El médico Manuel Rial López publica un segundo libro en el que da a conocer sus nuevas indagaciones sobre este arte.
«No puedes tener esto oculto. Tienes que darlo a conocer, Galicia no te lo perdonaría». Sin esta frase, en boca de Luciano García Alén, es probable que ayer no hubiese tenido lugar la presentación del libro «Cerámica de Pontecesures. Un ejercicio para el alma», de Manuel Rial López. El encuentro en el que ambos médicos repasaron la que, por aquel entonces, era la «discreta colección» del autor impulsó un trabajo que cuenta, ahora, con una importante ampliación. Tras la publicación de un primer tomo en el año 2003 sobre la Cerámica Celta de Pontecesures, el acceso a nueva información llevó a Rial López a escribir un nuevo libro.
Entre las novedades más importantes sobre una cerámica sobre la que comenzó a indagar a finales de los años setenta se encuentra el muestrario de 35 páginas que llevaba un viajante y que le permitió conocer el número de piezas que se llegaron a fabricar entre los años que transcurrieron entre la apertura (1925) y el cierre (1973) del taller sobre el que tanto lleva investigando.
La segunda novedad vino de la mano de la revista Céltiga, editada en Buenos Aires; y el Heraldo Gallego, en Montevideo. Gracias a ellos puede decir que la Cerámica Celta de Pontecesures (previamente Cerámica Artística Gallega) se vendió en Latinoamérica. Otras indagaciones le llevan a señalar que eran los gallegos emigrados los que se hacían con estas piezas. Una internacionalización que sirve como prueba de su repercusión.
Dividido por capítulos en los que se tratan temas como la historia de Pontecesures o de los creadores de este tipo de cerámica, Rial López hace especial hincapié en los artistas que colaboraron en la elaboración de las piezas. Castelao, José María Acuña y Francisco Asorey fueron algunos de ellos.
A la belleza de las piezas, hay que sumarle «el espíritu gallego del que están impregnadas» y la denuncia que hacían de las precariedades de la época en la que fueron elaboradas. Detrás de un viudo con sus dos niños y sus ovejas a cuestas puede adivinarse una reivindicación de la importancia del papel de la mujer, mientras que la chica a la que se le rompe el cántaro habla de los problemas que le podía general tal pérdida en el momento en el que fue dibujada. «Las figuras hay que interpretarlas. Verlas con los ojos del alma», señala Rial López, que ve como todo el trabajo de campo realizado cobra vida.
La Voz de Galicia