Padrón, ponliña verde, fada branca ó pé dun río… Iba a Padrón de peregrino del señor Santiago, pero no podía dejar de lado los versos de Rosalía, los primeros versos gallegos que supe de memoria y con el corazón. No olvidaba, dado que fui y soy dado a leer y aún a inventar libros y artículos, El siervo libre de amor, de Juan Rodríguez de la Cámara, cuya geografía iba buscando de monte a monte, de orilla a orilla, bajo la dulce caricia de la lluvia. Porque llovía como en el cantar por la banda de Laíño y por la banda de Lestrove, y presidían los montes del Treito y Carboeiro las grandes nubes atlánticas.
Bajo los porches del palacio del obispo de Quito yo le hacía a Padrón reproches. Cada uno va haciendo geografía no solo con la nula descripción terrenal, sino también, e incluso principalmente, con imaginaciones y sentimientos. El paseo de la ribera verde fue conmigo. Iba a contemplar cómo entran al Ulla las aguas del Sar en Pontecesures y de paso recordar las tierras de los Laíños. Me imaginaba cosas del cantar
De por aquí era aquel Álvaro Gómez que un día se fue a correr las Mariñas con Fernández Pérez, y Vasco da Ponte cuenta a los suyos: Cortar e queimar, que non han de ir cortar a Laíño. Pero el señor de las Mariñas, aquel Gómez Mérez que tan galán anduvo de justas y torneos en la corte de Juan II, «fue a Santiago y tomó gente suya y del arzobispo y fue a quemar San Julián de Laíño». Una tarde de lluvia ardían Bexo, Imo, Castro, Rial, Manselle, Reboiras, Dodriño, Revixós y Lestrove; y camino de Padrón, Gómez Pérez das Mariñas levantaba la visera para mejor contemplar cómo en las brañas de Dodro y en el verde Laíño todavía humeaban las hogueras de la venganza.
Ya camino de Santiago, Padrón dormía bajo la lluvia. Solo veíamos unas luces mecidas por el viento. El Sar seguía su viaje en la noche. Padrón, la villa que cantó Rosalía. Dejábamos en la lluvia y el viento una de las más entrañables tierras gallegas.
La Voz de Galicia