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Un grupo de mujeres de Valga se ataron el delantal hace un par de semanas, encendieron los fogones y se pusieron a cocinar un banquete para quinientos de sus vecinos. Si no fuese por ellas, que se pusieron manos a la masa obra, los mayores de este ayuntamiento se habrían quedado sin una fiesta que da muchas alegrías, pero que consumía mucho dinero de las arcas públicas cuando el menú se le encargaba a un restaurante. Este grupo de mujeres, dispuestas a ofrecer lo mejor de sí para alegrar la vida de quienes las rodean, son un ejemplo más del ejército de voluntarios que transita, silencioso e invisible la mayor parte de las veces, por los ayuntamientos de la orilla sur de la ría de Arousa. En el registro de acción voluntaria de la Xunta hay censados 586 voluntarios domiciliados en los ayuntamientos que se extienden entre Pontecesures y O Grove. Y dicen quienes saben de esto que el número real es aún mucho mayor.
Marta Barreiro y Maite García saben de esto. Las dos trabajan en la oficina municipal de información al voluntariado de Vilagarcía, un puente que une a quienes tienen «inquietud por hacer algo» con las oenegés y las asociaciones que necesitan que les echen una mano. Los que llaman a su puerta suelen ser «gente joven, de entre 18 y 30 años, con los estudios finalizados, sin empleo, y que quieren ocupar su tiempo en algo y, al mismo tiempo, ganar experiencia». Y es que la colaboración voluntaria empieza a tener premio. «A nivel institucional se emiten certificados» que cuentan en los currículos y abren puertas a becas y cursos.
La recompensa es aún mínima. De cualquier forma, no es la que alimenta a los voluntarios. Ellos se nutren de esos «granitos de arena» con los que contribuyen a que el mundo sea un sitio algo mejor. Y esa vocación de ayudar, de echar una mano a quienes lo necesitan, no entiende de edades. Por eso, junto a los jóvenes que acuden a limpiar Cortegada, junto a esos otros que organizan talleres para niños y estimulan a las personas con discapacidades, junto a los que dedican unas horas a visitar a ancianos solitarios, o a lavar y planchar la ropa de los roperos sociales, hay también una legión de personas mayores dispuestas a echar un cabo.
Tareas sobran, cuentan en la oficina del voluntariado de Vilagarcía. «En estos momentos tienen mucho tirón las cuestiones ambientales y forestales». Tras el bum del Prestige, cuando el espíritu solidario se vistió de blanco para encarnar lo mejor de nuestra sociedad, la preocupación por el medio ambiente no ha dejado de crecer. Luego, con la crisis económica, llegó otro bum. Y las voluntades de muchas personas han pasado a concentrarse en aliviar las necesidades de quienes peor lo están pasando. Ahí caben los miembros de Cruz Roja, de Amigos de Galicia o de Cáritas, que intentan tapar los agujeros que amenazan con tragarse a familias enteras. Ellos organizan y reparten paquetes con alimentos, con productos de higiene, con medicinas, buscan dinero para pagar recibos pendientes y siembran esperanza en medio de la oscuridad más espesa. Para todos ellos solo hay una palabra. Gracias.
La Voz de Galicia