Vidal Seage aprovechó la visita realizada por el delegado de la Xunta y la gerente del área sanitaria Santiago Barbanza a las instalaciones para comprobar las obras de mejora allí ejecutadas
A Juan Manuel Vidal Seage, el alcalde popular de Pontecesures, no le salen las cuentas. En el centro de salud de esta localidad el Baixo Ulla solo trabaja un médico, cuando según los cálculos del regidor, hay un número de tarjetas sanitarias más que suficiente para ampliar ese número con un facultativo más y con un pediatra que acuda «polo menos un par de días á semana». De hecho, explica Seage, hay muchos cesureños que tienen que trasladarse hasta Valga para recibir atención médica, y todos los niños reciben atención pediátrica en el ayuntamiento vecino.
Evitar esos traslados innecesarios, que obligan a muchas personas a depender de un coche cuando tienen un centro de salud al lado de casa, es uno de los argumentos que Vidal Seage expuso ayer al delegado de la Xunta en Pontevedra, Luis López, además de la gerente del área sanitaria Santiago-Barbanza, Eloína Núñez, en la visita que ambos realizaron a Pontecesures para supervisar las obras realizadas en el edificio sanitario. La insistencia del alcalde, que ya había trasladado su reivindicación y sus dudas mediante correos electrónicos, ha llevado a los responsables sanitarios a comprometerse a analizar los datos y evaluar la posibilidad de dotar al centro de salud de más facultativos.
En el centro de salud de Pontecesures acaban de finalizar los trabajos de modernización y reforma integral de las instalaciones, una actuación acometida por la Xunta de Galicia. El proyecto estaba orientado a hacer de ese inmueble, adscrito al área sanitaria Santiago-O Barbanza, un lugar más cómodo y energéticamente más sostenible. A ello se han destinado 32.323 euros. La remodelación del centro de salud pasó, básicamente, por la renovación de las luminarias, el pintado del edificio, la limpieza y reparación de las cubiertas, la mejora del área de administración y el acondicionamiento de la zona de acceso. «Seguimos a mellorar as infraestruturas de atención primaria», señaló Luis López.
El periodista narra en el libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles firma en A Coruña, su infancia en Galicia, sus inicios en la radio en Santiago y su trayectoria en Madrid
Julio Iglesias, Pucho Boedo o Joaquín Prat, son solo algunos de los muchos personajes famosos con los que Pepe Domingo Castaño (Lestrobe, 1942) ha compartido camino. Un camino llenó de éxitos, pero también de sacrificio. Ese trayecto, el que el gallego recorrió desde su infancia en Padrón, sus inicios en la radio en Santiago, hasta su llegada a Madrid, en donde se consolidó como uno de los mejores profesionales del medio, lo narra en su libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles por la tarde firma en A Coruña. Una lectura que refleja su evolución personal y laboral, pero que en la que queda claro que, pese a todo, sigue siendo el mismo chico que un día se marchó a la capital a probar suerte con una maleta, como dice «de mierda, pero llena de sueños».
—¿Qué pregunta le hacen siempre y está ya cansado de responder?
—Que si prefiero la radio, la tele o la música. Ja, ja, ja.
—El título del libro, Hasta que se me acaben las palabras, deja claro que le queda cuerda para rato, pero ¿qué le ha quedado sin contar?
—Siempre quedan cosas, ¿por qué no cuento esas cosas que han quedado? Uno, porque la gente de la que hablo, que a lo mejor no hablo muy bien, no puede defenderse porque está muerta. En otro caso porque me pareció que no interesa a nadie y tampoco me interesa a mí. Y en tercer lugar, porque no me apetecía hablar de las cosas que he silenciado. Está lo que yo quiero que esté y lo otro lo he apartado porque tampoco cabe todo.
—Galicia le inspiró para escribir poesía, ¿este libro qué lo inspiró?
—Sí, yo escribí un libro de poesía que se llama Debajo de la parra, literalmente lo escribí debajo de la parra de la casa que tiene mi mujer en Mera, en Oleiros. Ahí, en Mera, nació la idea de escribir este libro en un momento en el que estaba atravesando una mini crisis, hace quince años o así, una de esas que tienes cuando vas cumpliendo años. En esos momentos yo me refugio siempre en la poesía o en la escritura. En vez de poesía, como ya había hecho un libro, dije ¿por qué no cuento y me saco de dentro toda mi infancia y juventud, y lo dejo escrito por si algún día mis hijos quieren publicarlo? Porque yo no pensaba publicarlo, decía que era muy malo. Escribí la primera parte hace 15 años, que termina cuando llego a Madrid.
—¿Qué le hizo cambiar de opinión?
