El BNG de Valga, a través de un comunicado, ha instado al gobierno local que cubra la plaza vacante en la dirección y coordinación del Centro de Información á Muller (CIM) tras la marcha de la anterior directora. Los nacionalistas destacan que la falta de cobertura de esta plaza provoca que se preste este servicio “moi en precario”. De hecho señalan que las llamadas realizadas al centro no son respondidas directamente por personal cualificado del CIM, no respetando de este modo la confidencialidad, el anonimato y la privacidad de las usuarias.
Además, el Bloque pide que se cubra la baja de la trabajadora social responsable de atender a los y vecinos de las parroquias de Setecoros, Valga y Xanza y la cobertura de la plaza de educadora social, vacantes que, señala, el gobierno “se nega a cubrir”.
Después de toda una vida en su puesto de churros, Fina cuelga el delantal. Ahora continuará con el legado su nieto Ibai, que ha conseguido transformar el negocio de su abuela. «Sentí un orgullo inmenso cuando mi nieto me dijo que quería seguir con la churrería», confiesa
Fina tiene 67 años y hace pocos días que ya está jubilada. Durante 50 años ha recorrido mercados, ferias y romerías con su puesto de churros. Una vida ambulante que puso en marcha su bisabuelo en 1842. Ahora, su nieto Ibai se convierte oficialmente en la quinta generación al frente del negocio, ya que hace un año lo transformó y abrió las puertas del local que lleva la esencia de su abuela y de su tatarabuelo: La Quinta.
A pesar de haber iniciado su jubilación, a Fina todavía «le pica» seguir vigilando que vaya todo bien y poder echar una mano. «Es que son tantos años seguidos que se me hace raro», confiesa. Pero está tan contenta que no deja de sonreír y recuerda el momento en el que su nieto le dio la noticia de que Churrería Fina no moriría. «Para mí fue una sorpresa muy grande. Sí que es verdad que venía conmigo a la feria a trabajar y a hacer las masas, pero yo nunca me imaginé que iba a poner el local que puso», explica. Y además en un sitio fijo en plena capital gallega. «Trabajábamos por toda la zona de Vigo, Redondela, Tui, Porriño… Íbamos hasta a la feria de Arteixo. Que mi nieto trajese la churrería para Santiago, que es la capital, fue un orgullo inmenso», afirma.
Su vida no fue fácil, porque tuvo un trabajo muy sacrificado en el que no podía hacer planes ni preocuparse por la hora. «Es una vida muy dura. Te tiene que gustar muchísimo todo el mundo de la feria. A mí me gustaba mi trabajo. Yo hacía una masa para los churros y decía: ‘Bueno, pues tengo un gimnasio’ y cuando los freía pensaba: ‘Pues también tengo sauna e hidratación para la piel’. Iba haciendo del trabajo una alegría para llevarlo mejor», indica.
Madrugones y viajes en coche que incluían montar y desmontar un puesto para que su clientela pudiese disfrutar de unos churros recién hechos. «Me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y a las seis salía de casa, pero no volvía hasta las diez de la noche. Los días de invierno llovía y te mojabas. Nos quedábamos con la mojadura, pero teníamos que ir, porque siempre había alguien que quería unos churros», detalla. Su agenda también se veía modificada por el trabajo. «Fíjate, cuando mis hijos se casaron, hicimos la boda en un día festivo por no perder el sábado y el domingo de atender a nuestra clientela. Amoldamos nuestra vida al negocio», confiesa.
«No me imaginaba mis churros con Kinder»
En cuanto Ibai abrió el local, ella acudió sin dudar para aportar la experiencia que ha recolectado durante tantos años en su puesto. «En la cocina estuve enseñando y dando consejos. Mi nieto me llamó y me pidió que le echara una mano porque quería tenerme ahí para contribuir con mi experiencia», cuenta. Aun así, no se imaginaba que sus famosos churros podrían convertirse enpiruletas y corazones o estar bañados en salsa de Kinder o rellenos de dulce de leche. «Por supuesto que no lo imaginaba. Y eso lo hizo mi nieto y por eso digo que para mí es muy importante que él le pusiera tanta pasión a esto, porque nosotros hacíamos lo básico siempre, churros y poco más. Como mucho con un poquito de chocolate», puntualiza.
