Pepe Domingo Castaño: «En Padrón me llamaban «Pepe fiestas» porque subía a cantar al palco de todas las verbenas»

Pepe Domingo Castaño este miércoles en A Coruña

El periodista narra en el libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles firma en A Coruña, su infancia en Galicia, sus inicios en la radio en Santiago y su trayectoria en Madrid

Julio Iglesias, Pucho Boedo o Joaquín Prat, son solo algunos de los muchos personajes famosos con los que Pepe Domingo Castaño (Lestrobe, 1942) ha compartido camino. Un camino llenó de éxitos, pero también de sacrificio. Ese trayecto, el que el gallego recorrió desde su infancia en Padrón, sus inicios en la radio en Santiago, hasta su llegada a Madrid, en donde se consolidó como uno de los mejores profesionales del medio, lo narra en su libro Hasta que se me acaben las palabras, que este miércoles por la tarde firma en A Coruña. Una lectura que refleja su evolución personal y laboral, pero que en la que  queda claro que, pese a todo, sigue siendo el mismo chico que un día se marchó a la capital a probar suerte con una maleta, como dice «de mierda, pero llena de sueños».

—¿Qué pregunta le hacen siempre y está ya cansado de responder?

—Que si prefiero la radio, la tele o la música. Ja, ja, ja.

—El título del libro, Hasta que se me acaben las palabras, deja claro que le queda cuerda para rato, pero ¿qué le ha quedado sin contar?

—Siempre quedan cosas, ¿por qué no cuento esas cosas que han quedado? Uno, porque la gente de la que hablo, que a lo mejor no hablo muy bien, no puede defenderse porque está muerta. En otro caso porque me pareció que no interesa a nadie y tampoco me interesa a mí. Y en tercer lugar, porque no me apetecía hablar de las cosas que he silenciado. Está lo que yo quiero que esté y lo otro lo he apartado porque tampoco cabe todo.

—Galicia le inspiró para escribir poesía, ¿este libro qué lo inspiró?

—Sí, yo escribí un libro de poesía que se llama Debajo de la parra, literalmente lo escribí debajo de la parra de la casa que tiene mi mujer en Mera, en Oleiros. Ahí, en Mera, nació la idea de escribir este libro en un momento en el que estaba atravesando una mini crisis, hace quince años o así, una de esas que tienes cuando vas cumpliendo años. En esos momentos yo me refugio siempre en la poesía o en la escritura. En vez de poesía, como ya había hecho un libro, dije ¿por qué no cuento y me saco de dentro toda mi infancia y juventud, y lo dejo escrito por si algún día mis hijos quieren publicarlo? Porque yo no pensaba publicarlo, decía que era muy malo. Escribí la primera parte hace 15 años, que termina cuando llego a Madrid.

—¿Qué le hizo cambiar de opinión?

—En una entrevista que hice, un señor que conozco de A Coruña, Juan Luis Miravet, oyó en la radio que yo estaba hablando de una especie de memorias que tenía, pero que eran muy malas y que no se iban a publicar porque no las iba a querer nadie. Entonces me llamó y me dijo: ‘Oye, eso no tienes que decirlo tú. Tiene que decirlo alguien que lo lea. Si me das la oportunidad y me lo envías, yo lo leo y te cuento la verdad’. Yo estaba muy reacio, pero se lo mandé, me convenció, y a los tres días me llamó emocionado y me dijo: ‘Esto es una joya’. Me dijo que quería publicarlo, que tenía amistades con editoriales, pero con la condición de que tenía que escribir la segunda parte. Que no podía acabar el libro en Madrid y perderse toda la parte de mi carrera profesional allí. Le dije que no sabía si iba a poder, que la primera parte la escribí muy fácil porque lo tenía dentro, pero que de lo otro, a lo mejor me había olvidado y que no tenía inspiración. Y me dijo, ‘pues ponte, por favor, en el ordenador y hazlo’. Me puse, me costó mucho, mucho, mucho, pero al final, poquito a poco lo escribí, capítulo a capítulo, y son 565 páginas. 

—El prólogo es de Julio Iglesias, están muy unidos, pero ¿por qué pensó en él?

—Tuve varias ideas, primero pensé en Paco González, pero todo el mundo esperaría que lo hiciese Paco, entonces quería hacer algo inesperado. Pensé en Iñaki Gabilondo, que era otro de mis favoritos, y me dijo que sí, y le dije que lo llamaría, pero un día me llamó Julio, porque hablamos de vez en cuando. Él había oído que estaba escribiendo un libro y me preguntó si hablaba de él. Le dije que sí, que tenÍa un capítulo dedicado a él, y me dijo que tenía que enviárselo. Rápidamente lo leyó, y me dijo que quería hacer algo por el libro, le dije que quería que el día que lo presentase estuviese, y me prometió que estaría, y que además escribiría el prólogo. Y cumplió.

—¿Por qué le costó tanto escribir la segunda parte?

—Porque tenía que espigar entre bastantes recuerdos, entonces me preguntaba cuál valía la pena, qué podría interesar a la gente, apunté varios temas de los que me acordaba y fui eligiendo. Yo noto una diferencia muy grande de estilo literario entre la primera parte, que la hice a una velocidad de vértigo porque me salía a borbotones toda mi vida. Mi mente iba más rápido que las manos, porque la escribí a mano. Entonces se nota en el estilo, porque yo escribo mejor a mano que a ordenador. La segunda me costó bastante, se me mezclaban a veces los recuerdos, luego escribía algo y decía, ‘pero me he metido con este tío, no debería’. Pero luego pensaba, ‘claro que sí, voy a contar la verdad. Si no cuento la verdad mejor no escribo’.

—Julio confesó que los dos se fueron sin pagar una mariscada.