—En una entrevista que hice, un señor que conozco de A Coruña, Juan Luis Miravet, oyó en la radio que yo estaba hablando de una especie de memorias que tenía, pero que eran muy malas y que no se iban a publicar porque no las iba a querer nadie. Entonces me llamó y me dijo: ‘Oye, eso no tienes que decirlo tú. Tiene que decirlo alguien que lo lea. Si me das la oportunidad y me lo envías, yo lo leo y te cuento la verdad’. Yo estaba muy reacio, pero se lo mandé, me convenció, y a los tres días me llamó emocionado y me dijo: ‘Esto es una joya’. Me dijo que quería publicarlo, que tenía amistades con editoriales, pero con la condición de que tenía que escribir la segunda parte. Que no podía acabar el libro en Madrid y perderse toda la parte de mi carrera profesional allí. Le dije que no sabía si iba a poder, que la primera parte la escribí muy fácil porque lo tenía dentro, pero que de lo otro, a lo mejor me había olvidado y que no tenía inspiración. Y me dijo, ‘pues ponte, por favor, en el ordenador y hazlo’. Me puse, me costó mucho, mucho, mucho, pero al final, poquito a poco lo escribí, capítulo a capítulo, y son 565 páginas.
—El prólogo es de Julio Iglesias, están muy unidos, pero ¿por qué pensó en él?
—Tuve varias ideas, primero pensé en Paco González, pero todo el mundo esperaría que lo hiciese Paco, entonces quería hacer algo inesperado. Pensé en Iñaki Gabilondo, que era otro de mis favoritos, y me dijo que sí, y le dije que lo llamaría, pero un día me llamó Julio, porque hablamos de vez en cuando. Él había oído que estaba escribiendo un libro y me preguntó si hablaba de él. Le dije que sí, que tenÍa un capítulo dedicado a él, y me dijo que tenía que enviárselo. Rápidamente lo leyó, y me dijo que quería hacer algo por el libro, le dije que quería que el día que lo presentase estuviese, y me prometió que estaría, y que además escribiría el prólogo. Y cumplió.
—¿Por qué le costó tanto escribir la segunda parte?
—Porque tenía que espigar entre bastantes recuerdos, entonces me preguntaba cuál valía la pena, qué podría interesar a la gente, apunté varios temas de los que me acordaba y fui eligiendo. Yo noto una diferencia muy grande de estilo literario entre la primera parte, que la hice a una velocidad de vértigo porque me salía a borbotones toda mi vida. Mi mente iba más rápido que las manos, porque la escribí a mano. Entonces se nota en el estilo, porque yo escribo mejor a mano que a ordenador. La segunda me costó bastante, se me mezclaban a veces los recuerdos, luego escribía algo y decía, ‘pero me he metido con este tío, no debería’. Pero luego pensaba, ‘claro que sí, voy a contar la verdad. Si no cuento la verdad mejor no escribo’.
—Julio confesó que los dos se fueron sin pagar una mariscada.
—Es una coña eso. Lo dijo en un programa, me dijo: ‘Pepe, te acuerdas que nos fuimos sin pagar de Casa Simón’. Yo recuerdo que estábamos allí con Pepe Simón, que ya falleció, y le pregunté a Julio, ‘quién paga esto’, y me dijo ‘esto lo paga mi secretaria, no te preocupes’, y nos fuimos. Yo creo que invitó Pepe Simón, yo no pagué desde luego, eso es verdad, pero alguien pagó.
—¿Cuál es su anécdota más destacada con él?
—Hay una buenísima, que la cuento en el libro. Julio nos invitó a mi mujer y a mí a estar en su casa en Miami diez días. Estuvimos en su casa y fuimos a un concierto en el Miami Arena, donde juegan los Miami Heat, que él era socio del equipo de baloncesto, y luego nos trajo en su avión para aquí. A la ida fuimos en vuelo regular, y a la vuelta vinimos con él en el pájaro loco, como lo llama Julio, y fuimos de Miami a Ibiza. Al día siguiente nos levantamos y llovía a cántaros, y a Julio no le gusta la lluvia, y me dijo ‘Tito’, como me llama él, ‘tenemos que hacer algo. Yo no puedo estar en un sitio que en el que esté lloviendo. Vamos al sol’. Y le digo, pero a qué parte, y dice: ‘¿Por qué no vamos a Galicia? ¿Hará buen tiempo? Porque si hace malo aquí debe estar bien en el norte’. Entonces dijo que quería ir a Vigo porque A Coruña ya había ido muchas veces. Llamé a Vigo y me dijeron que hacía un día soleado con una temperatura fantástica. Y me dice Julio que dónde podíamos comer y se me ocurrió Casa Simón, en Cangas do Morrazo. Entonces, Julio me dijo: ‘Dios mío, me has abierto el mundo porque yo veraneé durante 15 años en Cangas. Para mí va a ser una maravilla ir’. Salimos de Ibiza a Vigo, Mercedes esperándonos, y fuimos a comer a Simón, como dice él sin pagar, y volvimos a Ibiza. Fuimos a buscar el sol.
—En el libro habla de su familia y de una infancia feliz, ¿cual es la primera imagen que se le viene a la mente al pensar en esos años?
