Fina, 50 años siendo churrera: «Me levantaba a las cinco de la mañana y no volvía hasta las diez de la noche. Ahora quiero que mis nietos me paguen un viaje a Punta Cana».

Después de toda una vida en su puesto de churros, Fina cuelga el delantal. Ahora continuará con el legado su nieto Ibai, que ha conseguido transformar el negocio de su abuela. «Sentí un orgullo inmenso cuando mi nieto me dijo que quería seguir con la churrería», confiesa

Fina tiene 67 años y hace pocos días que ya está jubilada. Durante 50 años ha recorrido mercados, ferias y romerías con su puesto de churros. Una vida ambulante que puso en marcha su bisabuelo en 1842. Ahora, su nieto Ibai se convierte oficialmente en la quinta generación al frente del negocio, ya que hace un año lo transformó y abrió las puertas del local que lleva la esencia de su abuela y de su tatarabuelo: La Quinta.

A pesar de haber iniciado su jubilación, a Fina todavía «le pica» seguir vigilando que vaya todo bien y poder echar una mano. «Es que son tantos años seguidos que se me hace raro», confiesa. Pero está tan contenta que no deja de sonreír y recuerda el momento en el que su nieto le dio la noticia de que Churrería Fina no moriría. «Para mí fue una sorpresa muy grande. Sí que es verdad que venía conmigo a la feria a trabajar y a hacer las masas, pero yo nunca me imaginé que iba a poner el local que puso», explica. Y además en un sitio fijo en plena capital gallega. «Trabajábamos por toda la zona de Vigo, Redondela, Tui, Porriño… Íbamos hasta a la feria de Arteixo. Que mi nieto trajese la churrería para Santiago, que es la capital, fue un orgullo inmenso», afirma.

Su vida no fue fácil, porque tuvo un trabajo muy sacrificado en el que no podía hacer planes ni preocuparse por la hora. «Es una vida muy dura. Te tiene que gustar muchísimo todo el mundo de la feria. A mí me gustaba mi trabajo. Yo hacía una masa para los churros y decía: ‘Bueno, pues tengo un gimnasio’ y cuando los freía pensaba: ‘Pues también tengo sauna e hidratación para la piel’. Iba haciendo del trabajo una alegría para llevarlo mejor», indica.

Madrugones y viajes en coche que incluían montar y desmontar un puesto para que su clientela pudiese disfrutar de unos churros recién hechos. «Me levantaba todos los días a las cinco de la mañana y a las seis salía de casa, pero no volvía hasta las diez de la noche. Los días de invierno llovía y te mojabas. Nos quedábamos con la mojadura, pero teníamos que ir, porque siempre había alguien que quería unos churros», detalla. Su agenda también se veía modificada por el trabajo. «Fíjate, cuando mis hijos se casaron, hicimos la boda en un día festivo por no perder el sábado y el domingo de atender a nuestra clientela. Amoldamos nuestra vida al negocio», confiesa.

«No me imaginaba mis churros con Kinder»

En cuanto Ibai abrió el local, ella acudió sin dudar para aportar la experiencia que ha recolectado durante tantos años en su puesto. «En la cocina estuve enseñando y dando consejos. Mi nieto me llamó y me pidió que le echara una mano porque quería tenerme ahí para contribuir con mi experiencia», cuenta. Aun así, no se imaginaba que sus famosos churros podrían convertirse en piruletas y corazones o estar bañados en salsa de Kinder o rellenos de dulce de leche. «Por supuesto que no lo imaginaba. Y eso lo hizo mi nieto y por eso digo que para mí es muy importante que él le pusiera tanta pasión a esto, porque nosotros hacíamos lo básico siempre, churros y poco más. Como mucho con un poquito de chocolate», puntualiza.

¿Y cuál es el secreto de unos buenos churros? «Creo que la clave es que te guste hacerlos, porque día a día mejoras la receta aunque ya la sepas. Y hablar con el cliente todos los días porque vas aprendiendo todavía más. Después siempre hay algún secreto que no se puede contar. Pero bueno, el resumen es tener ganas, hacer un buen amasado y tener un buen aceite y una buena harina. De ahí te sale un buen churro», admite.

