Monumento al minifundismo electoral, Pontecesures es una especie de laboratorio en el que casi todo es posible cuando se trata de elegir alcalde y corporación. A poco que suene la flauta, el pequeño municipio arousano, cuyo censo anda por los 2.500 votantes, contará con un número de opciones políticas que para sí quisieran muchas de las grandes urbes del país. Nada menos que siete formaciones en liza el 22 de mayo.
A saber, los Independientes por Pontecesures de Maribel Castro, la regidora menos votada que se recuerda y única concejala de su partido; el BNG de Álvarez Angueira, destronado en el 2007 por una amalgamada alianza del resto de candidatos; el PSOE que esta vez lidera Roque Araújo; el Partido Popular con Vidal Seagre al volante; la Agrupación Cidadá de Pontecesures, que Sabariz y Diz desempolvan tras su fugaz y traumático paso por el puño y la rosa; Terra Galega, que solo una parte de los descontentos del PP, con el ex edil Ángel Souto como referente, están cocinando, porque otra fracción de conservadores escaldados, dirigidos en su caso por el portavoz próximamente defenestrado de la gaviota, Rafael Randulfe, acaricia su propia aventura.
Si este concurrido coro de aspirantes al bastón de mando se confirma, bastará que en Pontecesures se reúnan 96 votos (este será el umbral del 5% de sufragios que la ley exige para que una formación compute en la distribución de ediles si la abstención se mantiene, como hace cuatro años, en un 25%) para sentar a un concejal en el Ayuntamiento. Con estos números, cualquier grupo de amigos y sus familias bien podrían poner y quitar alcalde. Nada que objetar desde el punto de vista de la participación ciudadana. Al fin y al cabo esto es lo más cercano a la democracia directa a lo que hoy por hoy podemos aspirar. Pero algo sugiere que la ensalada va a resultar indigesta cuando cuatro de los ingredientes proceden de la misma leira.
Colummna «La cosa política», por Serxio González
LA VOZ DE GALICIA, 27/03/11