La señora Rosa vuelve a casa
«Se o que queren con isto é que marche a xente das aldeas, que saiban que imos pelexar moito. Aínda que teñamos que rodealo todo de cemento». La señora Rosa está de nuevo en casa. Tuvo que dejarlo todo el martes, cuando el fuego aislaba la pequeña aldea de Fenteira, en Pontecesures.
La escena parece extraída de un diario de guerra. Llamas por todas partes, eucaliptos de doce metros escupiendo metralla. Los vecinos, en su mayoría mujeres y ancianos, se refugian en un invernadero. La Guardia Civil sólo ve viviendas vacías y cree que el pueblo ha sido evacuado. El alcalde -«o único da redonda que se bateu»- rompe el cerco ardiente con tres operarios municipales, chamuscados pero peleones, y los localiza. Llegan Protección Civil, los bomberos, retorna el coche patrulla y los recoge para trasladarlos al Concello.
La señora Rosa volvió a las once, por la noche, cuando el peligro había sido conjurado. Su historia se repite en muchos recunchos del país, como el eco de un disparo. «Escoitamos un estoupido e xa estaba todo ardendo, as leiras». Su casa sigue en pie. Del resto, la mitad arrasado, «as masás, asadas xa nas masiñeiras, as hortas, as viñas. Salvouse o ‘Puchiño’, pero ¿que lle damos de comer se non queda nin herba?».
Tres días antes de la catástrofe, los vecinos de Fenteira dejaron de regar sus huertas. «Xa viamos que podía vir o lume». Ni por ésas. «Estes condenados saben ben o que fan». La víspera del ataque, su hijo Julián cumplía 16 años. «Non o di, pero ten o medo aínda no corpo».
De mañana, al abrir sus ventanas, la señora Rosa lloró, «sen saber moi ben por que». Sí sabe algo: «Isto non pasara na vida, queren asustarnos». La gente se endurece. No lo tendrán fácil.
:: La Voz de Galicia :: Por Serxio González
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