—Es una coña eso. Lo dijo en un programa, me dijo: ‘Pepe, te acuerdas que nos fuimos sin pagar de Casa Simón’. Yo recuerdo que estábamos allí con Pepe Simón, que ya falleció, y le pregunté a Julio, ‘quién paga esto’, y me dijo ‘esto lo paga mi secretaria, no te preocupes’, y nos fuimos. Yo creo que invitó Pepe Simón, yo no pagué desde luego, eso es verdad, pero alguien pagó.

—¿Cuál es su anécdota más destacada con él?

—Hay una buenísima, que la cuento en el libro. Julio nos invitó a mi mujer y a mí a estar en su casa en Miami diez días. Estuvimos en su casa y fuimos a un concierto en el Miami Arena, donde juegan los Miami Heat, que él era socio del equipo de baloncesto, y luego nos trajo en su avión para aquí. A la ida fuimos en vuelo regular, y a la vuelta vinimos con él en el pájaro loco, como lo llama Julio, y fuimos de Miami a Ibiza. Al día siguiente nos levantamos y llovía a cántaros, y a Julio no le gusta la lluvia, y me dijo ‘Tito’, como me llama él, ‘tenemos que hacer algo. Yo no puedo estar en un sitio que en el que esté lloviendo. Vamos al sol’. Y le digo, pero a qué parte, y dice: ‘¿Por qué no vamos a Galicia? ¿Hará buen tiempo? Porque si hace malo aquí debe estar bien en el norte’. Entonces dijo que quería ir a Vigo porque A Coruña ya había ido muchas veces. Llamé a Vigo y me dijeron que hacía un día soleado con una temperatura fantástica. Y me dice Julio que dónde podíamos comer y se me ocurrió Casa Simón, en Cangas do Morrazo. Entonces, Julio me dijo: ‘Dios mío, me has abierto el mundo porque yo veraneé durante 15 años en Cangas. Para mí va a ser una maravilla ir’. Salimos de Ibiza a Vigo, Mercedes esperándonos, y fuimos a comer a Simón, como dice él sin pagar, y volvimos a Ibiza. Fuimos a buscar el sol.

—En el libro habla de su familia y de una infancia feliz,  ¿cual es la primera imagen que se le viene a la mente al pensar en esos años?

—La radio, la calle, los juegos, ventanas abiertas, el sol… Sobre todo del otoño, a mí me gusta el otoño, cuando el sol cae un poquito y los árboles del espolón se reflejaban en la calle en donde jugábamos al pañuelo, a la chena, al marro, a una cantidad de cosas, y de fondo siempre estaba la radio. Soy minero, El emigrante, Antonio Molina, Juanito Valderrama, las novelas, que seguía mi madre… todo lo que sonaba entonces. El sonido de mi infancia son la radio y los juegos, y una palabra, felicidad, en mayúsculas.

—¿Cuándo se dio cuenta de que la radio era su vocación?

—En el colegio de frailes el padre Aguirre, que era muy simpático, tuvo la idea de montar una emisora y pidió voluntarios. Me ofrecí, pero dijo que nos tenían que hacer una prueba. La hice y me dijeron que tenía buena voz y desparpajo, y eso es lo que vale. Empecé a hacer programas, hacíamos obras de teatro, escribíamos textos, hacíamos descripción de paisajes, si íbamos de viaje lo contábamos, teníamos una programación de una hora o dos diarias y el padre me dijo: ‘Tú valdrías para esto. No te olvides. Ahora, si sigues siendo fraile no vas a poder hacer nada. Pero si un día te vas, que sepas que vales’. Entonces, dejé de ser fraile y empecé a darle vueltas a la idea, pero estaba en Padrón, ahí no había emisora ni nada, la más cercana era Santiago. Y yo decía, ¿cómo voy a trabajar en Santiago de Compostela, si yo no soy nadie? Hasta que se presentó una oportunidad y la cogí.

—Dice que fue a Madrid por una decisión tomada con el corazón. 

—Sí, me fui con una maleta de mierda, pero llena de sueños. Para mí todas las decisiones, casi todas locas, no las hubiera tomado si fuera por la cabeza. He dejado siempre actuar al corazón, el corazón seguramente se equivoca, pero de la equivocación nace el éxito a veces. Hay trenes que dicen que si no los coges no vas a ser nunca nada. Yo he dejado pasar trenes, algunos no podía cogerlos, otros no quise, y sin embargo, cuando vi que ese era el mío lo cogí. Eso me lo dictó el corazón. La cabeza no me dijo que me fuese a Madrid, no me dijo que dejase la empresa de Padrón para irme a Santiago, no me dictó que dejará la música y eligiese la radio. Son decisiones locas que solo es capaz de tomar el corazón.

—¿Tuvo que luchar contra algún cliché por gallego?

—Con gente, sí. Me echó una mano importantísima Pucho Boedo, me conocía de Santiago, él estaba con Los Tamara y yo les había hecho entrevistas. Un día en Madrid, un amigo mío, Justino Bermúdez, me dijo de ir a una cafetería donde iba gente de la radio para que me animase, porque yo estaba bastante preocupado. No me conocía nadie en Madrid, iba por la Gran Vía solo y estaba acostumbrando a ir por Santiago y que todo el mundo me saludase: ‘Adiós, Pepe’. Ahí no me conocía nadie. Entonces fuimos a la cafetería California de la calle Salud, que ya no existe. Al entrar, al primero que vi fue a Pucho Boedo, y me saludó: ‘Neno, que fas aquí ho?’ Y yo, pues he venido a trabajar a la radio. Me dijo, ‘espera un momento’, y volvió con Joaquín Prat. Mi ídolo, al que yo quería conocer, parecerme… me lo trajo Pucho recién llegado yo a Madrid. Fue la ilusión de mi vida. Estuvo simpático, cariñoso muy cercano, y me dijo ‘esta noche vas a venir con Pucho a mi programa de madrugada’. Fuimos, me invitó a cenar Pucho, pagando él claro, yo ahí no podía. Me hizo Joaquín una entrevista que siempre recordaré. Antes de morir él siempre lo recordábamos, que si yo no hubiese conocido a Pucho, no lo habría conocido a él y no sé cómo hubiera cambiado mi vida. Yo creo que lo hubiera conseguido igual, porque creo que las cosas si luchas las consigues, pero gracias a Pucho fue todo más fácil.

