Diez locales ofertarán los pinchos a 4 euros y la ración a 10 // Miguel Piñeiro dará el pregón.
Pontecesures abre el día 5 el Tapea Lamprea, la ruta de pinchos que alcanza su quinta edición y que se celebra hasta el día grande de la fiesta, el domingo 7 de abril, en la que la localidad pontevedresa rinde homenaje al producto más reconocido de su gastronomía. Un total de diez establecimientos se han sumado este año al concurso y ofrecerán sus innovadoras creaciones al precio de cuatro euros la tapa.
El afamado pez podrá saborearse estos cuatro días en los
locales expertos en su elaboración, como la Parrillada Isidro, el bar
Mambís, la cafetería Nu-2, Casa Chaves, A Casa do Río, Salón de Té
Soles, Belsay, O’Meco y los restaurantes Carabela y O Candil.
En cuanto a las actividades programadas por el Concello para la XXIV
Festa da Lamprea do Ulla, una cita considerada ineludible para los
amantes de la buena mesa, el alcalde, Juan Manuel Vidal Seage, explicó
que este año apuestan por un nuevo modelo de promoción, ya que la
tradicional exaltación que se desarrollaba bajo carpa en la zona
portuaria cede protagonismo a la mencionada iniciativa culinaria.
Además, la degustación que tenía lugar a pie de puerto, se desplegará esta vez en los propios locales.
La jornada central coincide, como es habitual, con el primer
domingo de abril, y la gran protagonista será la ración del preciado
pez cartilaginoso, al estilo bordelesa, con sus picatostes y arroz en
blanco, y a un precio de diez euros.
En cuanto a la cita dominical, arrancará a las 12.30 horas con la lectura del pregón a cargo del periodista y escritor catoirense y pontecesureño Miguel Piñeiro, gran conocedor de la pesca de dicha especie, tanto desde embarcación con las nasas butrón como en las tradicionales pesqueiras.
Nunca olvidaré la noche que cené con Manolo Escobar en la discoteca Chanteclair de Pontecesures.
Yo había descubierto un par de años antes la macrosala cesureña y había
quedado fascinado por aquel mundo castizo de las tardes de domingo,
cuando decenas de autobuses llegaban hasta la desembocadura del Ulla
desde las aldeas más remotas y dejaban expediciones de jóvenes y
adolescentes ansiosos por convertir el final de la semana en una fiesta
de música, baile y mucho amor.
Chanteclair era una fuente segura
de reportajes y por allí me acercaba cada vez que la ocasión lo
requería. Recuerdo haber entrevistado a Miss Cacaolat (entonces existían
esas cosas), una rapaza muy graciosa que me contaba que sus amigas,
cuando un muchacho les pedía bailar, le preguntaban, antes de dar el sí,
por una cuestión fundamental: «¿Cántas vacas tes?».
En otra ocasión, entrevisté a los dueños, que
siempre iban vestidos como mariachis, pero sin sombrero. En mi mundo
ideal de profesor de Literatura, pensaba que lo de bautizar con el
nombre de Chanteclair una discoteca tenía un origen culto y medieval,
que provenía, en fin, del gallo Chanteclair de los Cuentos de Canterbury
de Sir Geoffrey Chaucer. Pero los propietarios del local me devolvieron
a la realidad dura y primaria del universo macrodiscotequero. «¡Qué
galo ni qué galiña!, el nombre viene de un puticlub del Líbano que
conocimos cuando navegábamos en mercantes».
Asiduo de Chanteclair era Pepe Garalba, el rey de
los concursos de misses, y cada mes había un concierto de categoría.
Uno de ellos, el más grande, lo protagonizó Manolo Escobar, que cantó en
la discoteca una noche de domingo y vino desde Lavacolla sin tiempo
para cenar. Habíamos concertado una entrevista con él y nos reunimos en
una especie de subterráneo que había bajo el escenario, donde los
empresarios de aquel palacio de la felicidad imposible, la del domingo
por la tarde, tenían su ambigú privado con un cátering inexplicable:
bocadillos de mortadela y quintos de Estrella Galicia.
No sé qué me descolocó más, si la mortadela o los quintos, pues bien
sabido es que Galicia es el único lugar de España donde pides una
cerveza y te ponen un tercio, no un quinto. Pero todo funcionó como la
seda: tras culminar su actuación cantando a su carro robado, Manolo
Escobar comió hambriento su bocata mortadela y me atendió cariñoso
mientras un servidor, que ya había cenado, porque a Chanteclair había
que ir cenado, hacía la entrevista y mordisqueaba el fiambre para no
hacerles un feo a los jefes de aquel emporio de inspiración libanesa.