Mientras Fina no le quita el ojo a su nieto con su sonrisa intacta, Ibai explica los inicios del proyecto. «Hace dos años falleció mi abuelo y decidí ir a echarle una mano porque estaba un poco sola. Además a mi abuela ya le costaba ir a las ferias porque son duras y que duran todo el día. Ten en cuenta que sales de casa a las seis de la mañana, coges el coche y no vuelves hasta que dan las diez de la noche. Yo también estaba pasando por un momento de mi vida un poco de transición y venía de otros trabajos. Sobre la marcha se me fue ocurriendo una idea que ya mi padre pensó en su día y que el resto de la familia tenía ahí un poco en un vaivén. Al final los astros se alinearon, por así decirlo, y abrimos el local», cuenta.

Porque Ibai, a pesar de ser gallego, se marchó de Galicia cuando era pequeño. «En Madrid estuve estudiando, pero en Marruecos pasé toda mi infancia. En cuanto me deshice de la empresa que tenía allí, justo pasó lo de mi abuelo y acabé volviendo para aquí. Mientras le ayudaba ya tenía la intención de ver por dónde podíamos tirar y por dónde podíamos reconstruir el negocio», afirma. Escoger el nombre tampoco fue sencillo porque tenía que reflejar que continuaba el legado. «Todos los churreros que tú te encuentres por la provincia y alrededores suelen ser familia de mi abuela. Tuvimos la idea de ponerle Churrería Fina para continuar, pero decidimos buscar un nombre un poco más simbólico, que leyéndolo con un pequeño matiz que tienes la gente lo entendiese», cuenta.

«Mi abuela es exigente»

Y así nació La Quinta. «El tema de la empresa fue algo que me encantó desde siempre. Antes de esto tuve una empresa propia y nos dedicábamos al mundo de la construcción, que también me atrae mucho. En mi casa el negocio ambulante siempre se vio como algo muy duro, en el que a la mínima si tenías la opción de estudiar, estudiabas. Pero al final en mi caso acabó tirando también la tradición familiar. Me daba pena que se quedara sin continuidad después de tantas generaciones y de tantos años de trabajo. Finalmente encontramos la manera de darle una vuelta y de reconvertirlo, por decirlo de alguna manera», confiesa. Además tuvo claro desde el principio que se lo tomaría en serio. «No queríamos que fuese solamente una marca, de montar el local y olvidarnos, sino que detrás de la marca, seguir trabajándola y poner el mismo empeño que se ponía en el puesto de la churrería desde siempre», afirma.

Ibai es igual de perfeccionista que su abuela. «Mi abuela aquí no lo es, pero en su negocio lo fue mucho», confiesa. «Aquí, porque él es el dueño, pero en el mío sí», le replica ella. Pero a todo se le saca el lado positivo. «Yo pienso que serlo es algo bueno. Aunque mucha gente siempre te suelta el comentario de que los churros solo son harina, agua y sal, es algo mucho más complejo de lo que se piensa. Al ser algo artesano, requiere que seas siempre perfecto y constante. Nosotros aquí lo que intentamos es que tú vengas un día, te comas un churro, y al cabo de tres meses vuelvas y te comas otra vez el mismo churro sin ninguna variante. Eso es muy difícil de conseguir», explica él.

Además de querer todo perfecto, a la familia también les caracteriza el don de gentes. «Estar de cara al público siempre nos gustó mucho, así que ya estamos acostumbrados. Si ibas a la feria tenías que ser bueno con la clientela, no te quedaba otra. Entonces, esa parte fue lo que menos costó. Y como en la familia siempre hubo la costumbre de que los fines de semana se trabajaba, no cambia nada de que aquí también se haga», detalla Ibai.

Su primo Borja —que también es nieto de Fina— aporta su granito de arena en los fogones. «Mi primo Borja está de cocinero. Estuvo desde el principio aquí conmigo echándome una mano. Fue aprendiendo poco a poco y ya se quedó. Como sigue estudiando en la universidad, compagina los estudios con esto para sacarse un extra», indica. «Ver lo jóvenes que son y que tengan esas ganas de trabajar y de luchar es lo que me llena, porque pienso que todo lo que hemos hecho con nuestro negocio tuvo su fruto y no se quedó ahí. Ahora continúa», indica Fina.