—Ahora usted es el Joaquín Prats de muchos. 

—No, yo creo que lo de la radio no es fama como la tele. Tengo una diferencia entre gente de tele y de radio, cuando haces tele la gente en la calle te saluda solo porque sales en la tele. Sin embargo, ahora que no salgo en la tele, que no quiero salir, la gente te mira y te quiere. Esa es la diferencia entre la fama loca y la popularidad de andar por casa, y no hay nada más hermoso que la gente te diga “gracias Pepe por hacernos felices’. ¿Tú sabes lo grande que es conseguir a través de un micrófono que la gente sea feliz? Solo por eso ya vale la pena.

—Además de locutor, triunfó como cantante: ¿Cómo empezó a cantar?

—En Padrón me llamaban ‘Pepe fiestas’ porque a todas las verbenas que había iba yo. Salí del convento con unas ganas de fiestas brutales, a comerme el mundo. Entonces me subía a los palcos de la orquestas. Hoy con la Panorama y la París de Noia ya no te dejan, pero antes sí y yo subía a cantar. Decían, está aquí un chaval de Padrón que quiere cantar, y cantaba. Entonces mi idea era, si un día voy a Madrid voy a grabar un disco, pero tiene que ser algo tan bueno que llegue a ser número uno. Cuando lo conseguí, porque a todos los locutores les ofrecían grabar un disco, me traían canciones y no me gustaban, hasta que un día mi hermano Fernando, que es un poco artista también, y Emilio José, el cantante de Soledad, hicieron Neniña. Me la trajeron y dije ‘esto es un tiro’ y la saqué sin poner mi nombre. Porque entonces hacía muchas cosas y la gente me odiaba un poco porque estaba en todas partes, ligaba mucho, hacía radio, tele, cantaba… Y dije, para que no se metan conmigo no voy a poner mi nombre. Se lanzó Neniña sin mi nombre y cuando ya el disco estaba colocado ya descubrimos que era yo.https://www.youtube.com/embed/f6VHzqOtnRg

—De hecho dijo que su mujer le bajó algo los humos y entonces aprendió que su éxito no era solo suyo, sino fruto de un trabajo en equipo.

—Ella no me dijo eso de que no me creyera más que nadie, me dijo ‘te noto muy crecidito, muy seguro de ti mismo’. Y le dije: ‘Seguro de mí mismo voy a estar siempre, pero crecido no pretendo’. Sé que lo que tengo no me lo han regalado, lo he luchado, pero efectivamente, lo que tienes lo consigues gracias a todo el equipo involucrado. Por eso siempre que me dan un premio, nombro a todos, el equipo es básico. Pero ahora, que no me quiten nunca la seguridad en mí mismo, el día que me la quiten me voy a la mierda.

—¿Cuál sería la banda sonora de su vida?

—Primero Soy minero de Antonio Molina, que me recuerda a cuando jugaba en la calle y la radio se oía por la ventana. Luego, El Mundo de Jimmy Fontana, que fue la primera canción que puse en Radio Galicia el día que empecé, luego De colores, que es la canción que todos los hermanos cantamos en el Santiaguiño do Monte. Y Cuando se quiere de veras. No incluyo a Neniña porque forma parte de mi vida, pero no es definitoria.

—¿Sigue yendo a las verbenas?

—Sí, siempre estoy en las fiesta de Mera con mis amigos. Va la Panorama, la París, el Combo Dominicano…. Una vez subí a la Panorama en Cines, que está cerca de Betanzos, pero cuando la Panorama no era la burrada que es ahora con ese escenario. Ahora ahí no pintó nada ya.

—Dice también que la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Sabemos de su buena memoria, pero ¿cómo va de salud tras haber padecido el covid?

— Estoy mucho más sano que antes, estoy más preparado para lo que me quede de vida que antes de la pandemia y me siento como un toro. La pandemia me ha enseñado a vivir mejor. La felicidad completa nunca se logra, lo mejor de la felicidad no es la felicidad en sí, sino el camino hacia ella porque el día que la consigues por completo, ese día desaparecen los sueños, desaparece todo.

—Los beneficios del libro, que va ya por su tercera edición, los dona a Cáritas y a Aesleme. ¿Por qué a esas entidades?

— Lo dono porque creo que tengo que pagar la felicidad. La felicidad tiene un precio, si eres capaz de saber el precio que tiene bien, si no, estarás toda la vida pensando que tienes que pagarlo y no lo pagas. La oportunidad fue genial, digo ¿cómo voy a vender yo por dinero todo este montón de recuerdos? La mejor manera de pagar a la vida todo lo que me ha dado es donarlo a gente que lo necesite, es una forma de pagar mi felicidad. Luego va a Aesleme, que es una asociación para el estudio de la lesión medular espinal de una amiga mía, Mariam Cogollo, a la que admiro mucho, y a Cáritas, que es la entidad más grande que tenemos para ayudar a la gente.

La Voz de Galicia

«Me fuí a Madríd con una porquería de maleta vacía de ropa, pero llena de sueños.