¿Y cuál es el secreto de unos buenos churros? «Creo que la clave es que te guste hacerlos, porque día a día mejoras la receta aunque ya la sepas. Y hablar con el cliente todos los días porque vas aprendiendo todavía más. Después siempre hay algún secreto que no se puede contar. Pero bueno, el resumen es tener ganas, hacer un buen amasado y tener un buen aceite y una buena harina. De ahí te sale un buen churro», admite.
Mientras Fina no le quita el ojo a su nieto con su sonrisa intacta, Ibai explica los inicios del proyecto. «Hace dos años falleció mi abuelo y decidí ir a echarle una mano porque estaba un poco sola. Además a mi abuela ya le costaba ir a las ferias porque son duras y que duran todo el día. Ten en cuenta que sales de casa a las seis de la mañana, coges el coche y no vuelves hasta que dan las diez de la noche. Yo también estaba pasando por un momento de mi vida un poco de transición y venía de otros trabajos. Sobre la marcha se me fue ocurriendo una idea que ya mi padre pensó en su día y que el resto de la familia tenía ahí un poco en un vaivén. Al final los astros se alinearon, por así decirlo, y abrimos el local», cuenta.
Porque Ibai, a pesar de ser gallego, se marchó de Galicia cuando era pequeño. «En Madrid estuve estudiando, pero en Marruecos pasé toda mi infancia. En cuanto me deshice de la empresa que tenía allí, justo pasó lo de mi abuelo y acabé volviendo para aquí. Mientras le ayudaba ya tenía la intención de ver por dónde podíamos tirar y por dónde podíamos reconstruir el negocio», afirma. Escoger el nombre tampoco fue sencillo porque tenía que reflejar que continuaba el legado. «Todos los churreros que tú te encuentres por la provincia y alrededores suelen ser familia de mi abuela. Tuvimos la idea de ponerle Churrería Fina para continuar, pero decidimos buscar un nombre un poco más simbólico, que leyéndolo con un pequeño matiz que tienes la gente lo entendiese», cuenta.
«Mi abuela es exigente»
Y así nació La Quinta. «El tema de la empresa fue algo que me encantó desde siempre. Antes de esto tuve una empresa propia y nos dedicábamos al mundo de la construcción, que también me atrae mucho. En mi casa el negocio ambulante siempre se vio como algo muy duro, en el que a la mínima si tenías la opción de estudiar, estudiabas. Pero al final en mi caso acabó tirando también la tradición familiar. Me daba pena que se quedara sin continuidad después de tantas generaciones y de tantos años de trabajo. Finalmente encontramos la manera de darle una vuelta y de reconvertirlo, por decirlo de alguna manera», confiesa. Además tuvo claro desde el principio que se lo tomaría en serio. «No queríamos que fuese solamente una marca, de montar el local y olvidarnos, sino que detrás de la marca, seguir trabajándola y poner el mismo empeño que se ponía en el puesto de la churrería desde siempre», afirma.
Ibai es igual de perfeccionista que su abuela. «Mi abuela aquí no lo es, pero en su negocio lo fue mucho», confiesa. «Aquí, porque él es el dueño, pero en el mío sí», le replica ella. Pero a todo se le saca el lado positivo. «Yo pienso que serlo es algo bueno. Aunque mucha gente siempre te suelta el comentario de que los churros solo son harina, agua y sal, es algo mucho más complejo de lo que se piensa. Al ser algo artesano, requiere que seas siempre perfecto y constante. Nosotros aquí lo que intentamos es que tú vengas un día, te comas un churro, y al cabo de tres meses vuelvas y te comas otra vez el mismo churro sin ninguna variante. Eso es muy difícil de conseguir», explica él.
Además de querer todo perfecto, a la familia también les caracteriza el don de gentes. «Estar de cara al público siempre nos gustó mucho, así que ya estamos acostumbrados. Si ibas a la feria tenías que ser bueno con la clientela, no te quedaba otra. Entonces, esa parte fue lo que menos costó. Y como en la familia siempre hubo la costumbre de que los fines de semana se trabajaba, no cambia nada de que aquí también se haga», detalla Ibai.
Su primo Borja —que también es nieto de Fina— aporta su granito de arena en los fogones. «Mi primo Borja está de cocinero. Estuvo desde el principio aquí conmigo echándome una mano. Fue aprendiendo poco a poco y ya se quedó. Como sigue estudiando en la universidad, compagina los estudios con esto para sacarse un extra», indica. «Ver lo jóvenes que son y que tengan esas ganas de trabajar y de luchar es lo que me llena, porque pienso que todo lo que hemos hecho con nuestro negocio tuvo su fruto y no se quedó ahí. Ahora continúa», indica Fina.
