El toro que se hizo torero en Vilarello.

Publicado por Redacción en

Hugo

Hugo -unos dos años, camiseta blanca y roja y tirabuzones oscuros- caminaba vacilante sobre el césped del área recreativa de Vilarello, ajeno al barullo que, de vez en cuando, explotaba unos metros más allá. Esas bombas sonoras tenían muchos componentes. Los más sobresalientes, los acordes de un paso doble y los gritos que lanzaba el público que más que llenar, abarrotaba una plaza de toros móvil. Esa estructura, y el espectáculo que contenía, había llegado hasta Valga, un año más, para celebrar con los vecinos de esta localidad la multitudinaria y alegre Festa da Xuventude.

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Casi colgados sobre el coso, los espectadores disfrutaron de una tarde taurina en toda regla. Un grupo de rapaces de Valga, bautizados como la cuadrilla de Tito de Victoriano y vestidos con auténticos trajes de luces de los chinos, hicieron la parodia del paseíllo inicial acompañados de una Duquesa de Alba en horas bajas. Luego, las puertas se abrieron y dejaron salir a la arena a dos vaquillas, Escondidita y Misionera. Dos animales de cuerpo fibroso y animo fiero a los que el torero Emilio Colmenero tuvo que amansar antes de dejar que saltasen a la pista los aficionados con ganas de poner a prueba su temple, su valor, y sus riñones.

La operación salió a pedir de boca. El público se divirtió con los pases de los toreros made in Valga. En aquel momento, ninguno de los que estaban en la plaza sabía que el espectáculo, el auténtico espectáculo de la tarde, aún no había comenzado. Lo traía, entre los cuernos, Trepador, el toro que iba a poner la nota profesional a la velada.

A Trepador lo toreó Emilio Colmenero con el rigor con el que se tienen que hacer estas cosas. Tras la demostración de sus buenas artes, el diestro dejó la plaza libre a dos recortadores que hicieron las delicias del público con sus pases a ras de toro. Al animal, sin embargo, tanta pirueta y tanto requiebro no debió de hacerle gracia. Y que el presentador del acto, Héctor Bermúdez, se metiese con sus atributos, aún menos. «Coidado con eses cornos que os ten raros. Un mira para un lado e outro mira para outro», decía el animador de la velada.

Pasaba de las siete y media de la tarde cuando los organizadores del espectáculo decidieron que había llegado la hora de que Trepador se retirase a sus aposentos. Así, aún quedarían unos minutos para dar la oportunidad a los aficionados a volver a medir sus fuerzas con las vaquillas. Y fue justo en ese momento cuando el toro decidió convertirse en torero. Cuando Trepador comenzó a torear a todos los que salían a la arena para intentar devolverlo a su corral improvisado.

Primero fueron los recortadores los que trataron infructuosamente de sacarlo de la plaza. Una vez demostrado que el animal no se dejaba engañar por los chavales de camiseta roja que se cruzaban ante sus ojos, intentaron seducirlo sacando a la arena, de nuevo, a las vaquillas. Primero a una. Después a la otra. Pero, aunque en más de una ocasión Trepador las siguió hasta la puerta de salida, cada vez que se acercaba al umbral daba media vuelta y volvía a conquistar al público, que aplaudía entregado a la causa del bicho.

Al toro lo tuvieron que sacar de la plaza echándole un lazo y tirando de él. Ocho hombres hicieron falta para meterlo en vereda. Se fue el animal, pero por la puerta grande, cuando ya habían dado las ocho y tras haber puesto un glorioso final a la Festa da Xuventude. Esa que reúne en Valga -porque Valga es así- a jóvenes de cero a cien años.

Como no todo van a ser vaquillas, la fiesta incluye en su menú unas olimpiadas de aldea que incluyen todos los juegos tradicionales que a uno se le puedan ocurrir: desde el brilé hasta el pañuelo. La competición se la toman los participantes muy en serio. Y ayer, mientras Trepador hacía de las suyas, una joven de Forno presumía de las medallas que hizo ganador a su equipo. Entre los chicos triunfaron los de Vilarello.

La Voz de Galicia


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