Corría un ocho de octubre de 1942 cuando Rosa Solar, una mujer coraje casada con Antonio Castaño, dio a luz en una humilde casa de Lestrove (Dodro) a un niño al que llamaron José Domingo. Sería el segundo de una extensa familia de doce hermanos que se crió en las rúas de Padrón, el pueblo que en realidad corre por las venas de quien hoy es uno de los comunicadores de mayor prestigio de nuestro país, con innumerables premios y distinciones. Pepe Domingo Castaño se ha hecho a sí mismo, con tesón. Ahora lo relata en un libro de recuerdos de radio y vida, prologado por su buen amigo Julio Iglesias. ‘Hasta que se me acaben las palabras’ salió a la venta el jueves. El miércoles 26, a las 18.00 h, lo firmará en la Librería Pensamentos (Padrón); y el 27, a las 19.00 h, en El Corte Inglés de A Coruña.

He de reconocer, querido Pepe, que cuando me encargaron hacerte esta entrevista me invadió una sensación de entre miedo y respeto que no sabría explicarte… (carcajadas).

Pero, ¿por qué? Si tú y yo ya nos hemos tomado unas cuantas chiquitas juntos…

Quizás por eso… y porque eres un paisano al que admiro de manera especial. ¿Qué te parece si arrancamos?

Adelante.

Hasta que se me acaben las palabras es la historia de vida y radio de un niño que nació en Lestrove, se crió en Padrón y detestaba la lluvia eterna de nuestra Galicia. ¿Qué recuerdos guardas de la niñez?

Lo primero que recuerdo de niño es felicidad. Pese a que no éramos una familia de muchos posibles y teníamos nuestras privaciones y nuestros problemas para arrastrarnos en el día a día, todo lo que recuerdo de mis años de infancia es la palabra felicidad. Y es porque los niños de entonces, al contrario de los niños de ahora, jugábamos; y lo hacíamos donde hay que jugar, en la calle. No puedo olvidarme, y además lo cuento en el libro, de aquellas mañanas y tardes jugando a Tres marinos a la mar, al Pañuelo, a la Chenda, al Marro, a un montón de juegos que ya no existen, a los que los niños de hoy ya ni llegan ni saben cómo son. Es una pena.

Sé que la familia siempre ha sido importantísima para ti, un pilar fundamental en tu vida… Tus hermanos, pero sobre todo tus padres. Si te pregunto por Antonio y por la señora Rosa, ¿qué me contarías?

Bueno, de mi padre te puedo decir que era un señor que no podía atender mucho a la familia porque estaba siempre liado. Era un multitrabajador. Aparte de estar empleado en la Papelera Española, en aquellos terrenos que tenía en Cesures, a la orilla del río, era un hombre que vendía de todo. Recuerdo a mi padre vendiendo piedras de mechero, aceite, tabaco… O sea, hacía, entre comillas, un estraperlo familiar bastante potente. Y tenía poco tiempo para la familia. La imagen que tengo de él es la de verlo subido en la moto regresando de Herbón a las siete u ocho de la mañana, después de haberse despertado a las cinco, para ir a las seis a comprar las lampreas para luego enviarlas a Madrid.

Y de mi madre, ¡qué te voy a decir! A pesar de lo que parecía, era una mujer de mucho genio. Luego, cuando ya fue cumpliendo años, se fue amansando y se convirtió en una mujer entrañable a la que necesariamente tenías que querer. Ellos dos son un ejemplo para mí que he mantenido a lo largo de toda mi vida.

Una mujer a la que quiso todo un pueblo, todo sea dicho…

Sí, eso es un orgullo para todos los hermanos. Cuando se murió mi madre fue como si muriese un trocito de Padrón. Y eso a nivel familiar es muy grande. En su entierro sentí que el pueblo la quería. Cuando se murió mamá Rosa es como si hubiese muerto la mamá de Padrón.

Antes de llegar a la radio trabajaste en una peletería de nuestro pueblo, en la Picusa de Padrón…

Sí, pero yo no hacía pieles. Estaba en contabilidad, recomendado por mi tía Maruja, la de Casa Castaño, que era muy amiga de Ignacio Zaragoza, el dueño de Picusa. Había que trabajar y allí estuve un montón de años sufriendo; porque, a pesar de que la gente que me acompañaba era muy buena y todos se portaron muy bien conmigo, yo no era feliz. Sabía que aquello no era lo mío. Lo que pasa es que estaba esperando el momento para dar el salto a lo que yo quería, que era la radio, la música. En fin, digamos que un mundo que no tenía nada que ver con las contabilidades ni con las oficinas. Hasta que lo conseguí, fue una época muy complicada.

Pegaste el salto a Radio Galicia, en Santiago; y también comenzaste a cantar. Eres uno de los fundadores del Orfeón Terra a Nosa del recordado padre Feijóo…

Una vez que llegas a Santiago y te metes en una emisora, Radio Galicia, que era como la portavoz de la ciudadanía compostelana, ya te metes en Santiago de verdad. Y entonces, no solamente fui locutor de Radio Galicia. A mí ya me encantaba cantar. El padre Feijóo vino un día a la radio y me habló de que quería montar el Orfeón Terra a Nosa. Me dijo que sabía que yo cantaba, porque me oía en la radio, y que quería que fuese el solista del coro. Y como yo era un buen acicate para que se apuntase mucha más gente… Me apunté y, conmigo, un montón de amigos míos. Y así nació Terra a Nosa. Además, en aquella época conocí a Agustín Magán, que era un hombre que dirigía un grupo de teatro que se llamaba Ditea. Me metió también el gusanillo, y me dediqué a hacer teatro. En las escaleras de A Quintana montábamos unas obras de teatro maravillosas. O sea, que hacía en Santiago un poquito de todo. Y eso me fue curtiendo para todo lo que lo que vino después.