—La radio, la calle, los juegos, ventanas abiertas, el sol… Sobre todo del otoño, a mí me gusta el otoño, cuando el sol cae un poquito y los árboles del espolón se reflejaban en la calle en donde jugábamos al pañuelo, a la chena, al marro, a una cantidad de cosas, y de fondo siempre estaba la radio. Soy minero, El emigrante, Antonio Molina, Juanito Valderrama, las novelas, que seguía mi madre… todo lo que sonaba entonces. El sonido de mi infancia son la radio y los juegos, y una palabra, felicidad, en mayúsculas.
—¿Cuándo se dio cuenta de que la radio era su vocación?
—En el colegio de frailes el padre Aguirre, que era muy simpático, tuvo la idea de montar una emisora y pidió voluntarios. Me ofrecí, pero dijo que nos tenían que hacer una prueba. La hice y me dijeron que tenía buena voz y desparpajo, y eso es lo que vale. Empecé a hacer programas, hacíamos obras de teatro, escribíamos textos, hacíamos descripción de paisajes, si íbamos de viaje lo contábamos, teníamos una programación de una hora o dos diarias y el padre me dijo: ‘Tú valdrías para esto. No te olvides. Ahora, si sigues siendo fraile no vas a poder hacer nada. Pero si un día te vas, que sepas que vales’. Entonces, dejé de ser fraile y empecé a darle vueltas a la idea, pero estaba en Padrón, ahí no había emisora ni nada, la más cercana era Santiago. Y yo decía, ¿cómo voy a trabajar en Santiago de Compostela, si yo no soy nadie? Hasta que se presentó una oportunidad y la cogí.
—Dice que fue a Madrid por una decisión tomada con el corazón.
—Sí, me fui con una maleta de mierda, pero llena de sueños. Para mí todas las decisiones, casi todas locas, no las hubiera tomado si fuera por la cabeza. He dejado siempre actuar al corazón, el corazón seguramente se equivoca, pero de la equivocación nace el éxito a veces. Hay trenes que dicen que si no los coges no vas a ser nunca nada. Yo he dejado pasar trenes, algunos no podía cogerlos, otros no quise, y sin embargo, cuando vi que ese era el mío lo cogí. Eso me lo dictó el corazón. La cabeza no me dijo que me fuese a Madrid, no me dijo que dejase la empresa de Padrón para irme a Santiago, no me dictó que dejará la música y eligiese la radio. Son decisiones locas que solo es capaz de tomar el corazón.
—¿Tuvo que luchar contra algún cliché por gallego?
—Con gente, sí. Me echó una mano importantísima Pucho Boedo, me conocía de Santiago, él estaba con Los Tamara y yo les había hecho entrevistas. Un día en Madrid, un amigo mío, Justino Bermúdez, me dijo de ir a una cafetería donde iba gente de la radio para que me animase, porque yo estaba bastante preocupado. No me conocía nadie en Madrid, iba por la Gran Vía solo y estaba acostumbrando a ir por Santiago y que todo el mundo me saludase: ‘Adiós, Pepe’. Ahí no me conocía nadie. Entonces fuimos a la cafetería California de la calle Salud, que ya no existe. Al entrar, al primero que vi fue a Pucho Boedo, y me saludó: ‘Neno, que fas aquí ho?’ Y yo, pues he venido a trabajar a la radio. Me dijo, ‘espera un momento’, y volvió con Joaquín Prat. Mi ídolo, al que yo quería conocer, parecerme… me lo trajo Pucho recién llegado yo a Madrid. Fue la ilusión de mi vida. Estuvo simpático, cariñoso muy cercano, y me dijo ‘esta noche vas a venir con Pucho a mi programa de madrugada’. Fuimos, me invitó a cenar Pucho, pagando él claro, yo ahí no podía. Me hizo Joaquín una entrevista que siempre recordaré. Antes de morir él siempre lo recordábamos, que si yo no hubiese conocido a Pucho, no lo habría conocido a él y no sé cómo hubiera cambiado mi vida. Yo creo que lo hubiera conseguido igual, porque creo que las cosas si luchas las consigues, pero gracias a Pucho fue todo más fácil.
—Ahora usted es el Joaquín Prats de muchos.
—No, yo creo que lo de la radio no es fama como la tele. Tengo una diferencia entre gente de tele y de radio, cuando haces tele la gente en la calle te saluda solo porque sales en la tele. Sin embargo, ahora que no salgo en la tele, que no quiero salir, la gente te mira y te quiere. Esa es la diferencia entre la fama loca y la popularidad de andar por casa, y no hay nada más hermoso que la gente te diga “gracias Pepe por hacernos felices’. ¿Tú sabes lo grande que es conseguir a través de un micrófono que la gente sea feliz? Solo por eso ya vale la pena.
—Además de locutor, triunfó como cantante: ¿Cómo empezó a cantar?
