Si hubiese cuajado la primera propuesta, Carolina Otero sería hoy una mujer mucho más conocida en Galicia, pero los cuatro socios que sacaron adelante el proyecto de abrir una sala de fiestas en Pontecesures, hace 35 años, se percataron, por los comentarios escuchados, que llamarle La Bella Otero podría dar lugar a equívocos, polémicas y controversias, y descartaron la idea de su exalcalde José Piñeiro Ares.
Tampoco su ubicación fue la que habían estudiado inicialmente, porque de haberse decidido por la primera, estaría a un paso de la casa Museo de Rosalía de Castro, en Padrón, pero no llegaron a un acuerdo con el dueño del terreno. Ni la segunda, porque el solar elegido se encontraba en terrenos de Pontecesures y Valga, con el consiguiente riesgo que supondría de verse en la obligación a cumplir dos ordenanzas que podrían ser contrapuestas.
«No voy a sacar mi chaqueta para dársela al vecino», le dijo el secretario de uno de los concellos a los hermanos Manuel y Jaime Besada y a sus cuñados José Villanueva y Juan Sousa, los promotores de la iniciativa.
Apertura. Se decidieron por Pontecesures, y en diciembre de 1978 cortaron los pinos de la finca que habían adquirido. Contrataron a un capataz jubilado, la obra comenzó en enero de 1979, trabajaron de la mañana a la noche, empresas especializadas se encargaron de la decoración, la instalación eléctrica, el sonido y los interiores, y lograron que octubre abriese sus puertas.
Era una época de expansión marcada por la inauguración de La Condesa, en Caldas de Reis, Dafnis y Cloe (Poio), Saturday (Vilaboa), Canelas (Portonovo) y Brais (actualmente La Luna), en San Vicente de Cerponzóns.
Con la forma del cajón de una guitarra, 2.000 metros cuadrados de superficie, cuatro barras y dos niveles, la sala de fiestas Chanteclair hacía su irrupción en el panorama de la diversión galaica. Se consumían barriles de vino tinto, callos y pulpo mientras actuaban las orquestas. Era el reflejo de una idiosincrasia que iba a experimentar una rápida transformación.
La respuesta superó las mejores expectativas de sus propietarios, Una flota de 23 autobuses recorría buena parte de las provincias de Pontevedra y A Coruña trasportando a los clientes y evitándoles el trance de conducir por unas sinuosas y empinadas carreteras a quienes tenían un coche, que en aquella época eran los menos, y no pocas veces tuvieron que pagar un taxi y acompañar a alguna chica que se despistó en los baños y darle explicaciones a sus padres.
Además de evitar el riesgo que supondría conducir después de una noche de marcha y algunas copas en el cuerpo, el transporte colectivo también permitió a no pocos aprender algo de geografía y darles la oportunidad de prolongar las relaciones nacidas entre baile y baile.
El trato a los clientes fue un pilar fundamental, junto con la originalidad de sus campañas publicitarias, para lograr que todos los fines de semana pasasen por la sala en torno a 4.000 personas. Un reclamo inédito hasta entonces, y que no ofreció ninguna otra, fueron los sorteos de viajes en helicóptero, desde la explanada situada delante de la discoteca hasta Santiago, o el de coches.
Los camareros se limitaban a recoger vasos y botellas porque les resultaba imposible desplazarse por la sala con las consumiciones sobre las bandejas. Más de 40 personas tenían empleo durante los fines de semana en Chanteclaire, que llegó a contar con una parada de taxis propia, y cuyo tirón fue aprovechado para abrir bares en sus cercanías.
Pero la propuesta que refleja el carácter familiar que quisieron darle fueron los sorteos de viajes que se celebraban todos los fines de semana y que los agraciados compartían con algunos de los dueños de Chanteclair, que también tenían que hacer de tutores, porque alguno de ellos era menor de edad. La fortuna permitió a 648 clientes conocer Tenerife, Mallorca, O Algarve, la Costa Brava o Benidorm, destinos que parecían entonces lejanos y exóticos.
En 1992, la sala fue dotada del último modelo de rayo láser, poco después de que hubiera sido presentado en la Expo de Sevilla. Alcanzaba una altura de seis kilómetros y podría verse a 20 kilómetros de distancia.
Chanteclair también fue el escenario de acontecimientos inéditos en una discoteca, entre ellos el Enterro da Lamprea, para el que fueron contratadas 200 lloronas de Cangas y Marín, demostrando que era posible compaginar la diversión con la promoción de un producto de la localidad y una seña de identidad cultural.
Los Pecos. Albano, Tequila, Rocío Dúrcal, Manolo Escobar, Enrique y Ana, Los Marismeños o Los Pecos cantaron en Pontecesures, y por la sala de fiestas también se dejaron Camilo José Cela y los expresidentes de la Xunta Manuel Fraga y Gerardo Fernández Albor.
Cuando Fidel Castro visitó Galicia, una cuña publicitaria recordaba en la radio que Fraga ya sabía qué era Chanteclaire, cuyas puertas estaban abiertas por si quería invitar al comandante a un cubalibre en Pontecesures.
Cerradas las grandes salas de fiestas, y tras un breve paréntesis, uno de los socios fundadores, Manuel Besada, y Josecho Villanueva, hijo de otro de los pioneros, José, se pusieron al frente para que la fiesta continúe con la fórmula de siempre: grandes orquestas y sesiones de discoteca. El viernes, día 5, comenzará una nueva etapa, con El Combo Dominicano, la orquesta Jerusalén y los DJ Marcos Magán y Alex Sas como protagonistas.
Diario de Arousa