¿Y ahora qué hará con tanto tiempo libre? «Me gusta viajar, lo que pasa es que por mi trabajo no podía. Ni tampoco podía tener esos fines de semana para descansar. Los domingos trabajaba siempre en la parte sur de Galicia, aunque nos movíamos por otras zonas para fiestas y romerías. El otro día fui al mercado a Padrón y me di cuenta de que llevaba 40 y pico años sin ir de paseo. Ya no me acordaba de lo que era aquello», confiesa. Por su parte, le deja caer a sus nietos —que son tres en total— que deberían pagarle un viaje. «A ver, yo creo que entre todos no es tanto… Le toca poner poquito a cada uno, ¡eh!», exclama Fina «¿Tú qué prefieres, playa o montaña?», le pregunto. «¡Playa, playa!», responde efusivamente. «¿Punta Cana?», le propongo. «¡Por ejemplo!», contesta mirando a su nieto. «Algo se hará. Hay que agradecer también todo el esfuerzo», afirma Ibai. Lo que no cabe duda es que a esta abuela se le cae la baba.
Su clientela se volcó con el aniversario de la célebre taberna de Vilagarcía, que Tanis y Ana fundaron en 1984 y convirtieron en un símbolo de la gastronomía arousana en las distancias cortas
En un tiempo como el nuestro, dominado por la ñoñería digital, pareciera que las realidades materiales, las cosas que uno puede tocar con las manos, hayan caído a una especie de segunda división, derrotadas por el poderío de los chats y las redes sociales. En un rincón de Vilagarcía, camino de la estación de ferrocarril, una taberna mantiene encendida desde hace cuarenta años una luz que defiende todo lo contrario. Ninguna aplicación, ningún Zuckerberg de pacotilla podrán competir jamás con un bar como O Tranquilo a la hora de hacer comunidad. El sábado, el proyecto de vida que Estanislao García, Tanis, fundó en 1984 junto a su esposa, Ana Campos, celebró su cuadragésimo aniversario. Y su clientela, la que nunca ha fallado, volvió a volcarse con ellos. «Isto —sostenía Tanis a pie de obra— é unha familia de verdade».
Cuando O Tranquilo elaboró su primera carta de bocadillos y raciones, Pilar, la hija de ambos, apenas era una chiquilla. Su hermano Tanis nació ya con el negocio en marcha, y por el local corretea una tercera generación. Aquí hay pasado y hay presente, de eso iba la celebración, pero también mucho futuro.
Mientras Guillermo y Lucho, los dos camareros que completan el equipo, abrían cervezas, Xoanqui Ameixeiras cocinaba mejillones en la terraza (al vapor y en un fabuloso guiso con garbanzos cuyas últimas raciones tuvo que rebañar del fondo de la tartera). El personal se servía el vino, tinto y treixadura bien fresco, unos y otros andaban de aquí para allá y Charly González cortaba dos señores jamones. Todo, obsequio de la casa y de un puñado de amigos para la gente tranquila.
Llegar a este párrafo sin haber escrito una línea sobre los calamares de O Tranquilo casi resulta imperdonable. En la fiesta no se comió ni uno, pero empaparon las conversaciones como la lluvia lo hacía con las aceras de un sábado borrascoso sin que a nadie le importase. Habrá que esperar al 14 de noviembre para volver a probarlos, porque entre brindis los taberneros han cogido vacaciones. Su secreto: luras de verdad, limpieza exquisita, rebozado dorado y crujiente, pan bien elegido, mucho oficio y enormes dosis de cariño en cada bocadillo. El mejor de los bocadillos.
«Non sodes clientela, sodes familia». Así definió Tanis el sábado al extenso grupo que forma la clientela de O Tranquilo. A quienes estaban presentes y a los que no pudieron estar, porque hasta en México hay gente tranquila. Un vídeo recogió sus felicitaciones, entre las que figuraban buena parte de las caras más conocidas de la TVG, la cadena de cabecera en la taberna. «Correto, Ghayoso», que diría Pantera.
