PADRÓN Un nuevo escándalo que involucra a Kiko Rivera, Paquirrín, ha puesto en el foco de la crónica rosa a Padrón y Pontecesures. Según relató el periodista Pepe del Real en el programa de Ana Rosa de Telecinco, Kiko Rivera salió de madrugada de la discoteca Chanteclair de Pontecesures, donde había actuado como Dj, «se van al hotel en una furgoneta y ven bajarse a una chica rubia, bastante despampanante, que venía animada, a Kiko y un amigo de él. Entran y van a su habitación… Pero la cosa no terminó ahí. La sorpresa llega a las cinco y media de la mañana cuando el marido de la chica rubia llega al hotel aporreando la puerta, diciendo que si no sale su mujer llama a la Policía Local porque personas que estaban con ella le habían dicho que no estaba en condiciones. Esto hace que la recepción del hotel llame a la habitación y consiguen que baje». Tras darse a conocer la información, Kiko Rivera desmintió que la chica estuviera con él, sino con su amigo. Por su parte, su mujer Irene Rosales, se mostró muy enfadada :»Yo solo voy a decir una cosa: a la chica la demanda le llegará, sino es por parte de mi marido será por la mía, pero le llegará».
Nunca olvidaré la noche que cené con Manolo Escobar en la discoteca Chanteclair de Pontecesures.
Yo había descubierto un par de años antes la macrosala cesureña y había
quedado fascinado por aquel mundo castizo de las tardes de domingo,
cuando decenas de autobuses llegaban hasta la desembocadura del Ulla
desde las aldeas más remotas y dejaban expediciones de jóvenes y
adolescentes ansiosos por convertir el final de la semana en una fiesta
de música, baile y mucho amor.
Chanteclair era una fuente segura
de reportajes y por allí me acercaba cada vez que la ocasión lo
requería. Recuerdo haber entrevistado a Miss Cacaolat (entonces existían
esas cosas), una rapaza muy graciosa que me contaba que sus amigas,
cuando un muchacho les pedía bailar, le preguntaban, antes de dar el sí,
por una cuestión fundamental: «¿Cántas vacas tes?».
En otra ocasión, entrevisté a los dueños, que
siempre iban vestidos como mariachis, pero sin sombrero. En mi mundo
ideal de profesor de Literatura, pensaba que lo de bautizar con el
nombre de Chanteclair una discoteca tenía un origen culto y medieval,
que provenía, en fin, del gallo Chanteclair de los Cuentos de Canterbury
de Sir Geoffrey Chaucer. Pero los propietarios del local me devolvieron
a la realidad dura y primaria del universo macrodiscotequero. «¡Qué
galo ni qué galiña!, el nombre viene de un puticlub del Líbano que
conocimos cuando navegábamos en mercantes».
Asiduo de Chanteclair era Pepe Garalba, el rey de
los concursos de misses, y cada mes había un concierto de categoría.
Uno de ellos, el más grande, lo protagonizó Manolo Escobar, que cantó en
la discoteca una noche de domingo y vino desde Lavacolla sin tiempo
para cenar. Habíamos concertado una entrevista con él y nos reunimos en
una especie de subterráneo que había bajo el escenario, donde los
empresarios de aquel palacio de la felicidad imposible, la del domingo
por la tarde, tenían su ambigú privado con un cátering inexplicable:
bocadillos de mortadela y quintos de Estrella Galicia.
No sé qué me descolocó más, si la mortadela o los quintos, pues bien
sabido es que Galicia es el único lugar de España donde pides una
cerveza y te ponen un tercio, no un quinto. Pero todo funcionó como la
seda: tras culminar su actuación cantando a su carro robado, Manolo
Escobar comió hambriento su bocata mortadela y me atendió cariñoso
mientras un servidor, que ya había cenado, porque a Chanteclair había
que ir cenado, hacía la entrevista y mordisqueaba el fiambre para no
hacerles un feo a los jefes de aquel emporio de inspiración libanesa.
Un tesoro para las crónicas
Las
discotecas rurales gallegas eran un tesoro de crónicas periodísticas.
Recuerdo otra noche memorable con ribetes de novela negra y protagonista
más propio de Berlanga que de Raymond Chandler. Resultó que me habían
dado el soplo de que por Caldas de Reis funcionaba un laboratorio de
pastillas de speed. Investigué el caso y descubrí que el material se
repartía en una discoteca de A Escravitude, situada en medio del campo,
junto a la estación de ferrocarril, los sábados por la noche.
Quise confirmar los datos antes de escribir y llamé al cuartel de la Guardia Civil,
donde se extrañaron mucho pues no conocían nada del caso. Pero me
hicieron una propuesta que no pude rechazar. Los guardias prepararían un
operativo para la noche del siguiente sábado y yo iría por allí y
podría asistir en exclusiva a la acción y contarla en La Voz de Galicia.