¿Y ahora qué hará con tanto tiempo libre? «Me gusta viajar, lo que pasa es que por mi trabajo no podía. Ni tampoco podía tener esos fines de semana para descansar. Los domingos trabajaba siempre en la parte sur de Galicia, aunque nos movíamos por otras zonas para fiestas y romerías. El otro día fui al mercado a Padrón y me di cuenta de que llevaba 40 y pico años sin ir de paseo. Ya no me acordaba de lo que era aquello», confiesa. Por su parte, le deja caer a sus nietos —que son tres en total— que deberían pagarle un viaje. «A ver, yo creo que entre todos no es tanto… Le toca poner poquito a cada uno, ¡eh!», exclama Fina «¿Tú qué prefieres, playa o montaña?», le pregunto. «¡Playa, playa!», responde efusivamente. «¿Punta Cana?», le propongo. «¡Por ejemplo!», contesta mirando a su nieto. «Algo se hará. Hay que agradecer también todo el esfuerzo», afirma Ibai. Lo que no cabe duda es que a esta abuela se le cae la baba.

La Voz de Galicia

Los bomberos y Protección Civil de Valga continúan trabajando entre el barro.

Tres miembros de la agrupación de voluntarios del Baixo Ulla ayudan en Alfafar

La solidaridad desde Arousa también está llegando a través de los servicios de emergencias desplazados a Valencia. Allí seguían ayer tres miembros de Bombeiros do Salnés y otros tres de Protección Civil de Valga, achicando agua y ayudando en todo lo que pueden en estos momentos tan trágicos. «Isto é como unha zona de guerra, non se pode comparar con nada máis porque nunca vimos nada igual», explica desde Alfafar José Manuel Otero Camaño, responsable de la agrupación de Valga. Junto a él trabajan sobre el terreno Juan Jesús Santalla y Alberto Otero, que completan un equipo de doce personas integrado por Protección Civil de Cangas y Oitavén-Tea bajo el paraguas de puesto avanzado de la Xunta de Galicia.

Los voluntarios se confiesan abrumados por el escenario que se encontraron y la cantidad de trabajo que queda por delante y agradecen el buen recibimiento que han tenido por parte de los afectados: «Sen coñecernos de nada pregúntannos se comemos, dannos café…».

Los bomberos y Protección Civil de Valga continúan con los pies en el barro mientras que otros efectivos desplazados desde las policías y grupos de emergencias de Vilagarcía, Cambados y Vilanova ya han regresado.

La Voz de Galicia

Más parados en Pontecesures.

También este año, octubre se ha confirmado como un mes negro para el empleo en el conjunto de los concellos del sur de la ría de Arousa. El punto final a la temporada de verano, alargada en la comarca por el efecto tractor ejercido por la Festa do Marisco de O Grove, ha elevado en 161 personas la cifra de demandantes de trabajo registrados en las oficinas públicas de empleo, que se sitúan en los 4.834. Un 3,44 % más que los 4.673 al cierre del mes de septiembre en los once municipios de la zona. Unos datos que otorgan al sur de Arousa la poco edificante etiqueta de principal punto de crecimiento del paro en octubre en Galicia, sumando el 13,2 % de los 1.222 nuevos desempleados de la comunidad.

El adiós al verano y a los empleos asociados al turismo y las actividades de ocio de la época de vacaciones por excelencia en nuestro país queda patente en la distribución de los nuevos parados. De ellos, 146, esto es, el 90,7 % de los 161 trabajadores sumados a la búsqueda activa de un contrato a través del sistema de colocación de las Administraciones del Estado, aparecen agregados al sector servicios, en el que aspiraban a retornar al mercado de trabajo 3.313 personas al término de octubre.

El aumento del paro registrado resulta anecdótico en el resto de los sectores, con 1 ciudadano más apuntado a las listas en la casilla de agricultura y pesca con respecto al mes de septiembre, para un total de 237, 2 en la de construcción (312 en total) y 7 en la de industria (598). El colectivo sin un empleo anterior pasó de los 369 demandantes de un contrato a los 374 (+5).

