Columna «Entre comillas». TIERRAS DE SANTIAGO, 31/03/09
KATJA SÁNCHEZ (*)
Con la Fiesta de la Lamprea de Pontecesures a la vista, viene el recuerdo de Salgado y de Laura que cada año vendían a mi padre las primeras lampreas que paría el Ulla. Mi madre, que pasaba horas limpiándolas («he ahí el secreto», decía), seguro sería millonaria de cobrar el manjar que tantas veces cocinó para amigos y extraños.
Y es que el Ulla emana historia en las pesqueiras que lo adornan a su paso por Padrón. Dividiendo al río en 4 tramos, Herbón, Carcacía-Lapido/Carcacía, Barcala/Sinde, y Reis, los pescos, grandes sillares perpendiculares al curso del río, presentan corredores donde se ubican las redes dejando el centro o vea libre de trampas. Las lampreas, de regreso para desovar y morir, remontan la corriente o caen en las nasas donde la fuerza del agua las retiene.
Cuando una nace en Carcacía y tiene media infancia bañada por las aguas del Ulla, considera negligente que la tradición se deteriore vertiginosamente ante la pasividad del Concello. Mientras en Arbo han sabido explotar el arte romano, no sólo a nivel turístico sino como signo de identidad, aquí se cruzan de brazos ante construcciones reforzadas con cemento como si no existiera más que el pimiento o el Apóstol… Entonces ¿por qué no aprovechar el último rumor compostelano? Al parecer, en el pórtico de la Catedral, un condenado por el pecado de la gula come empanada de lamprea… ¡Fíjense!
(*) TEAT, vecina de Carcacía