A veces te he escuchado decir que cuando te fuiste a Madrid lo hiciste con una maleta vacía…

Vacía de ropa, pero llena de sueños. La maleta que me llevé a Madrid era una porquería. Pero dentro estaban todos los sueños de un chaval que quería ser algo más de lo que era. Y yo creo que eso es lo que me ha motivado toda mi vida. Cuando me fui a Madrid… no lo piensas, porque si lo piensas de verdad con la cabeza, no te vas. Yo lo pensé con el corazón. El corazón en mi vida ha sido el que ha mandado. Se ha equivocado un montón de veces, pero alguna vez también ha acertado. Y creo que hice bien yéndome a Madrid.

¿Cómo fue?

Me pareció horrible aquella mañana que llegué, un 31 de diciembre de 1966. Hacía un frío tremendo. No me conocía nadie, paseaba por la Gran Vía y… acostumbrado a que en Santiago todo el mundo me dijera en la calle… ¡adiós, Pepeeee! En Madrid no me saludaba nadie. Fue muy complicado. Pero creo que las cosas que te cuestan son las que luego más agradeces. Si no me hubiera costado tanto, a lo mejor hoy no le estaría tan agradecido a la vida.

Y luego llegaron los programas musicales en la radio y la tele… De eso también hablas en el libro.

Es un poco un libro de sentimientos. No son unas memorias. A mí no me gusta la palabra memorias. No, son mis sentimientos convertidos en palabras. Hablo de la tele, de la radio, de cuando llegué, del trabajo que me costó entrar en la Ser. Allí hice El gran musical, y cuando me dieron el Premio Ondas en el 75 fue una de las mayores alegrías de mi vida. Luego me di cuenta de que la música ya no me gustaba y pedí un cambio a la Cadena Ser para hacer otro tipo de cosas. Porque yo en cada momento sé que, cuando algo por dentro no te genera ilusión, tienes que dejarlo y cambiar. Y como El gran musical ya no me generaba ilusión, cambié; y me fui a Magazine. Luego vino Carrusel Deportivo, que fue el lanzamiento definitivo de una idea que me rondaba en la cabeza: hacer una publicidad distinta a la que se hacía entonces en España.

¿Y hablas de la canción?

Cómo no voy a hablar de la canción, de cuando grabé Neniña, Viste pantalón vaquero, de cuando me propusieron irme a México y logramos ser número uno allí. Cuando nadie, ni yo, lo esperaba; porque, ¿cómo un tío con la voz que yo tengo podía llegar a ser número uno en toda América? O sea, una locura que no esperaba ni yo ni nadie.

Neniña se ha convertido en un himno, al menos en nuestro pueblo, ¿qué sientes cada vez que vienes a Padrón y compruebas que todos, mayores pero también tantísimos chavales muy jóvenes, se saben y cantan con euforia Viste pantalón vaquero y la camisa de cuadros?

Pues que vale la pena hacer cosas. A mí cuando me dicen: oye, ¿por qué has cantado si no tenías necesidad de cantar y, además, no eres cantante? ¿Y qué pasa? ¿Que yo no puedo hacer lo que me apetezca? Cuando lo hice, lo hice con la seguridad de que era una canción estupenda. Si yo no supiese que esa canción iba a triunfar no la hubiera grabado. Y cuando ahora voy a la romería del Santiaguiño do Monte y veo que a mi lado hay montado un tinglado de gente muy joven, que te llama a gritos para que vayas allí con ellos a beber un vaso de vino y a cantar Neniña… Eso es maravilloso. No hay cosa más bonita. Eso es muy grande.

La transición de Ser a Cope, de Carrusel a Tiempo de Juego, ¿cambió en algo a Pepe Domingo Castaño?

Claro. Tiene que haber un cambio, porque no cambias solo de emisora, sino de vida, de objetivos, de todo. Recuerdo que cuando nos fuimos de la Ser a Cope a mí me acojonaba de verdad que íbamos a tener veinte clientes a los que había que buscarle el truquillo. Cuando nos fuimos a Cope no llevamos ningún cliente de la Ser, porque no queríamos perjudicar a la emisora, y fueron todos clientes nuevos. Y con cada uno de ellos tuve que inventarme eso que me invento yo con cada publicidad. Sirvió para removerme por dentro totalmente. O sea, me limpió todo lo que había hecho hasta ese instante y me animó para recuperar toda la fuerza que yo podría conseguir en el futuro. Un Pepe Domingo completamente distinto.

Y lo habéis vuelto a conseguir, porque hoy sois la radio líder en información deportiva, ¿verdad?

Ahora mismo, sí. Llevamos un año entero en el que nos han dado, por fin, el número uno del EGM, en tres EGMs. Eso demuestra que lo somos de verdad, que no hay engaño. Digamos que para mí era lo que me quedaba por conseguir, ser número uno también en una aventura que todos tachaban de locura.

De todas formas, me imagino que tú con lo que te quedas es con esa gran familia que es Deportes Cope, y que te ha bautizado como La leyenda de la radio...

Bueno, familia teníamos también en la Ser. Los cimientos estaban ahí. Luego, como nos fuimos de Carrusel más de cincuenta personas, en Cope no cambió demasiado. El concepto de familia siguió; y las costumbres habituales siguieron: los jueves de juerga, tomar copas juntos, contarnos todo, no engañar al que trabaja contigo, ser respetuoso con todo lo que te rodea, querer mucho tu programa y a su gente… Eso te va metiendo dentro una sensación de complicidad que termina en el éxito. La familia es la base y lo que transmite Tiempo de Juego no es un engaño, es la verdad: si somos así tenemos que demostrar también que lo somos con la palabra.