El ribeirense Manuel Reinaldo fundó en 1995 Conservas Lou en Castiñeiras
«Fue un maestro para todos, nunca tuvo secretos para nadie y siempre intentó ayudar a todo el mundo». Estas son algunas de las frases más repetidas al hablar de Manuel Reinaldo Loureiro Pérez (Ribeira, 1943), el empresario que puso en marcha Conservas y Ahumados Lou en la parroquia de Castiñeiras y vio como este «pequeño taller», como él lo llamaba, comenzó a ser pionero en muchos mercados, como en la venta de ortigas en lata.
Aunque su relación con el mundo de las conservas le venía de familia, porque un bisabuelo suyo había levantado en 1880 una fábrica salazonera que él compraría más tarde, Manuel Reinaldo Loureiro no desembarcaría en el sector hasta que casi rondar los 50 años. Estudió Químicas y trabajó primero en una factoría de Nestlé en Suiza para luego hacerlo en los altos hornos de Vizcaya hasta que cerraron. Regresó a su Castiñeiras natal y puso el ojo en las viejas ruinas que habían pertenecido a su familia, y con ayuda de un vecino que era bastante manitas en 1995 se propuso relanzar el negocio. Y vaya si lo hizo.
Comenzó elaborando semiconservas de pescados, y más tarde se atrevió a innovar con ortigas, algas, boquerón, anchoa, salmón, castañas asadas en almíbar, ostras, erizo, truchas, pez espada o caballa y sardinilla ahumada que comercializó con las marcas delicatesen Don Reinaldo y Lou Terra.
Tras 31 años en el sector y sin un relevo en su familia, en el verano del 2021 dejaba la empresa en manos de las emprendedoras Ana y Marta Escurís Pérez, que continúan con el negocio.
Loureiro falleció hoy ayer los 80 años y sus restos mortales serán velados hoy, entre las 16.00 y las 20.00 horas en el tanatorio de Pompas Fúnebres en Xarás, donde a continuación tendrá lugar su incineración en la más estrictas intimidad.
La titular del ministerio, Margarita Robles, calificó de «espectaculares» los VAMTAC durante una visita a su fábrica en Valga
El ejército de Ucrania lleva dos años y medio combatiendo la invasión de Rusia con el sacrificio de su población y sus tropas y el imprescindible respaldo de ingentes cantidades de material militar de los Estados Unidos, Gran Bretaña y el grueso de la Unión Europea. Entre la ayuda facilitada por España figura el Vehículo de Alta Movilidad Táctica (VAMTAC) que ha convertido en sus cuatro décadas de existencia a la empresa gallega Urovesa, con sede en Santiago de Compostela y fábrica en Valga, en un actor renombrado de la industria militar dentro y fuera de las fronteras españolas.
La ministra de Defensa, saludando a directivos de Urovesa a su llegada a la empresa gallega, con el CEO de la compañía a su vera.
La condición de proveedor del ejército ucraniano fue confirmada este lunes por la ministra de Defensa, Margarita Robles, durante su visita a las instalaciones fabriles de Urovesa. Acompañada por la secretaria de Estado de su cartera, Amparo Valcarce, y por el CEO de la firma gallega, Justo Sierra, Robles calificó de «producto espectacular» el diseñado y construido en Valga: «Estamos encantados con la eficacia, con el producto final y con el cumplimiento de los plazos de Urovesa. El trabajo que se realiza aquí para las Fuerzas Armadas es de absoluta calidad», avalado y alabado, declaró, por los integrantes de cualquier unidad de las Fuerzas Armadas de España que disponen de VAMTACs. Acto seguido, señaló: «Estamos muy orgullosos también de la ayuda que se le está prestando a Ucrania gracias a los vehículos que se están construyendo aquí y que se le están enviando».
El CEO de Urovesa, Justo Sierra, se refirió a su papel en el suministro de material al ejército de Kiev indicando que si bien no puede ofrecer una cifra concreta de unidades ni los modelos en cuestión, «sí podemos decir que son productos que van a garantizarle material de nueva generación, moderno y muy efectivo».
Margarita Robles y su equipo en el Ministerio de Defensa mantuvieron una reunión de trabajo con la cúpula de Urovesa antes de visitar su fábrica.