Consulté con la autoridad periodísticas y acepté el trueque. El
problema es que yo no tenía ni idea de cómo se debía vestir un
pastillero y no se me ocurrió otra cosa que disfrazarme con una
gabardina verde y aparecer de esa guisa en la discoteca de A
Escravitude. Así que allí estaba a la una de la madrugada del sábado al
domingo, paseando por la sala con la gabardina puesta, ya que no había
guardarropa, observando para contarlo y constatando que allí no pasaba
nada salvo que de los grifos de los baños no manaba agua con el fin de
que la clientela se gastara una pasta en caros botellines de agua
minetal, pues todo el mundo sabe que las pastillas alucinógenas dan
mucha sed.
A mí, aquella experiencia lo que me estaba dando
era mucho sueño. Me mantenía despierto a base de cocacolas, que eran más
baratas que el agua, y reparaba en que aquel friki con gabardina, o
sea, yo, provocaba curiosidad y comentarios en los grupos de jóvenes que
había en la discoteca. El caso es que me harté de dar vueltas y a las
tres, volví a casa. A la mañana siguiente, llamé a la Guardia Civil para
manifestarles mi extrañeza por no haber asistido a ningún operativo.
También para pedirles disculpas por haberles informado de manera
equivocada.
Al otro lado del teléfono, un sargento me aclaró
lo sucedido: «Sí que hubo operativo, pero no pudimos llevarlo a cabo
hasta que usted se marchó. Vestido con gabardina y paseando por la
discoteca, todo el mundo pensó que era usted policía y no sacaron las
bolsas de pastillas hasta que no desapareció».
Cómo echo de menos
aquellas macrodiscotecas rurales donde convivían Miss Cacaolat, Manolo
Escobar, los pastilleros y la Guardia Civil mientras un servidor lo
observaba todo comiendo bocadillos de mortadela.
«¡Qué galo ni qué galiña!, lo de Chanteclair viene de un club del Líbano»
La Guardia Civil haría un operativo en la disco de A Escravitude y yo podría contarlo.
El miércoles 31 de octubre, alrededor de la fiesta de Halloween, la discoteca Chanteclair de Pontecesures (Pontevedra) abre su nueva temporada con Italobrothers, «referente del remember que estará acompañado con los Groove Amigos (Galicia), con el número uno del remember gallego DJ Goro y con el anfitrión de Pure Blvck el joven Blvck que ya actuó en salas como Edén Ibiza y Octan Torremolinos», aseguran en el comunicado los promotores del evento. «Y como residente de la fiesta y encargado de calentar el ambiente estará a los platos DJ Bert». El precio de la entrada en la venta anticipada es de siete euros más gastos de distribución (sin copa) y de diez euros (más g. d.) con copa. Y la tarifa de entrada en taquilla se fija también en diez euros.
Un vecino de Rianxo acaba de ser condenado por la Audiencia Provincial de Pontevedra a dos años de cárcel por un delito de tráfico de drogas. Los hechos juzgados ocurrieron, sobre las 02.15 horas, el 17 de noviembre del 2013 cuando varios agentes de la Guardia Civil sorprendieron al condenado en el exterior de la discoteca Chanteclair, en Pontecesures, portando en un bolsillo interior de su chaqueta dos bolsas de plástico que contenían droga.
En una de las bolsas había 2,7 gramos de anfetamina (de un riqueza del 42,75%) distribuidos en cuatro envoltorios plásticos. En la otra se encontraron 8,8 gramos de MDMA (la pureza era del 62,76%), una sustancia que popularmente es conocida como éxtasis, que estaban repartidos en 28 envoltorios.
Hechos probados
La sentencia recoge en su apartado de hechos probados que «toda la sustancia aprehendida estaba destinada por el acusado para su venta a terceras personas, y a su vez a sufragar su propio consumo, ya que el imputado es adicto a ciertas sustancias estupefacientes y dependiente de múltiples drogas, encontrándose sujeto a programas de rehabilitación de su adicción». El precio de mercado de las drogas requisadas asciende a 400 euros.
Hay que decir que el condenado no ingresará en prisión al no tener antecedentes.
La fiesta será mañana en la sala Chanteclair de Pontecesures.
El sábado. A partir de las 00 h. 15 euros. Chanteclair. Pontecesures. La productora Atiné se ha propuesto revivir el espíritu de la mítica discoteca Octopus y ha programado para mañana una fiesta tecno que contará con cuatro dj?s internacionales, encabezados por el alemán Alexander Kowalski.