Nunca has tenido pelos en la lengua delante de un micrófono para decir lo que piensas, ¿cuáles han sido las consecuencias?

He dicho toda mi vida lo que pienso. Lo que pasa es que en los tiempos de la Ser no tuve mucha oportunidad. Me generó algún problema, porque hubo algún ministro que alguna vez llamó para decir… a ver ese señor que está diciendo estas cosas… hay que cortarle. Eso no lo he contado nunca, pero ha pasado. Sin embargo, fíjate que en Cope yo no he tenido nunca ningún problema. Nadie me ha llamado para decirme nada sobre lo que haya dicho o dejado de decir. Eso para mí es maravilloso, por supuesto.

Me consta que Pepe Domingo es muy amigo de sus amigos, ¿qué representa para ti la amistad?

Es que sin amistad, dime tú qué vida puede haber. Si no tienes amigos, qué te queda. Los amigos son la base de tu vida. El poder confiar en alguien, el tomar una copa con alguien, el contarle tus secretos a alguien, el ahogar tus penas con alguien, el compartir alegrías tuyas y de la gente que te rodea… Eso es la amistad: respeto, cariño…

Julio Iglesias, que es buen amigo tuyo y prologa tu libro, suele decir que lo que más desea en la vida —por ejemplo, más tiempo— no lo puede comprar con dinero. ¿Qué opinas?

Me parece una frase maravillosa. Porque ahora mismo yo gano dinero, sí. Estoy en un momento estupendo económicamente, pero, ¿en qué ha cambiado mi vida? Digo, no ha cambiado en nada. Tengo lo mismo que tenía hace veinte años. Lo que me falta es lo que Julio pide: tiempo. Porque sabes que, aunque tienes todo lo de atrás, delante te queda poquito. Y, a veces, cuando estás solo y lo piensas, es duro, muy duro.

¿Crees que llegará el día en que Julio nos visite en Padrón?

Pues no lo sé. Me lo ha prometido tantas veces y luego me ha llamado para decirme que no podía… que el día que lo vea sentado en Rial tomando un pulpo y pementos no me lo voy a creer. Espero que este año pueda venir y que, además, aprovechando que sale el libro, pueda darle un abrazo en mi pueblo.

Sé que Tere, tu mujer, es otro pilar indispensable en tu vida, ¿qué hay de ella en este libro de sentimientos?

Está en la dedicatoria del libro: A Tere, por todo. Y todo es todo. O sea, yo empecé a nacer a la normalidad cuando llegó Tere. En el momento que ella llegó a mi vida era un tipo muy famoso, porque hacía de todo: estaba en El gran musical, iba a sacar un disco, hacía televisión… Y yo pienso que el Pepe Domingo de aquel tiempo era un Pepe Domingo muy creído. La llegada de Tere supuso bajarme a la altura del suelo y decirme: ¡Ehh!, que esto no es para siempre, que tú lo que tienes que ser es tú. Y cuando me dijo eso, me di cuenta de que estaba equivocado. A partir de ese momento nunca más creí que lo que me rodeaba lo había conseguido yo. Nunca lo consigues tú. Lo consigues gracias al equipo que trabaja contigo y a la gente que te acepta o no te acepta. Tere es el faro que mantiene mi vida en los parámetros que yo quiero que esté.

El tuyo es un libro solidario: donas los beneficios a Cáritas y Aeslema.

Cuando la editorial me propuso sacar el libro, pensé: ¿y esto qué me va a producir? ¿Más dinero? ¿Para qué quiero yo más dinero, si no voy a ser más feliz? Entonces recapacité y dije: siempre, desde que nací en Lestrove, me crié en Padrón y terminé en Madrid, la vida me ha dado todo lo que le he pedido. No puedo quejarme de lo que me ha dado la vida. Tengo que compensar a la vida por todo esto; y la mejor forma es dedicarle el beneficio de este libro a gente que lo necesita mucho más que yo.

¿Se le acabarán algún día las palabras a Pepe Domingo Castaño?

Ahí está el título del libro. Es la última frase de la obra. Termina así: hasta que se me acaben las palabras. No iba a ser ese, sino Callejón de dos salidas, que es un callejón que tú bien conoces y que está en Padrón, al lado de la casa donde yo viví. Porque de pequeñito dije: si algún día escribo un libro, lo voy a titular así. Pero luego, cuando la editorial recibió el último capítulo me dijo que el título debería ser Hasta que se me acaben las palabras. Y estoy de acuerdo. Y cuando me preguntan, ¿hasta cuándo? Pues les respondo: hasta que haga el mejor programa de mi vida o hasta que se me acaben las palabras. Que sea cuando Dios quiera.

Ya por último, Pepe, ¿cómo te gustaría ser recordado?

Como un hombre que pasó por la vida intentando hacer felices a todas las personas con las que se cruzó.

El Correo Gallego

El alcalde republicano ya cuelga en el Concello de Pontecesures.

Juan Jeremías fue regidor cesureño entre 1931 y 1936 y se exilió a México tras el alzamiento franquista

Juan Jeremías Montero fue alcalde de Pontecesures entre 1931 y 1936, pero su retrato no colgaba en la zona reservada a los regidores cesureños porque no se disponía de ninguna fotografía. Ahora ya sí, gracias a la bibliotecaria del Concello, Marité Gil, que dio con un familiar que las tenía. Montero tuvo una fábrica de chocolate y se exilió a México, donde llegó a publicar un libro, tras el alzamiento franquista.