Antes de realizar sus declaraciones a los medios presentes, Robles y su equipo más cercano se reunieron con los responsables de Urovesa para conocer de primera mano la historia, la producción y la filosofía de trabajo de una compañía que, más allá de su condición de proveedor de las Fuerzas Armadas de España desde 1984, produce vehículos multifunción personalizados sobre la base de la plataforma de su VAMTAC con destino a varias docenas de países de cuatro continentes. Vehículos de uso militar en el más amplio rango, desde los empleados por la tropa y servicios médicos hasta reconocimiento de terreno NBQ (nuclear, biológico y químico). El NBQ, en la última fase de su incorporación a las Fuerzas Armadas de España, tras completar con éxito su fase de desarrollo.
La ministra de Defensa visitó después la fábrica, en donde pudo ver la media docena de ambulancias que Urovesa entregará a su departamento en los próximos meses, dentro del acuerdo marco que ambas partes mantienen, por el que Defensa va solicitándole a la empresa gallega diferentes modelos de su VAMTAC en función de las necesidades reportadas por sus ejércitos.
«Un orgullo para Galicia»
Robles se refirió a Urovesa como «empresa española militar puntera» y a sus productos como un «motivo de orgullo para sus propietarios, trabajadores y, por tanto, para Galicia y España».
Desde el Ministerio de Defensa, su titular reiteró el apoyo de su departamento a la industria militar española que, en el caso de Urovesa, contribuye no solo a la contratación de personal altamente cualificado, sino también, destacó, a su formación, tras la puesta en marcha de una escuela de capacitación con la que reclutar nuevo personal para una plantilla que hoy frisa los 300 empleados.
Sierra agradeció la visita de Robles, señaló el orgullo que para su empresa supone ser proveedor de las Fuerzas Armadas de su país y el trabajo permanente en I+D realizado por Urovesa, no solo en el mercado militar, sino también y cada vez más en el civil, con vehículos antiincendios, de protección civil o para servicios municipales.
Anxo Arca demanda el arreglo del firme, repintado de líneas, tres nuevas rotondas y accesibilidad en la estación de tren
El alcalde de Padrón, Anxo Arca, acaba de solicitar la mejora integral de la carretera N-550 a su paso por el municipio, así como de la accesibilidad en la estación de tren de A Matanza. El regidor se reunió con la subdelegada del Gobierno en la provincia de A Coruña, María Rivas, y con representantes del Ministerio de Transportes y del Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF), a quienes les pidió el arreglo integral de la vía N-550 para mejorar su seguridad, con el repintado de todas las marcas viarias, pasos de peatón elevados y aceras en los núcleos más poblados.
El alcalde, que se desplazó hasta el lugar de A Ponte con la representante del Gobierno, de Transportes y de ADIF, le trasladó las necesidades más urgentes para mejorar la seguridad en la N-550. La subdelegada del Gobierno se comprometió a trasladar esas peticiones y a realizar las gestiones necesarias para poner en marcha lo antes posible los proyectos y, con ello, poder financiarlos con fondos europeos.
Además del repintado de todas las marcas viarias y la mejora del firme, el regidor padronés solicitó que todos los pasos de peatón no regulados con semáforo «pasen a ser elevados con bandas rugosas previas ou sinalización lumínica». Así, Anxo Arca hizo especial mención a los pasos situados en A Ponte, frente al Jardín Botánico y A Escravitude, este último de uso obligado para los peregrinos.
Además, el alcalde solicitó la construcción de aceras en ambos lados de la carretera en el tramo que discurre desde A Ponte hasta el núcleo urbano de Padrón; desde Iria (Fundación Cela) hasta el Hotel Scala y en el núcleo histórico de A Escravitude. Una medida que, según dijo Anxo Arca, «mellorará a seguridade dos milleiros de peóns que pasan por estas zonas».
El gobierno local de Padrón también propone hacer tres nuevas rotondas en la N-550. Una en A Picaraña (delante de Gaseosas Feijoo); en A Escravitude (frente a Castaño Bascoy) y en Iria (en la intersección de la finca de la azucarera). También solicitó trasladar el radar de A Escravitude a la zona limitada a 50 kilómetros por hora en el núcleo histórico de esta localidad. En cuanto a la estación de A Matanza, el regidor pidió, entre otras mejoras, elevar los andenes para facilitar que las personas puedan subir al tren, ya que la que actual diferencia de nivel dificulta la accesibilidad a los vagones. También solicitó la limpieza del recinto de la estación de A Escravitude.