—En Padrón me llamaban ‘Pepe fiestas’ porque a todas las verbenas que había iba yo. Salí del convento con unas ganas de fiestas brutales, a comerme el mundo. Entonces me subía a los palcos de la orquestas. Hoy con la Panorama y la París de Noia ya no te dejan, pero antes sí y yo subía a cantar. Decían, está aquí un chaval de Padrón que quiere cantar, y cantaba. Entonces mi idea era, si un día voy a Madrid voy a grabar un disco, pero tiene que ser algo tan bueno que llegue a ser número uno. Cuando lo conseguí, porque a todos los locutores les ofrecían grabar un disco, me traían canciones y no me gustaban, hasta que un día mi hermano Fernando, que es un poco artista también, y Emilio José, el cantante de Soledad, hicieron Neniña. Me la trajeron y dije ‘esto es un tiro’ y la saqué sin poner mi nombre. Porque entonces hacía muchas cosas y la gente me odiaba un poco porque estaba en todas partes, ligaba mucho, hacía radio, tele, cantaba… Y dije, para que no se metan conmigo no voy a poner mi nombre. Se lanzó Neniña sin mi nombre y cuando ya el disco estaba colocado ya descubrimos que era yo.https://www.youtube.com/embed/f6VHzqOtnRg
—De hecho dijo que su mujer le bajó algo los humos y entonces aprendió que su éxito no era solo suyo, sino fruto de un trabajo en equipo.
—Ella no me dijo eso de que no me creyera más que nadie, me dijo ‘te noto muy crecidito, muy seguro de ti mismo’. Y le dije: ‘Seguro de mí mismo voy a estar siempre, pero crecido no pretendo’. Sé que lo que tengo no me lo han regalado, lo he luchado, pero efectivamente, lo que tienes lo consigues gracias a todo el equipo involucrado. Por eso siempre que me dan un premio, nombro a todos, el equipo es básico. Pero ahora, que no me quiten nunca la seguridad en mí mismo, el día que me la quiten me voy a la mierda.
—¿Cuál sería la banda sonora de su vida?
—Primero Soy minero de Antonio Molina, que me recuerda a cuando jugaba en la calle y la radio se oía por la ventana. Luego, El Mundo de Jimmy Fontana, que fue la primera canción que puse en Radio Galicia el día que empecé, luego De colores, que es la canción que todos los hermanos cantamos en el Santiaguiño do Monte. Y Cuando se quiere de veras. No incluyo a Neniña porque forma parte de mi vida, pero no es definitoria.
—¿Sigue yendo a las verbenas?
—Sí, siempre estoy en las fiesta de Mera con mis amigos. Va la Panorama, la París, el Combo Dominicano…. Una vez subí a la Panorama en Cines, que está cerca de Betanzos, pero cuando la Panorama no era la burrada que es ahora con ese escenario. Ahora ahí no pintó nada ya.
—Dice también que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Sabemos de su buena memoria, pero ¿cómo va de salud tras haber padecido el covid?
— Estoy mucho más sano que antes, estoy más preparado para lo que me quede de vida que antes de la pandemia y me siento como un toro. La pandemia me ha enseñado a vivir mejor. La felicidad completa nunca se logra, lo mejor de la felicidad no es la felicidad en sí, sino el camino hacia ella porque el día que la consigues por completo, ese día desaparecen los sueños, desaparece todo.
—Los beneficios del libro, que va ya por su tercera edición, los dona a Cáritas y a Aesleme. ¿Por qué a esas entidades?
— Lo dono porque creo que tengo que pagar la felicidad. La felicidad tiene un precio, si eres capaz de saber el precio que tiene bien, si no, estarás toda la vida pensando que tienes que pagarlo y no lo pagas. La oportunidad fue genial, digo ¿cómo voy a vender yo por dinero todo este montón de recuerdos? La mejor manera de pagar a la vida todo lo que me ha dado es donarlo a gente que lo necesite, es una forma de pagar mi felicidad. Luego va a Aesleme, que es una asociación para el estudio de la lesión medular espinal de una amiga mía, Mariam Cogollo, a la que admiro mucho, y a Cáritas, que es la entidad más grande que tenemos para ayudar a la gente.
Zona Franca distingue a la compañía Lema que sigue innovando en los recubrimientos
La empresa Lema, responsable de fachadas singulares en Vigo como la azul ondulada del estadio municipal de Balaídos, la tornasolada del Hospital Álvaro Cunqueiro, la gris metalizada del Auditorio Mar de Vigo o la de la comisaría recibió hoy la visita del delegado de Zona Franca, David Regades. También trabajaron en el proyecto de la nave H, de la que es licitador el propio Consorcio de la Zona Franca. La empresa ha hecho fachadas con unos 16.000 metros cuadrados. Lema ha recibido este año dos Indicadores Ardán, como empresa bien gestionada y de alta productividad.
David Regades destacó «el trabajo de empresas punteras como Lema, que basan su trabajo en la innovación y ofrecen soluciones tan vanguardistas como la del estadio de Balaídos, con esa fachada ondulada en azul que lo hacen tan singular y reconocible en cualquier imagen, a la altura de instalaciones como la del Guggenheim». El delegado estuvo acompañado por la concejala de Valga María Ferreirós.