La Voz de Galicia

Festa dos Ovos con Chourizo/ Festa da Lamprea

Lo del chourizo como plato estrella de una fiesta gastronómica tuvo su momento álgido hace muchos años. Fue en 1992 cuando se inventó en Cesures la Festa dos Ovos con Chourizo. El año anterior, Piñeiro Ares, inefable alcalde cesureño, polemizó con Jesús Villamor, alcalde de Padrón, al organizar unas fiestas de Pascua al tiempo que las populares y ancestrales fiestas de Pascua padronesas. Saltaron chispas y en 1992, Piñeiro dejó el invento pascual y se inventó una movida gastronómica que hizo correr ríos de tinta y dio mucho juego periodístico.

En concreto, unos días antes del domingo festivo de Padrón, organizó quince días de festejos que culminaron con la I Festa dos Ovos con Chourizo, que, además de la degustación gratuita de tan contundente plato, contó con la presencia estelar de Marianico el Corto. Aquella mezcla castiza y cañí provocó críticas, debates, vergüenzas y artículos de fondo, máxime cuando el alcalde Piñeiro ya había irritado a medio Salnés con la contratación festiva de Regina dos Santos, un mito erótico del patriarcado machista cuando nadie hablaba de ese tema.

Como Piñeiro Ares era genio y figura, la Festa dos Ovos con Chourizo no estuvo exenta de polémica. Si el año anterior la pelea había sido con Padrón, en 1992 la disputa fue con Valga. La chispa brotó cuando los feriantes, que costeaban buena parte del programa festivo, instalaron algunas de sus barracas en los muelles dentro de un terreno propiedad del Ayuntamiento de Valga. Una vez llegado a un principio de acuerdo con el concello colindante, los feriantes rompieron el pacto de manera unilateral y, ya que no podían invadir Valga, forzaron una represalia simbólica: la comisión del huevo y el chorizo excluyó del programa de fiestas al grupo de gaitas y danzas de Valga.

Piñeiro Ares era todo un personaje. Lo recuerdo en Fexdega, acompañando a Fernández Albor durante su paseo de inauguración, pero corriendo apresurado para instalarse en el stand de Pontecesures, preparado para dedicarle su último libro a don Xerardo. Otra vez lo vi en la discoteca Chanteclair, cuyo memorable eslogan publicitario era «¿Te trisca la idea?». Aquella noche actuaba Manolo Escobar en la disco, pero no acababa de salir al escenario porque no le pagaban. Ajeno a la polémica, José Piñeiro paseaba por Chanteclair meditabundo y solitario, parecía a la espera de que una idea le triscara. Quizás fue ahí donde maquinó lo de los ovos con chourizo, que se sustanciaron esa primavera.

Cuando Piñeiro perdió la alcaldía y la ocupó el BNG, se potenció la Festa da Lamprea y se olvidaron los huevos. De esa fiesta fui jurado. Nunca lo olvidaré. En la plaza del pueblo, sobre un estrado, el hermano de Camilo José Cela, la tía de Pepe Domingo Castaño, el periodista Diego Bernal y un servidor. Delante, todo Cesures sentado en sillas y atendiendo a cada uno de nuestros gestos mientras probábamos una docena de lampreas preparadas por amas de casa del pueblo. Tras elegir la mejor, nos invitaron a cenar… lamprea. No me sentó mal, pero al día siguiente solo comí un yogur. Es lo que tienen las fiestas gastronómicas.

J.R. Alonso de la Torre. LA VOZ DE GALICIA

Antigüedades César presenta las piezas más exclusivas. Interés por la cerámica de Pontecesures.

Manolo Piñeiro, de Antigüedades César, lleva más de quince años trabajando en el sector y asistiendo a ferias de este tipo.

El mundo de las antigüedades en Galicia recupera estos días en Santiago una actividad habitual. Después de año y medio, el Palacio de Congresos de la capital gallega acoge la primera exposición del sector de nuestra comunidad, un evento que estará abierto al público hasta el próximo domingo y en el que se encontrarán los principales anticuarios gallegos, entre ellos Manolo Piñeiro, de Antigüedades César.

Con la ilusión de reencontrarse con expositores conocidos y con clientes habituales, Manolo Piñeiro admite la importancia que supone la recuperación de este tipo de citas. “Una feria, para los expositores, supone un evento importante. Es la primera que se celebra en Galicia y para nosotros, por tener contacto con compañeros y también por hacer transacciones, es crucial”, explica.

Además, se celebra en una ciudad a la que el anticuario lucense le tiene mucho cariño. “Santiago me tiene un sabor especial, porque siempre hicimos buenos negocios aquí. Tenemos una gran clientela en Santiago y es una zona a las que nos gusta ir y realizar transacciones”, comenta.

En este aspecto, Manolo destaca la tradición de antigüedades que hay en la capital gallega, favorecida por la Catedral y de la Universidad. “En Santiago es donde hay más nivel y cultura de antigüedades, muy superior al resto de la comunidad. Las piezas de categoría están aquí, ya que se pueden encontrar elementos de azabache o pinturas y platerías del siglo XVIII, entre otros”, destaca.

Para esa importante clientela del área santiaguesa, a la feria, fruto de la experiencia de su participación en todas las ediciones, Antigüedades César lucirá una pequeña muestra de sus principales piezas, adaptadas a los intereses locales. “En Galicia, somos muy localistas. Lo que más se demanda es la pintura o libro gallego, la cerámica de Sargadelos y O Castro, los objetos de plata y religiosos y aquellas piezas que tienen valor en esa zona concreta. Por ejemplo, en el área compostelana, hay mucho interés en cerámica de Pontecesures”, detalla.

