta Bob Esponja- que acompañan a la cabalgata de payasos en su recorrido. La pequeña, Desirée, lleva el mundo del espectáculo en las venas. «Ela é moi imaxinativa. Como está ao tanto do que lle gusta aos rapaces, sempre nos axuda a escoller novos personaxes», cuenta el orgulloso padre de familia, al que le encantaría que sus retoños pudiesen vivir de hacer reír a los más pequeños. «Pero non creo que iso poida ser». Y es que, aunque los niños de Viveiro conocen al pie de la letra las canciones de este grupo, ser payaso es un pasatiempo adictivo. Un virus que se transmite de padres a hijos. Un gen que, tal vez, todos llevamos dentro, pero que solo los más valientes se atreven a sacar a la luz.
El palo de esta historia es Elías, un hombre de 49 años que descubrió, por casualidad, que de mayor quería ser payaso y hacer reír a los más pequeños.
Con 17 y 11 años, son la segunda generación de esta saga.

LA VOZ DE GALICIA, 22/05/11


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