La compañía Lema, con sede en Valga, cumple este año su 45 aniversario con un amplio bagaje de soluciones innovadoras, tanto para edificios públicos, como para industrias y edificación privada.
Así, tiene en su haber multitud de fachadas ventiladas de inmuebles por toda Galicia, también soluciones para la industria que ya ha aplicado a concesionarios de automóviles por toda la comunidad, conserveras, instalaciones de empresas como Coren, así como centros comerciales como Marineda City y hoteles como el Galicia Palace de Pontevedra. También centros públicos como el Colegio Alborada de Vigo o el Hospital de Conxo.
Entre sus últimas innovaciones está la chapa trenzada, que permite su uso para obras de decoración en industrias y en edificación; así como los paneles con perforación artística, que permiten ofrecer cualquier tipo de imagen a través de la microperforación.
Corría un ocho de octubre de 1942 cuando Rosa Solar, una mujer coraje casada con Antonio Castaño, dio a luz en una humilde casa de Lestrove (Dodro) a un niño al que llamaron José Domingo. Sería el segundo de una extensa familia de doce hermanos que se crió en las rúas de Padrón, el pueblo que en realidad corre por las venas de quien hoy es uno de los comunicadores de mayor prestigio de nuestro país, con innumerables premios y distinciones. Pepe Domingo Castaño se ha hecho a sí mismo, con tesón. Ahora lo relata en un libro de recuerdos de radio y vida, prologado por su buen amigo Julio Iglesias. ‘Hasta que se me acaben las palabras’ salió a la venta el jueves. El miércoles 26, a las 18.00 h, lo firmará en la Librería Pensamentos (Padrón); y el 27, a las 19.00 h, en El Corte Inglés de A Coruña.
He de reconocer, querido Pepe, que cuando me encargaron hacerte esta entrevista me invadió una sensación de entre miedo y respeto que no sabría explicarte… (carcajadas).
Pero, ¿por qué? Si tú y yo ya nos hemos tomado unas cuantas chiquitas juntos…
Quizás por eso… y porque eres un paisano al que admiro de manera especial. ¿Qué te parece si arrancamos?
Adelante.
Hasta que se me acaben las palabras es la historia de vida y radio de un niño que nació en Lestrove, se crió en Padrón y detestaba la lluvia eterna de nuestra Galicia. ¿Qué recuerdos guardas de la niñez?
Lo primero que recuerdo de niño es felicidad. Pese a que no éramos una familia de muchos posibles y teníamos nuestras privaciones y nuestros problemas para arrastrarnos en el día a día, todo lo que recuerdo de mis años de infancia es la palabra felicidad. Y es porque los niños de entonces, al contrario de los niños de ahora, jugábamos; y lo hacíamos donde hay que jugar, en la calle. No puedo olvidarme, y además lo cuento en el libro, de aquellas mañanas y tardes jugando a Tres marinos a la mar, al Pañuelo, a la Chenda, al Marro, a un montón de juegos que ya no existen, a los que los niños de hoy ya ni llegan ni saben cómo son. Es una pena.
Sé que la familia siempre ha sido importantísima para ti, un pilar fundamental en tu vida… Tus hermanos, pero sobre todo tus padres. Si te pregunto por Antonio y por la señora Rosa, ¿qué me contarías?
Bueno, de mi padre te puedo decir que era un señor que no podía atender mucho a la familia porque estaba siempre liado. Era un multitrabajador. Aparte de estar empleado en la Papelera Española, en aquellos terrenos que tenía en Cesures, a la orilla del río, era un hombre que vendía de todo. Recuerdo a mi padre vendiendo piedras de mechero, aceite, tabaco… O sea, hacía, entre comillas, un estraperlo familiar bastante potente. Y tenía poco tiempo para la familia. La imagen que tengo de él es la de verlo subido en la moto regresando de Herbón a las siete u ocho de la mañana, después de haberse despertado a las cinco, para ir a las seis a comprar las lampreas para luego enviarlas a Madrid.
Y de mi madre, ¡qué te voy a decir! A pesar de lo que parecía, era una mujer de mucho genio. Luego, cuando ya fue cumpliendo años, se fue amansando y se convirtió en una mujer entrañable a la que necesariamente tenías que querer. Ellos dos son un ejemplo para mí que he mantenido a lo largo de toda mi vida.
Una mujer a la que quiso todo un pueblo, todo sea dicho…
Sí, eso es un orgullo para todos los hermanos. Cuando se murió mi madre fue como si muriese un trocito de Padrón. Y eso a nivel familiar es muy grande. En su entierro sentí que el pueblo la quería. Cuando se murió mamá Rosa es como si hubiese muerto la mamá de Padrón.