Un tesoro para las crónicas
Las
discotecas rurales gallegas eran un tesoro de crónicas periodísticas.
Recuerdo otra noche memorable con ribetes de novela negra y protagonista
más propio de Berlanga que de Raymond Chandler. Resultó que me habían
dado el soplo de que por Caldas de Reis funcionaba un laboratorio de
pastillas de speed. Investigué el caso y descubrí que el material se
repartía en una discoteca de A Escravitude, situada en medio del campo,
junto a la estación de ferrocarril, los sábados por la noche.
Quise confirmar los datos antes de escribir y llamé al cuartel de la Guardia Civil,
donde se extrañaron mucho pues no conocían nada del caso. Pero me
hicieron una propuesta que no pude rechazar. Los guardias prepararían un
operativo para la noche del siguiente sábado y yo iría por allí y
podría asistir en exclusiva a la acción y contarla en La Voz de Galicia.
Consulté con la autoridad periodísticas y acepté el trueque. El
problema es que yo no tenía ni idea de cómo se debía vestir un
pastillero y no se me ocurrió otra cosa que disfrazarme con una
gabardina verde y aparecer de esa guisa en la discoteca de A
Escravitude. Así que allí estaba a la una de la madrugada del sábado al
domingo, paseando por la sala con la gabardina puesta, ya que no había
guardarropa, observando para contarlo y constatando que allí no pasaba
nada salvo que de los grifos de los baños no manaba agua con el fin de
que la clientela se gastara una pasta en caros botellines de agua
minetal, pues todo el mundo sabe que las pastillas alucinógenas dan
mucha sed.
A mí, aquella experiencia lo que me estaba dando
era mucho sueño. Me mantenía despierto a base de cocacolas, que eran más
baratas que el agua, y reparaba en que aquel friki con gabardina, o
sea, yo, provocaba curiosidad y comentarios en los grupos de jóvenes que
había en la discoteca. El caso es que me harté de dar vueltas y a las
tres, volví a casa. A la mañana siguiente, llamé a la Guardia Civil para
manifestarles mi extrañeza por no haber asistido a ningún operativo.
También para pedirles disculpas por haberles informado de manera
equivocada.
Al otro lado del teléfono, un sargento me aclaró
lo sucedido: «Sí que hubo operativo, pero no pudimos llevarlo a cabo
hasta que usted se marchó. Vestido con gabardina y paseando por la
discoteca, todo el mundo pensó que era usted policía y no sacaron las
bolsas de pastillas hasta que no desapareció».
Cómo echo de menos
aquellas macrodiscotecas rurales donde convivían Miss Cacaolat, Manolo
Escobar, los pastilleros y la Guardia Civil mientras un servidor lo
observaba todo comiendo bocadillos de mortadela.
«¡Qué galo ni qué galiña!, lo de Chanteclair viene de un club del Líbano»
La Guardia Civil haría un operativo en la disco de A Escravitude y yo podría contarlo.
El Concello de Pontecesures
presentó ayer su «XXIV Festa da Lamprea do Ulla», una cita ineludible
para los amantes de la buena mesa que esta vez va a desarrollarse, sobre
todo, en los locales de hostelería colaboradores.
El
regidor, Juan Manuel Vidal Seage, acompañado de sus primeros tenientes
de alcalde, Ángel Souto e Isabel Barreiro, dio a conocer un nuevo modelo
de promoción, ya que la tradicional fiesta
que se desarrollaba bajo carpa en la zona portuaria cede protagonismo a
la ruta de pinchos por los negocios participantes, conocida como «Tapea
Lamprea» y que alcanza su quinta edición.
Además
la degustación que se desarrollaba cada año bajo carpa, a pie de
puerto, va a desplegarse esta vez en los propios bares y restaurantes
participantes.
A 4 euros la tapa
La «XXIV Festa da Lamprea do Río Ulla» va a celebrarse los días 5, 6 y 7 de abril, con un precio de 4 euros por tapa.
El
afamado pez motivo de homenaje anual, capturado por el colectivo de los
valeiros con sus nasas butrón en el cauce fluvial, a la altura del
puerto pontecesureño, podrá saborearse en locales expertos en su
elaboración, como es el caso de Parrillada Isidro.
Pero
también de Café Bar Mambís, Cafetería Nu-2, Casa Chaves, A Casa do Río y
Salón de Té Soles. Al igual que en el restaurante Carabela, los
bares-cafetería O’Meco y Belsay o el restaurante O Candil.
A 10 euros la ración
El
último día de celebración, el primer domingo de abril, tendrá lugar la
fiesta propiamente dicha, en este caso con la ración de lamprea al
estilo bordelesa -con sus picatostes y arroz en blanco- a un precio de
diez euros.
