No entiendo nada. Una de las salidas que los Gobiernos le ven al botellón es habilitar espacios para que los jóvenes se emborrachen con libertad, ¿menores incluidos? Es la demostración, una vez más, de que vivimos en una sociedad enferma. Hemos llegado al punto de que discutimos sobre asuntos surrealistas sin sentir vergüenza. La lógica, por los suelos. ¿Se imaginan? Los representantes de los ciudadanos sentados en el pleno votando y decidiendo dónde, cuándo y cómo se van a emborrachar los chavales. Vale todo. Hasta ponerle puertas al océano. Da igual que sepamos que muchos chicos y chicas que participan en los botellones son menores, algunos muy menores.
Da igual que se sucedan los comas etílicos. Da igual que destrocen el mobiliario urbano y los edificios. Da igual que no dejen dormir a nadie. Da igual que hagan pedazos su salud para el resto de su vida. Lo importante es buscarles un sitio. Los Gobiernos hablan de organizar botellódromos para sacarse el problema de en medio. Para que los vecinos puedan dormir (tienen derecho a protestar) y para que los niños puedan colocarse, conciliar sueño y pedo. Ya puestos, los ayuntamientos pueden decidir si el recinto será cubierto, cuántas ambulancias serán necesarias para los comas etílicos e incluso, por qué no, si se instala aire acondicionado y vomitorios con motivos de un diseñador local. ¿De verdad se lo plantean en serio? Algún ayuntamiento incluso lo ha puesto en marcha, con el dinero de todos.
Lo dicho, una sociedad enferma, donde el alcohol se ve como algo normal, no como la droga que es. Beber mucho es una fiesta que termina muy mal. No con resaca. Con una dependencia que arruina vidas. Mimemos esos futuros destrozados con botellódromos. Luego lloraremos porque se matan borrachos en las carreteras. Ah, ¿y dónde están los padres de hijos completamente borrachos a las tres de la mañana?
Columna «EN TINTA CHINA» de César Casal en la contraportada de LA VOZ DE GALICIA, 14/10/07