Antes de llegar a la radio trabajaste en una peletería de nuestro pueblo, en la Picusa de Padrón…
Sí, pero yo no hacía pieles. Estaba en contabilidad, recomendado por mi tía Maruja, la de Casa Castaño, que era muy amiga de Ignacio Zaragoza, el dueño de Picusa. Había que trabajar y allí estuve un montón de años sufriendo; porque, a pesar de que la gente que me acompañaba era muy buena y todos se portaron muy bien conmigo, yo no era feliz. Sabía que aquello no era lo mío. Lo que pasa es que estaba esperando el momento para dar el salto a lo que yo quería, que era la radio, la música. En fin, digamos que un mundo que no tenía nada que ver con las contabilidades ni con las oficinas. Hasta que lo conseguí, fue una época muy complicada.
Pegaste el salto a Radio Galicia, en Santiago; y también comenzaste a cantar. Eres uno de los fundadores del Orfeón Terra a Nosa del recordado padre Feijóo…
Una vez que llegas a Santiago y te metes en una emisora, Radio Galicia, que era como la portavoz de la ciudadanía compostelana, ya te metes en Santiago de verdad. Y entonces, no solamente fui locutor de Radio Galicia. A mí ya me encantaba cantar. El padre Feijóo vino un día a la radio y me habló de que quería montar el Orfeón Terra a Nosa. Me dijo que sabía que yo cantaba, porque me oía en la radio, y que quería que fuese el solista del coro. Y como yo era un buen acicate para que se apuntase mucha más gente… Me apunté y, conmigo, un montón de amigos míos. Y así nació Terra a Nosa. Además, en aquella época conocí a Agustín Magán, que era un hombre que dirigía un grupo de teatro que se llamaba Ditea. Me metió también el gusanillo, y me dediqué a hacer teatro. En las escaleras de A Quintana montábamos unas obras de teatro maravillosas. O sea, que hacía en Santiago un poquito de todo. Y eso me fue curtiendo para todo lo que lo que vino después.
A veces te he escuchado decir que cuando te fuiste a Madrid lo hiciste con una maleta vacía…
Vacía de ropa, pero llena de sueños. La maleta que me llevé a Madrid era una porquería. Pero dentro estaban todos los sueños de un chaval que quería ser algo más de lo que era. Y yo creo que eso es lo que me ha motivado toda mi vida. Cuando me fui a Madrid… no lo piensas, porque si lo piensas de verdad con la cabeza, no te vas. Yo lo pensé con el corazón. El corazón en mi vida ha sido el que ha mandado. Se ha equivocado un montón de veces, pero alguna vez también ha acertado. Y creo que hice bien yéndome a Madrid.
¿Cómo fue?
Me pareció horrible aquella mañana que llegué, un 31 de diciembre de 1966. Hacía un frío tremendo. No me conocía nadie, paseaba por la Gran Vía y… acostumbrado a que en Santiago todo el mundo me dijera en la calle… ¡adiós, Pepeeee! En Madrid no me saludaba nadie. Fue muy complicado. Pero creo que las cosas que te cuestan son las que luego más agradeces. Si no me hubiera costado tanto, a lo mejor hoy no le estaría tan agradecido a la vida.
Y luego llegaron los programas musicales en la radio y la tele… De eso también hablas en el libro.
Es un poco un libro de sentimientos. No son unas memorias. A mí no me gusta la palabra memorias. No, son mis sentimientos convertidos en palabras. Hablo de la tele, de la radio, de cuando llegué, del trabajo que me costó entrar en la Ser. Allí hice El gran musical, y cuando me dieron el Premio Ondas en el 75 fue una de las mayores alegrías de mi vida. Luego me di cuenta de que la música ya no me gustaba y pedí un cambio a la Cadena Ser para hacer otro tipo de cosas. Porque yo en cada momento sé que, cuando algo por dentro no te genera ilusión, tienes que dejarlo y cambiar. Y como El gran musical ya no me generaba ilusión, cambié; y me fui a Magazine. Luego vino Carrusel Deportivo, que fue el lanzamiento definitivo de una idea que me rondaba en la cabeza: hacer una publicidad distinta a la que se hacía entonces en España.
¿Y hablas de la canción?
Cómo no voy a hablar de la canción, de cuando grabé Neniña, Viste pantalón vaquero, de cuando me propusieron irme a México y logramos ser número uno allí. Cuando nadie, ni yo, lo esperaba; porque, ¿cómo un tío con la voz que yo tengo podía llegar a ser número uno en toda América? O sea, una locura que no esperaba ni yo ni nadie.
Neniña se ha convertido en un himno, al menos en nuestro pueblo, ¿qué sientes cada vez que vienes a Padrón y compruebas que todos, mayores pero también tantísimos chavales muy jóvenes, se saben y cantan con euforia Viste pantalón vaquero y la camisa de cuadros?
