En el Bajo Ulla, a caballo entre las provincias de A Coruña y Pontevedra, o lo que es lo mismo, en el cauce que discurre por localidades como Padrón, Teo, Pontecesures, A Estrada y Vedra, la pesca de lamprea aún se practica como lo hacían los romanos. Se trata de las conocidas como pesqueiras, «ingeniosas construcciones formadas por grandes sillares de piedra que se sitúan dentro del río y se alinean en perpendicular o en oblicuo al curso del agua; estrategia que permite la captura de los peces cuando remontan el río».
Así lo explica Miguel Piñeiro, un gran conocedor del Ulla, de su preciado pez cartilaginoso y de los diferentes métodos de captura utilizados en este río. En su libro titulado «Lampreas e pesqueiras», publicado por Editorial Galaxia, Miguel Piñeiro resalta que «entre estas moles de piedra (lo que se llama corredor, pasillo o calle) o a ambos lados se colocan los ‘butrones’, ‘copos’ o ‘redes’ donde entran las lampreas».
También aclara que «la concesión para pescar lampreas en las pesqueiras del Ulla tiene su origen en un documento fechado en el siglo IX que en actualidad está en poder de la familia Lago de Herbón y que en su día fue interpretado por un fraile del convento de los Franciscanos».
Ese convento se sitúa prácticamente encima de las pesqueiras en las que trabaja Antonio Caldelas Vidal, un vecino de Herbón (Padrón) de 50 años que relata lo duro que puede resultar el trabajo en estos lugares y el riesgo que corren tanto él como los demás pescadores.
Hay que tener en cuenta que la actividad se desarrolla de noche y que las corrientes del Ulla son especialmente intensas en los lugares donde se sitúan las pesqueiras, sobre todo este año, después de tantos meses de lluvias copiosas. Caer al agua con temperaturas gélidas, con escasa o nula visibilidad y entre fuertes remolinos «puede provocar hemorragias en los oídos y todo tipo de problemas físicos, pero también la muerte», indica el propio Antonio Caldelas.
En su caso ya sufrió alguna que otra caída al agua, aunque afortunadamente pudo ponerse a salvo. Pero conoció compañeros que perdieron la vida trabajando en esas pesqueiras que, no cabe duda, forman parte de la historia y el patrimonio del bajo Ulla. Son construcciones con historia que «pasan de padres a hijos, generación tras generación, aunque a los jóvenes de ahora ya no les apetece tanto este trabajo ni se sienten tan implicados», indica Antonio Caldelas, padre de tres hijos.
Trabaja en las pesqueiras desde niño, aunque durante un largo periodo de su vida vivió del mar, antes de regresar al apasionante mundo de la lamprea y su escurridizo remontar del Ulla en busca de las zonas de desove.
Mientras trabaja y arriesga su vida para capturar las lampreas, primero colocando estratégicamente las redes y a la mañana siguiente levantándolas para comprobar si ha pescado algo, Antonio Caldelas Vidal apunta que este año está siendo especialmente bueno para los «valeiros», es decir, los pescadores que capturan el preciado pez a la altura de Pontecesures mediante el uso de la nasa butrón. «Pero para nosotros, en las pesqueiras, no está siendo una buena campaña; en mi caso no pude empezar a trabajar hasta hace una semana, debido al excesivo caudal que llevaba el río», reflexiona.
Actualmente Antonio Caldelas captura «tres o cuatro piezas cada noche», pero confía en que las cosas mejoren a partir de ahora, con el cambio del tiempo y la reducción del caudal. En cualquier caso, recuerda con nostalgia otras épocas de esplendor, cuando entre las ocho de la tarde y las ocho de la mañana del día siguiente había que levantar las redes de las pesqueiras casi cada dos horas, ya que se llenaban pronto de individuos de esta prehistórica especie marítimo-fluvial.
Miguel Piñeiro explica que «las pesqueiras del Ulla están formadas por grandes bloques, más o menos cuadrangulares, de piedras de muy variados tamaños; las que mejor se conservan cruzan prácticamente todo el río y soportan extremas corrientes de agua. Sus dimensiones varían, pero la media es de tres metros de alto por dos de lado y otros tantos de ancho. Están alineadas en perpendicular a la corriente cruzando casi todo el río menos una gran corriente central que se llama ‘vena’ y que queda libre de trampas. A los huecos que hay entre los bloques, en este río se les llaman ‘boquetes’ o ‘pasillos’ y es el lugar donde, a semejanza de las pesqueiras del Miño, se arman los artilugios de pesca», que son aparejos de uno o dos metros.
Faro de Vigo