Los tres carballos de don Avelino.

Pontecesures cumple cien años marcados por el Ulla, la lamprea, el tren, la Nestlé y Chanteclair
Luis Álvarez fue el primer alcalde nacionalista de Pontecesures. En abril del año 2000, cuando se cumplían 75 años de la fundación del pueblo, Álvarez recordaba sus años de escuela con el profesor Avelino Pousa Antelo (A Baña, 1914; Teo, 2012). El ilustre galleguista, intelectual, escritor, defensor incansable del agro gallego y presidente de la Fundación Castelao y del Partido Galeguista, les enseñaba en clase y en plena dictadura a cantar el himno gallego. «Pero cantade baixiño», les rogaba prudente. El día que murió Franco, don Avelino no explicó a los niños los pormenores del suceso, simplemente los llevó al patio del colegio y sembraron tres carballos simbólicos, que luego crecieron a la par que Pontecesures.
El año que murió Franco y Pouso Antelo plantó los carballos, Pontecesures cumplía medio siglo de existencia. Tenía entonces 2.700 habitantes. En 1925, año de su fundación, contaba con 900 vecinos. Hoy supera los 3.000 (3.088 según el censo de 2024) y se cumplen 100 años desde que las fuerzas vivas del núcleo más dinámico y urbano del entonces extenso municipio de Valga, donde vivía la burguesía, donde más dinero se movía y el comercio parecía más boyante, consiguieron un objetivo largamente acariciado: independizarse de Valga y crear un nuevo concello.
Al tiempo que los tres carballos de don Avelino enraizaban y buscaban el cielo, la democracia se instauraba en España y también llegaba a Pontecesures. Sin embargo, los cesureños decidieron que no querían cambiar de alcalde y, en las primeras elecciones municipales, votaron a quien los gobernaba desde 1970, en plena dictadura. Ese alcalde se llamaba José Piñeiro Ares y era trabajador por cuenta ajena, maestro, aunque no ejercía, escritor y cronista de la villa desde 1953. Era un personaje muy singular que reconocía haber pasado del dedo al voto. No cobraba por el cargo y su sueño era que el estuario del Ulla se convirtiera en un estuario como el de Hamburgo.
Piñeiro Ares gobernó en Pontecesures desde 1970 hasta 1995, la cuarta parte de la historia del pueblo. Fue un mandatario peleón y, digamos, ocurrente. En 1991, polemizó con Jesús Villamor, alcalde de Padrón, al organizar en Cesures unas fiestas de Pascua al tiempo que la tradicional y multitudinaria Pascua de Padrón. Se dijeron de todo y Piñeiro cedió, pero se reinventó organizando, antes del domingo festivo padronés, 15 días de festejos que culminaron con la I Festa dos Ovos con Chourizo y la actuación estelar de Marianico el Corto. Corrieron ríos de tinta y un aluvión de artículos avergonzándose de aquel casticismo bizarro, que ahondaba en la herida provocada por la contratación, unos meses antes, de Regina dos Santos, mito erótico del patriarcado machista.
De los huevos a la lamprea
Desde que Piñeiro dejó la alcaldía, Cesures ha sido gobernado ocho años por Independientes de Pontecesures, cuatro años por el Partido Popular y 18 por el BNG, que hoy ostenta la alcaldía en las manos de Maite Tocino Barreiro. Con el cambio de alcaldía, se desterraron del imaginario festivo cesureño los huevos y las sartenes para sustituirlas por las más lógicas cazuelas donde se guisan las lampreas. Fue así como, coincidiendo con el 75 aniversario de la creación del municipio de Pontecesures, se celebró una Festa da Lamprea, que aún perdura, en la que se repartieron novecientas raciones y la hostelería local disfrutó de un lleno apoteósico en el municipio que, el año 2000, tenía más bares por habitantes de la provincia de Pontevedra: uno por cada 62 cesureños.
Entre 2019 y 2023, el alcalde de Pontecesures fue el popular Juan Manuel Vidal Seage, un caballero comedido y ecuánime que publicaba hace unos días en La Voz un artículo recordando el centenario de su pueblo y señalando sus «sinais de identidade, desde o río Ulla ata a Nestlé, orixe dun modelo urbano singular que coadxuvou moito na nosa independencia, pasando polo churro ou a lamprea, entre moitas outras».
En ese modelo urbano singular ha tenido mucha importancia el ferrocarril. Durante años, un paso a nivel marcaba la vida en la localidad. Cuando Cesures cumplía 75 años, 44 convoyes ferroviarios, más esporádicos mercancías, cruzaban la villa cada día y la paralizaban. Las primeras barreras bajadas y los primeros atascos se producían a las seis y media de la mañana y los últimos, a las doce de la noche.
Entre esas «moitas outras» señas de identidad evocadas por Vidal Seage, hay una muy popular y por la que media Galicia conoce Pontecesures: la discoteca Chanteclair. Inaugurada en 1979, esta sala de fiestas, cuyo nombre está inspirado en el de un popular cabaré libanés, atrae desde su inauguración a miles de jóvenes gallegos. Allí triunfaban Pepe Garalva (Lugo, 1929-2015) con sus misses, inolvidable el título de Miss Cacaolat, y el finado Manolo Escobar con su carro. Nunca olvidaré la noche que lo entrevisté en su camerino mientras comía un bocadillo de mortadela y Piñeiro Ares rumiaba los gastos del concierto por la discoteca.
Cesures crece en su centenario; Chanteclair se acerca al cincuentenario más moderna que nunca (las entradas se venden en El Corte Inglés, seis líneas de autobuses la unen con decenas de aldeas y ciudades cada fin de semana, cuenta con 25 zonas VIP y los tres carballos de don Avelino son la rúbrica lírica a cien años de historia.
J.R. Alonso de la Torre
La Voz de Galicia
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