Con la esperanza de que la feria sea un éxito, el evento servirá para recuperar viejas tradiciones, después de unos meses en los que los anticuarios han tenido que reinventarse. “La pandemia y las redes sociales cambiaron mucho este negocio. El WhatsApp es ahora una herramienta muy importante, ya que, al tener clientes de toda Europa, realizamos incluso transacciones por esta vía. Asimismo, Facebook también nos permite lanzar novedades y nuevos productos. Y, en tercer lugar, a través de nuestra página web y de una plataforma online, vendemos por internet, y está funcionando muy bien”, señala Manolo Piñeiro.

Esto ha supuesto una nueva actualización para un sector que no para de reinventarse y al que, Manolo Piñeiro, llegó de casualidad. “Trabajaba con mi padre en una empresa de carpintería y en el 2000, una persona que se dedicaba a esto nos hizo un encargo de unas réplicas de antigüedades para un hotel rural. Ahí empecé en este mundo. Comenzamos de aquella en el género rústico, que era lo que tenía más demanda, y a partir de ahí fuimos evolucionando en productos, ampliando el ámbito geográfico y adaptándonos a las necesidades de cada momento”, recuerda.

A pesar de los cambios introducidos por las nuevas tecnologías, el gerente de Antigüedades César destaca que esta es una profesión que tiene que gustar a uno, porque requiere un esfuerzo y una dedicación enorme. “Este trabajo es más un hobby que un negocio, porque si te llaman a cualquier momento del día por una pieza interesante, tienes que coger el coche e ir a dónde sea. Gusta ir y encontrarse con cosas novedosas, pero es un negocio que no tiene horas. Además, en este sentido, el contacto humano es muy importante, porque al final hay que negociar”, apunta.

Por ello, desde ayer, disfrutan de este punto de encuentro, en el Palacio de Congresos, entre expositores y amantes de las piezas antiguas, una cita que servirá para crear nuevos vínculos y para que la carrera de Manolo Piñeiro y Antigüedades César en el sector siga sumando etapas.

El Correo Gallego

“É un milagre que perdure unha palabra pronunciada hai centos ou miles de anos”.

Nado en Ponferrada, de pai de Pontecesures e nai madrileña, Fernando Cabeza Quiles residiu en diferentes municipios galegos ata que se instalou en Carballo no ano 1988. Tras publicar varios exemplares sobre a toponimia de Galicia, o autor comprometeuse coa Asociación Galega de Onomástica (AGOn) a facer un libro das toponimias da Estrada, Carballo e Ribeira (este último está pendente). Toponimia de Carballo é o volumen número seis da colección Terra nomeada, publicada pola Real Academia Galega en colaboración coa AGOn. Nel, o escritor recolle máis de 350 topónimos que aparecen por orde alfabética desde Agramaior ata O Zarrallo.

Como xurdiu a idea de crear Toponimia de Carballo?

Eu non son de Carballo, como din por aquí “casei para Carballo”. Dende o primeiro momento familiariceime moito coa terra da miña muller. Isto, xunto á miña curiosidade pola toponimia, foi o que me levou a pensar neste proxecto.

Como conseguiu atopar os máis de 350 topónimos da capital bergantiñá?

En Toponimia de Carballo estúdase a toponimia maior, é dicir, os nomes de lugares habitados. A microtoponimia, como poden ser os nomes de fincas e de pequenos regueiros, non se trata. Había máis de 350 e había que tratar de explicalos todos.

Hai algún que teña en mente por algo especial?

Quizais o da Pedra do Sal, nome dun sector da praia de Baldaio. Trátase dunha pedra que se interna un pouco no mar e está unida coa marea baixa á terra. No lugar aparece unha poza con costras de sal que o mar deixa ao evaporarse a auga. Estivera durante moitos anos indo por alí a ver se vía ese fenómeno, pero nunca se dera a casualidade. Cando estaba facendo este libro decidín voltar alí case sen esperanzas e, por sorpresa, un día atopeime con esa costra de sal. É un tóponimo semitransparente, pero é curioso para min porque estiven varios anos detrás desas pozas.

Algúns dos topónimos estudados van acompañados de fotografías ilustrativas. Que se pretende con esa parte visual?

No libro as fotos non son meramente estéticas, senón que fan referencia ao detalle natural. O ideal sería que cada entrada tivera unha foto, pero iso agrandaría moito o libro. Deste xeito, só van con imaxe os máis representativos, tendo en conta que o visual atrae moito.

Canto tempo levou a súa elaboración e edición?

Todos os libros son un pouco de toda unha vida. Pouco a pouco vaise collendo bagaxe. Podo dicir que a confección directa do exemplar foi duns dous anos e medio ou tres.

Que foi o máis complicado nos meses de investigación?

Cando fas toponimia de Galicia vas escollendo os topónimos que sabes explicar, pero no libro Toponimia de Carballo non podes escapar daqueles que son descoñecidos. Aí está a dificultade deste libro. Hai que comentalos todos tendo en conta que algúns aínda están por descubrir e estudar.

Que significa para vostede a disciplina da toponimia?

Considero que na toponimia están focalizadas moitas ciencias humanas. Hai que saber latín, interpretar documentos antigos… En definitiva, está concentrado o que somos nós. Para min é un milagre que unha palabra que pronunciou unha persoa hai centos ou miles de anos siga presente para todos nós.

Considera que a xente de Carballo se sentirá dalgún xeito agradecida por este traballo?

Se metera goles en primeira división sería moito máis recoñecido, por facer unha comparación. Isto é para unha minoría. Por desgraza, lese pouco e quizais cada vez menos, pola presenza cada vez máis potente do audiovisual.

Xa son varios os libros de toponimia que se están a publicar actualmente na comunidade por parte da Real Academia Galega. Supón isto un punto a favor do uso da lingua galega?

É do que se trata. A toponimia galega pode chamar a atención para prestixiar a nosa cultura. Ademais, dise que unha gran porcentaxe dos topónimos do territorio español están en Galicia.

El Correo Gallego