Pues que vale la pena hacer cosas. A mí cuando me dicen: oye, ¿por qué has cantado si no tenías necesidad de cantar y, además, no eres cantante? ¿Y qué pasa? ¿Que yo no puedo hacer lo que me apetezca? Cuando lo hice, lo hice con la seguridad de que era una canción estupenda. Si yo no supiese que esa canción iba a triunfar no la hubiera grabado. Y cuando ahora voy a la romería del Santiaguiño do Monte y veo que a mi lado hay montado un tinglado de gente muy joven, que te llama a gritos para que vayas allí con ellos a beber un vaso de vino y a cantar Neniña… Eso es maravilloso. No hay cosa más bonita. Eso es muy grande.
La transición de Ser a Cope, de Carrusel a Tiempo de Juego, ¿cambió en algo a Pepe Domingo Castaño?
Claro. Tiene que haber un cambio, porque no cambias solo de emisora, sino de vida, de objetivos, de todo. Recuerdo que cuando nos fuimos de la Ser a Cope a mí me acojonaba de verdad que íbamos a tener veinte clientes a los que había que buscarle el truquillo. Cuando nos fuimos a Cope no llevamos ningún cliente de la Ser, porque no queríamos perjudicar a la emisora, y fueron todos clientes nuevos. Y con cada uno de ellos tuve que inventarme eso que me invento yo con cada publicidad. Sirvió para removerme por dentro totalmente. O sea, me limpió todo lo que había hecho hasta ese instante y me animó para recuperar toda la fuerza que yo podría conseguir en el futuro. Un Pepe Domingo completamente distinto.
Y lo habéis vuelto a conseguir, porque hoy sois la radio líder en información deportiva, ¿verdad?
Ahora mismo, sí. Llevamos un año entero en el que nos han dado, por fin, el número uno del EGM, en tres EGMs. Eso demuestra que lo somos de verdad, que no hay engaño. Digamos que para mí era lo que me quedaba por conseguir, ser número uno también en una aventura que todos tachaban de locura.
De todas formas, me imagino que tú con lo que te quedas es con esa gran familia que es Deportes Cope, y que te ha bautizado como La leyenda de la radio...
Bueno, familia teníamos también en la Ser. Los cimientos estaban ahí. Luego, como nos fuimos de Carrusel más de cincuenta personas, en Cope no cambió demasiado. El concepto de familia siguió; y las costumbres habituales siguieron: los jueves de juerga, tomar copas juntos, contarnos todo, no engañar al que trabaja contigo, ser respetuoso con todo lo que te rodea, querer mucho tu programa y a su gente… Eso te va metiendo dentro una sensación de complicidad que termina en el éxito. La familia es la base y lo que transmite Tiempo de Juego no es un engaño, es la verdad: si somos así tenemos que demostrar también que lo somos con la palabra.
Nunca has tenido pelos en la lengua delante de un micrófono para decir lo que piensas, ¿cuáles han sido las consecuencias?
He dicho toda mi vida lo que pienso. Lo que pasa es que en los tiempos de la Ser no tuve mucha oportunidad. Me generó algún problema, porque hubo algún ministro que alguna vez llamó para decir… a ver ese señor que está diciendo estas cosas… hay que cortarle. Eso no lo he contado nunca, pero ha pasado. Sin embargo, fíjate que en Cope yo no he tenido nunca ningún problema. Nadie me ha llamado para decirme nada sobre lo que haya dicho o dejado de decir. Eso para mí es maravilloso, por supuesto.
Me consta que Pepe Domingo es muy amigo de sus amigos, ¿qué representa para ti la amistad?
Es que sin amistad, dime tú qué vida puede haber. Si no tienes amigos, qué te queda. Los amigos son la base de tu vida. El poder confiar en alguien, el tomar una copa con alguien, el contarle tus secretos a alguien, el ahogar tus penas con alguien, el compartir alegrías tuyas y de la gente que te rodea… Eso es la amistad: respeto, cariño…
Julio Iglesias, que es buen amigo tuyo y prologa tu libro, suele decir que lo que más desea en la vida —por ejemplo, más tiempo— no lo puede comprar con dinero. ¿Qué opinas?
Me parece una frase maravillosa. Porque ahora mismo yo gano dinero, sí. Estoy en un momento estupendo económicamente, pero, ¿en qué ha cambiado mi vida? Digo, no ha cambiado en nada. Tengo lo mismo que tenía hace veinte años. Lo que me falta es lo que Julio pide: tiempo. Porque sabes que, aunque tienes todo lo de atrás, delante te queda poquito. Y, a veces, cuando estás solo y lo piensas, es duro, muy duro.
¿Crees que llegará el día en que Julio nos visite en Padrón?
Pues no lo sé. Me lo ha prometido tantas veces y luego me ha llamado para decirme que no podía… que el día que lo vea sentado en Rial tomando un pulpo y pementos no me lo voy a creer. Espero que este año pueda venir y que, además, aprovechando que sale el libro, pueda darle un abrazo en mi pueblo.
Sé que Tere, tu mujer, es otro pilar indispensable en tu vida, ¿qué hay de ella en este libro de sentimientos?
