Los manles tienen que caer sobre el cereal con orden y concierto. Los hombres se sitúan en dos filas, frente a frente, y golpean de forma alternativa, «primeiro os dun lado, logo os doutro». Todos deben dejar caer el «pérdago» en el mismo momento.
No, no se engañen. Los niños de hoy no son tan distintos a los niños de ayer. Los que hemos cambiado somos nosotros, los que hemos crecido y les hemos comprado consolas y videojuegos para aplacar ese espíritu infantil que quiere aire libre, carreras, rodillas arañadas y uñas ennegrecidas. Ese espíritu juguetón se escapa cada vez que puede: en cuanto encuentra un hueco se cuela, se libera, y permite a los niños ser niños. Los abuelos son grandes aliados de esa infancia perdida que busca su espacio. En Valga lo saben. Y por eso llevan cinco años acercando a los vecinos más jóvenes a los que peinan más canas. Así nacieron los encuentros intergeneracionales que, articulados sobre tareas propias del campo, permiten tender puentes hacia un pequeño país de nunca jamás en el que el tiempo no pasa. En el que la malla del trigo y las panderetas siguen teniendo su sitio.
Voces de siempre
Y las voces. Las voces de un grupo de mujeres, curtidas y tamizadas por el tiempo, también caben en ese aleph borgiano en el que ayer se convirtió al pabellón de deportes del colegio Ferro Couselo. Allí, pasado, presente y futuro formaron una unidad. Ayer, en la cancha de deportes, José Burés dejó de tener noventa y tantos años y volvió a ser aquel joven aguerrido que se estrenaba en la malla al lado de su padre. Y Olga cantó y tocó la pandereta como lo hacía, allá en los tiempos de la guerra, a la sombra de unos árboles, apurando las horas hasta que a las nueve de la noche «chegaba a Garda Civil e arreábamos todos para casa».
El futuro
Ahora, aún son un buen puñado las valguesas que se animan a coger una pandereta y desempolvar letras del pasado. «Son moreniña e máis ben/tamén o trigo é moreno/ e máis o pan sabe ben», cantaban ayer algunas de ellas. Si lo hubiesen ensayado no les habría salido mejor. Pero no necesitan practicar: el talento les viene de antiguo. «Xuntámonos para estas trangalladas. E gústanos, pasámolo ben», confiesan en un alto para tomar aire. No descansan demasiado tiempo. Y si paran, enseguida les dan el relevo las niñas que esperan ansiosas para poder demostrar su salero con la pandereta. Una de ellas, Uxía, lleva su nombre bordado en una bolsa especial para portar el instrumento. Es una señal de los nuevos tiempos, que no siempre tienen que ser malos.
Comienza la faena
Rodeando el montón de paja que esperaba para ser mallado, varios vecinos entrados en años revisaban sus armas de guerra: los manles. La batalla que se iba a librar nos la resumía un grupo de rapaces que seguían atentos los preparativos. «Trátase de mallar o cereal para sacar o gran», explicaban al unísono Matías, Pablo, Diego, Juan y, de nuevo, Pablo. A todos les gusta que la tradición de la malla haya entrado en su colegio. «? moi interesante e permítenos coñecer os tempos pasados», sentencian. En sus planes -quieren ser arquitectos, o químicos, o diseñadores de videojuegos o policías- no entra el trabajo agrícola. Pero saben que en Valga la tierra tira mucho. «E é importante que teñamos esa cultura», sentencian con una madurez inesperada en unos ojos que solo llevan diez años mirando el mundo.
Al otro lado
Quienes levantan el manle y lo dejan caer sobre el trigo se van turnando. «Teño 7-7, e xa bastante mallei», comenta Bienvenido después de ejercitar sus músculos con un trabajo que le recuerda a su juventud. «A malla, daquela, era unha festa», apunta José, que también anda por allí. Había música y comida, mucha comida, porque «os homes de antigo ían desgastados. Cada día mallábase nunha casa e tiñan que comer, e comer ben, para manterse». Y para mover los manles con energía y con ritmo -ayer el ritmo no siempre se respetó, la orquesta no estaba «acaída»-. Si los abuelos de Bienvenido, José o Ramón comían «boas tortillas de rixóns e cocido» y se hidrataban a base de caña, ayer el menú fue más ligero. Tras «levantar a eira» y dar forma a un palleiro con esqueleto humano, se degustó un poco de rosca. Y los mayores de edad, Sansón.
La Voz de Galicia