Son casi cinco lustros, casi un cuarto de siglo, que se dice pronto, los que lleva acudiendo Montse Custodia Llerena al mercado de Carballo con la Churrería Delicias. Es por ello que, aunque vecina de Pontecesures, dice que un poco carballesa ya es también: «En realidade, son de todos os lados, porque me teño que mover por media Galicia», afirma. Más bien Galicia entera: recorre los mercados de A Coruña, Pontevedra, Ourense, Lugo… Por citar algunos. Entre pedidos de «media ducia» o «un euro de churros», cuenta que heredó el oficio de sus padres. Ya ellos acudían a Carballo, en su tiempo. «Eles dicíanme que estudase, pero eu non quixen, e seguín con isto. Hoxe pesoume non ter estudado, claro», confiesa Montse.
Aunque no los aparente, tiene 50 años, y empezó con los churros hace cosa de 30. Se la ve feliz en su trabajo. Concluye que sí lo es («non vou dicir que non») y, además, los clientes agradecen su carácter afable y su trato:
-«Aí van, cariño», le entrega la bolsa a una compradora. Ríe.
Montse es de esas personas que no agrían los días, que contagian sonrisas. Eso no quita que no haya tenido sus cosas ni que, de volver atrás, no hubiese optado por alguna de las disciplinas que le gustaban: veterinaria, por un lado, y abogacía, por otro: «As leis». Su oficio actual, dice, puede parecer bonito de puertas hacia fuera, pero lo define como «moi duro» y «moi escravo»: «Colles moitas molladuras, mil e unha, hai que montar e desmontar… E non é só desmontar, ou viaxar, senón que hai moito que limpar». Después está lo de tratar de cara al público, lo de saber llevar a la gente, cada persona con sus gustos.
Eso, continuamente. Los viernes, por ejemplo, no tiene mercado, pero sábados y domingos sí y, de hecho, son los días que más trabaja. «O domingo non podo ir á misa, non», bromea. Conoce el sector desde antes de los 20 años y dice que la cosa ha caído «en picado». No son las ventas ni las ferias de otro tiempo, pero afirma que eso no es algo que pase solo en Carballo, sino que es general. Cuando hay crisis, afirma, hay crisis para todo, «e aínda que non o pareza, a xente deixa de gastar un euro nos churros, un euro nótase». Del otro lado, frente a la reducción de demanda, ha crecido asimismo la oferta, por lo que todo contribuye.
Aun así, los churros son un manjar de siempre, que va pasando de generación en generación, de esos que los niños que vienen seguirán pidiendo: «Eu penso que isto é algo que non cansa. Non é algo que comas hoxe e que teñas que deixar pasar días para volver comelos, como pasa con outras cousas».
Acudir desde Pontecesures a Carballo le lleva «unha hora escasa», pero las jornadas de trabajo suponen levantarse a eso de las cinco y media de la mañana. A primera hora, hay que tener todo listo para el arranque del mercado. Después de tantos años, dice que, también en Carballo, hay ya algunos clientes fijos, de cada jueves. «Están buenísimos», detalla Montse Custodia sobre los churros que vende. Es más, ella tiene su propia teoría, y así se lo ha dicho ya al mismísimo Gayoso: «? falso que os churros engorden». Matiza después la idea al añadir que, a su juicio, lo que hay que adquirir es un «hábito de saber comer». Pone su ejemplo. Por regla general, y salvo contadas excepciones, todos los días desayuna con un par de churros, «e mira que tipiño teño», ríe. Sus hijos igual, «e están así», dice, gesticulando para hacer ver que delgados. Abunda: «Se eu almorzo dous churros, o que non podo facer é ver a mediodía un pastel, e comelo tamén. E pola tarde o mesmo. Hai que saber». Lo de Gayoso viene a cuenta de que Montse ya ha puesto en varias ocasiones los churros para las celebraciones de fin de año del programa Luar.
«Problema é que che veña unha enfemidade, o resto non»
Desde primera hora, los jueves y domingos de feria, la Praza carballesa huele a churros. Ese cuarto día de la semana también hay mercado en Vimianzo, por lo que Churrería Delicias se divide y a la capital de Soneira acude una hija de Montse. «Teño tres fillos», dice. Incluso es ya abuela de un bebé de 5 meses. «Mira», dice enseñando una foto en el móvil.
Con ello, no tiene claro que vaya a haber tercera generación de churreros. A ver qué pasa. «Á miña filla dígolle que estude. Fixo perruquería e estética. Tamén auxiliar de enfermería e eu quería que seguise por esa rama», abunda Montse. No obstante, parece que el oficio heredado le convence más o, al menos, la hace más feliz, y se le da bien, así que habrá que esperar a lo que depare el futuro.
En todo este tiempo de profesión, Montse no ha tenido grandes problemas en ella. Como mucho, algún día que no le sonase el despertador en esas jornadas de lluvia desapacibles: «Se é unha feira pequena, tampouco pasa nada. Problema é que che veña unha enfermidade, o resto non». Antiguamente venía también a Carballo en tiempo de San Xoán, pero, desde hace unos 16 años, dejó de acudir con el puesto a casi todas las fiestas: «De noite non ando».
Con las ferias se va tirando y, si tuviese que quedar con la que ve más boyante a día de hoy, citaría la de Santa Comba, dos lunes al mes y el primer sábado. El jueves, Montse vendía churros tradicionales y, al lado, de chocolate. Los primeros tienen mucha más demanda que los segundos: «Están moi bos, pero son máis caros». Los rellenos de crema tienen también su aquel. Es la intrahistoria de una profesión de mucho sabor y, asimismo, de mucho trabajo.
La Voz de Galicia