El gran aliciente
de la celebración es, no cabe duda, la posibilidad de degustar este
preciado pez cartilaginoso rebautizado como «dama del Ulla».
Otro de los focos de atención puede estar en la lectura
del pregón -el día 7 de abril a las 12.30 horas-, este año a cargo de
un gran experto en la materia, como es el periodista y escritor
catoirense y pontecesureño Miguel Piñeiro.
Presente
también en el acto desplegado ayer para anunciar la fiesta, junto a
Sonia Bustelo, en representación de Parrillada Isidro y la hostelería
local, Piñeiro es autor del libro «Lampreas e Pesqueiras», de Editorial
Galaxia, además de dirigir el periódico gratuito de pesca deportiva «O
Trueiro».
Conoce como pocos la
pesca de lamprea en el Ulla, tanto desde embarcación como, sobre todo,
empleando las nasas butrón en las tradicionales construcciones situadas
aguas arriba que ya utilizaban los romanos, las conocidas como
«pesqueiras».
En el citado
libro explica, por ejemplo, que las «pesqueiras» se dividen en cuatro
tramos o grupos, situados en Herbón, Carcacía-Lapido, Barcala-Sinde y en
Reis.
Pero el día del pregón hablará, sobre todo, de la lamprea y de Pontecesures, que al fin y al cabo van siempre de la mano.
Un año más la campaña de la lamprea y la fiesta
con la que darla a conocer se caracterizan por la escasez de producto
en el río. Son múltiples las razones, y de ello sabe mucho Miguel
Piñeiro, el experto en pesca -y lamprea- que este año ejercerá de
pregonero.
Este periodista y
escritor explica que una de las causas de la regresión de la especie es
«el efecto demoledor de las grandes presas que cercenan el área a
colonizar», y cita como ejemplos «la antigua Fenosa,
ahora Naturgy, en el embalse de Portodemouros, y las dos presas que
levantaron aguas abajo en 2005, que no dejan subir a las especies
migradoras hasta las zonas más altas del río».
A
esto se suma que «los caudales van a menos» y también el cambio
climático», sin olvidar que «los censos estimados anuales se hacen a
ojo» y que este pez «es una especie sensible y muy caprichosa que
remonta el río con frío y viento del norte».
Mención
especial merecen, a su juicio, «el furtivismo y la intromisión de
lamprea foránea, ya que en el primer caso las lampreas ilegales no
computan en los guarismos oficiales ni en los censos de capturas».
La
comercialización de lamprea foránea -especialmente la francesa- tampoco
ayuda y se convierte en «un problema que se le traslada al consumidor,
ya que a veces se vende diciendo que es del Ulla cuando no es así»,
explicaba Miguel Piñeiro hace unos días a través de las redes sociales.
Al
tiempo que advierte de que la calidad y sabor de la lamprea del Ulla
superan con creces a la francesa, Piñeiro no duda en reclamar para los
ejemplares gallegos un sello de calidad que ayuda a diferenciarla.
Es por los motivos expuestos, y algunos más, que el pregonero de la fiesta de este año entiende que hay que empezar a «sentar las bases del futuro», de acuerdo con el sector extractivo y demás agentes implicados, para garantizar una pesca sostenible y la preservación de la especie.
«El pabellón está a tope y hace años que no veía tanto disfraz». Así resumía el alcalde de Pontecesures, Juan Manuel Vidal Seage, la tarde de Entroido vivida ayer en su localidad. El mal tiempo impidió el lucimiento de los participantes por las calles del pueblo, pero como estaba previsto la fiesta se desarrolló a cubierto, en el polideportivo, y no defraudó.
«Aínda quedan algunhas cousas por rematar, pero podemos apreciar perfectamente o que vai ser o futuro centro de interpretación da caña», decía ayer el alcalde de Valga, Bello Maneiro, durante la visita que, en compañía de Nava Castro, cursó a la vivienda ubicada a la entrada del parque Irmán Dios Mosquera. El edificio, «arruinado e sen tellado», empieza a recuperar su lustre. En su interior se han dispuesto ya, junto a un antiguo lagar de piedra, los alambiques que el alcalde espera que se puedan utilizar ya en la próxima edición de la Festa da Caña para hacer las demostraciones de destilado. Sobre ese espacio se abre, a modo de balcón, una primera planta en la que se realizarán las degustaciones vinculadas a la celebración. Bello Maneiro explicó que esta actuación no podría realizarse sin el apoyo de la Dirección Xeral de Turismo, a cuya responsable quiso ayer agradecer su compromiso con Valga.