Está en la dedicatoria del libro: A Tere, por todo. Y todo es todo. O sea, yo empecé a nacer a la normalidad cuando llegó Tere. En el momento que ella llegó a mi vida era un tipo muy famoso, porque hacía de todo: estaba en El gran musical, iba a sacar un disco, hacía televisión… Y yo pienso que el Pepe Domingo de aquel tiempo era un Pepe Domingo muy creído. La llegada de Tere supuso bajarme a la altura del suelo y decirme: ¡Ehh!, que esto no es para siempre, que tú lo que tienes que ser es tú. Y cuando me dijo eso, me di cuenta de que estaba equivocado. A partir de ese momento nunca más creí que lo que me rodeaba lo había conseguido yo. Nunca lo consigues tú. Lo consigues gracias al equipo que trabaja contigo y a la gente que te acepta o no te acepta. Tere es el faro que mantiene mi vida en los parámetros que yo quiero que esté.
El tuyo es un libro solidario: donas los beneficios a Cáritas y Aeslema.
Cuando la editorial me propuso sacar el libro, pensé: ¿y esto qué me va a producir? ¿Más dinero? ¿Para qué quiero yo más dinero, si no voy a ser más feliz? Entonces recapacité y dije: siempre, desde que nací en Lestrove, me crié en Padrón y terminé en Madrid, la vida me ha dado todo lo que le he pedido. No puedo quejarme de lo que me ha dado la vida. Tengo que compensar a la vida por todo esto; y la mejor forma es dedicarle el beneficio de este libro a gente que lo necesita mucho más que yo.
¿Se le acabarán algún día las palabras a Pepe Domingo Castaño?
Ahí está el título del libro. Es la última frase de la obra. Termina así: hasta que se me acaben las palabras. No iba a ser ese, sino Callejón de dos salidas, que es un callejón que tú bien conoces y que está en Padrón, al lado de la casa donde yo viví. Porque de pequeñito dije: si algún día escribo un libro, lo voy a titular así. Pero luego, cuando la editorial recibió el último capítulo me dijo que el título debería ser Hasta que se me acaben las palabras. Y estoy de acuerdo. Y cuando me preguntan, ¿hasta cuándo? Pues les respondo: hasta que haga el mejor programa de mi vida o hasta que se me acaben las palabras. Que sea cuando Dios quiera.
Ya por último, Pepe, ¿cómo te gustaría ser recordado?
Como un hombre que pasó por la vida intentando hacer felices a todas las personas con las que se cruzó.
Una pena que el escarabajo picudo rojo acabe también ahora con la palmera del jardín. Ya se llevó por delante la plaga casi todas las palmeras de la villa.
Santa Cristina de Campaña (Valga) acaba de despedir en la tierra a uno de sus referentes humanos más destacados.
Nos deja don Manuel Míguez Lodeiros, “Don Manuel”, natural de O Pino, y párroco que trabajó intensamente por la parroquia y por sus vecinos durante más de 50 años. Fue también anteriormente párroco de Brandeso (Arzua) y capellán de la familia de la Serna Ortega y Gasset.
Además, don Manuel fue durante muchos años profesor de religión católica en el instituto de secundaria de Padrón y allí dejó un recuerdo extraordinario que perdurará siempre.
Don Manuel ha sido un referente entrañable para todos por su cariño, su cercanía y su humildad.
Hospedó y acompañó a los jóvenes seminaristas que se formaban para el sacerdocio aportándoles experiencia y, sobre todo humanidad. Humanidad como pilar esencial en la evangelización de las personas.
Recordamos aquel dúo espectacular que conformó con Ramón Pazos ( “Moncho”) y que provocaron que decenas de jóvenes de la parroquia estuviésemos ansiosos por acudir a la iglesia permanentemente y siendo además la envidia sana de amigos de otras parroquias.
Organizaba e impulsaba diversas actividades para los vecinos: obras de teatro, representaciones varias, festejos, actuaciones deportivas, celebraciones eclesiásticas y cualquier evento que fomentase la amistad, el apoyo al prójimo, la fraternidad entre la comunidad.
Muchos recordaremos su implicación en las excursiones a Roma, Lourdes y Jerusalén , entre otras, e incluso apoyando iniciativas deportivas y futbolísticas.
Persona que siempre quería estar en un segundo o último plano pero que esas cualidades y bondades personales impedían que así fuese.
Él amaba inmensamente a su familia, se emocionaba al hablar de ellos y también amaba a sus feligreses.
Los vecinos lo adorábamos, hasta tal punto que en la parroquia le honramos con una plaza que lleva su nombre.
La parroquia de Santa Cristina, el Concello de Valga y todas las personas que hemos tenido el enorme placer de conocerle confiamos que Dios lo acoja en su seno con el mismo amor que le profesamos aquí en la Tierra y rogamos que ojalá sigan apareciendo seres humanos y sacerdotes con sus mismos valores.
Descansa en paz y te recordaremos eternamente.
(*) Autor: Enrique Mallón, feligrés de la parroquia de Santa Cristina de Campaña ( Valga)