El coronavirus pone los churros a enfriar.
Atrapado está el sector en un callejón sin salida: podrían vender su producto, ¿pero a quién?.
En cualquier buena fiesta gallega no pueden faltar los gaiteiros, los pulpeiros o las orquestas, pero tampoco los churros. Los churreros ambulantes, en realidad, están por todos lados porque a quién no le apetece una buena docenita de ese manjar recién salido de la sartén cuando se está dando una vuelta por el mercadillo o un paseo una tarde de domingo cualquiera por Vilagarcía. Un placer que, evidentemente, ha desaparecido de nuestras vidas tras la irrupción del coronavirus y que ha dejado al sector de los churreros ambulantes totalmente desprotegidos.
La Churrería Sandra, en Pontecesures, es uno de los buques insignia de este tipo de negocios en la comarca del Baixo Ulla. «No hay eventos en la calle, no hay ferias, no hay nada. Nosotros no podemos salir a la calle con nuestros furgones a montar un estand de una churrería y ponernos a vender porque la gente no puede venir a la calle», explican los propietarios.
Lo cierto es que los churreros ambulantes están metidos en todo un laberinto. Agrupados en el sector de la alimentación, apuntan desde Pontecesures que ellos podrían seguir vendiendo su producto, pero que sería algo absurdo porque no es un producto de primera necesidad y podrían multar a quien bajara de su domicilio exclusivamente para comprarlos. Al margen de otras consideraciones de lo más lógico. «Nin sería ético, nin san», apuntan desde la Churrería Sandra.
Desde el 14 de marzo con los hornillos apagados, las facturas sin embargo, siguen llegando. La opción que les queda, y que están estudiando, es optar por el ces de actividad, pero para eso tienen que demostrar una merma en los ingreso del 75 %, algo que tampoco va a ser muy fácil porque lo que ha sucedido, directamente, es que las ferias, mercadillos y demás eventos se han cancelado. Y temen, además, lo que pueda suceder durante el verano.
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