El incremento del número de parados se concentró en esta ocasión entre los trabajadores varones, 120, por las 41 mujeres que pasaron a engrosar el registro en octubre. Esto es, tres de cada cuatro nuevos desempleados en la comarca son hombres.

Por concellos, Pontecesures fue el que registró un mayor crecimiento porcentual de su número de vecinos en busca de un puesto en el mercado laboral, del 8,5 %, al pasar de 117 a 127, seguido de Catoira, con un incremento del 6,5 % (de 123 a 131) y A Illa de Arousa, con el 6,1 % (de 131 a 139). Les siguen, por este orden, Vilanova de Arousa, con una subida del 5,6 % (de 467 a 493 parados), O Grove, del 4,9 % (de 328 a 344), Meis, del 4,6 % (de 151 a 158), Cambados, del 3,6 % (de 561 a 581), Vilagarcía de Arousa, del 2,6 % (de 2.272 a 2.332), Meaño, del 1,4 % (de 146 a 148), Ribadumia, del 1,3 % (de 156 a 158) y Valga, del 0,9 % (de 221 a 223).

Con todo, la imagen cambia radicalmente si en vez de entre los dos últimos meses la comparación se realiza a nivel interanual. Así, los 4.834 parados con los que se despidió este último octubre en los once concellos del sur de Arousa son 510 menos que los 5.344 registrados justo un año antes. Hablamos, pues, de una caída del 9,5 % en doce meses.

La Voz de Galicia

Unha ducia de gatos da rúa foron vacinados e esterilizados.

Ao longo desta semana, nas rúas de Pontecesures levouse a cabo unha nova campaña de captura, esterilización e retorno nas colonias felinas na vila. Segundo explican, una ducia de animais foron esterilizados, desparasitados, vacinados e colocóuselles un chip antes de ser devoltos ás rúas grazas ao convenio de colaboración coa Deputación a traves dos dos servixos da CAAN.

La Voz de Galicia

Zonas cerradas por obras y clases en el comedor: así retoma el curso el colegio de Pontecesures.

La cubierta del centro salió volando la pasada semana al paso de Kirk

Como resolver un sudoku o ganar una partida al tetris. Así ha sido el proceso que durante el fin de semana ha realizado el equipo directivo del colegio Infesta, de Pontecesures, para conseguir reubicar las ocho aulas que ocupan la planta superior del edificio que la pasada semana perdió su tejado. Los fuertes soplidos del temporal Kirk provocaron que el jueves, el edificio de Primaria y Secundaria de este centro amaneciese con la cubierta en el suelo y un nubarrón de escombro en su parte más alta, motivo por el que las clases debieron suspenderse hasta este lunes. Ayer, con los peligros para la rapazada conjurados, el alumnado y el equipo docente pudo retomar las clases. Pero con muchas novedades. Para empezar, los grupos de Secundaria, que ocupaban la planta superior del maltrecho inmueble, tuvieron que ser reubicados. A las ocho aulas que se necesitaban se les ha abierto hueco en el edificio de Infantil: el estudiantado ha colonizado varias aulas que estaban libres, el comedor, una sala de profesores…

Pero en el centro ha habido más cambios para adaptarse a la nueva situación. Una parte importante del patio ha quedado cerrada. Bautizada como «zona de obras», pretende servir como espacio que permita a la empresa que está procediendo al cambio de la cubierta trabajar con comodidad y, sobre todo, minimizar los riesgos para la comunidad educativa. Y es que garantizar la seguridad del alumnado es la prioridad absoluta del equipo directivo del centro.

Para reducir riesgos, también se han reorganizado las zonas de entrada y de salida, las zonas de llegada de autobuses… Y ayer se desplegó un operativo perfectamente trazado para que la rapazada —hay alrededor de 90 estudiantes afectados por la reubicación— pudiese encontrar el emplazamiento de sus nuevas aulas sin tener que dar vueltas.

Según explica el director, Miguel Calvo, esta situación de interinidad se prolongará mientras dure el cambio de cubierta. Estas podrían finalizar en cuestión de días, siempre y cuando el tiempo lo permita. Y las previsiones, la verdad, no son muy halagüeñas en ese sentido. En cualquier caso, la solución buscada permitirá «que o alumnado teña as súas clases» y no pierda el ritmo del curso.

La Voz de Galicia