El Grupo de Emergencias Supramunicipal (GES) de Valga y una dotación de Bombeiros de O Salnés acudieron ayer a una nave industrial en la que se elaboran estructuras metálicas por un pequeño incendio declarado en la zona de pinturas. Los hechos tuvieron lugar sobre las 19.15 horas, siendo los propios trabajadores de la empresa los que alertaron al 112 de lo que estaba ocurriendo.
Mientras aguardaban por la llegada del GES de Valga, ellos mismos comenzaron con las tareas de extinción, completadas por el cuerpo de emergencias, cuya sede se encuentra a apenas 200 metros de donde ocurrió el incidente. Los Bombeiros de Vilagarcía llegaron para completar la extinción, ventilar la nave y comprobar que no existía peligro de que las llamas pudiesen reproducirse y destruir por completo la edificación. En un primer momento, se temió que pudiese ocurrir una situación similar a la que tuvo lugar hace tan solo unos días en una nave similar en Vilagarcía, en el polígono de Trabanca. En ella, las llamas causaron importantes daños materiales a una nave y estuvieron muy cerca de afectar a las que se encontraban en las inmediaciones.
En Godos, un joven de 19 años, vecino de Meis y natural de Valga, falleció este mediodía en un accidente de tráfico ocurrido en la N-640, a la altura de la rotonda de San Simón, justo en el límite entre los municipios de Caldas y Vilanova. El suceso movilizó a un amplio dispositivo de emergencias.El 061 llegó a recibir la alerta para desplazar el helicóptero al punto, pero el operativo quedó en suspenso una vez que se comprobó que el accidentado había fallecido. Según informa el Servizo Municipal de Emerxencias de Vilagarcía, cuando llegaron al lugar el cuerpo del joven se hallaba fuera del vehículo. Un policía nacional vestido de paisano que en ese momento pasaba por la zona fue el primero en acudir a auxiliarlo, pero nada pudo hacer por salvarle la vida.
La hipótesis que se maneja es que el vehículo que conducía el joven salió despedido de la carretera, cayendo al vacío. En estos momentos, una hora después del suceso, se mantiene en el lugar un amplio dispositivo de seguridad y emergencias.
Valga aprobó una moción del gobierno local y el alcalde de Pontecesures enviará escritos a la subdelegación del Gobierno.
El lunes fue una tarde completa para la corporación de Valga, que
celebró tres plenos seguidos. En el ordinario, se aprobó una moción del
equipo de Bello Maneiro por la cual se insta al Ministerio del Interior a
que se proceda a «aumentar o número de efectivos no
cuartel da Garda Civil de Valga, e a dotar ao mesmo dos medios axeitados
para o desenvolvemento do seu labor». En ese sentido, el alcalde recordó que a las instalaciones del Instituto Armado solo acuden un sargento y un agente. «A presenza é so testemuñal e non se está a facer unha política disuasoria no noso termo municipal», donde muchos vecinos «optan
por non denunciar os roubos que sofren por non ter onde facelo, xa que
teñen que desplazarse ata Caldas, Vilagarcía ou Cambados».
La situación descrita por el alcalde de Valga no
le resulta ajena a su homólogo de Pontecesures. Juan Manuel Vidal Seage
explicaba ayer que también él tiene previsto enviar cartas a todas las
autoridades competentes para expresar su malestar por el recorte de
efectivos en el cuartel. «Neste asunto dos corpos de
seguridade deberían marcarse unhas isocronas como xa se fai no ámbito
das emerxencias, porque non son razoables os tempos que hai que agardar
pola patrulla. Pero claro, se cando chamas están na Illa, en chegar ata
aquí van tardar si ou si», explica el regidor cesureño.
Por su parte, el PSOE de Valga quiso aprovechar la moción presentada por el PP para poner sobre la mesa la posibilidad de crear un servicio municipal de policía local en este ayuntamiento, en el que ahora solo existe la figura de un vigilante. Según explicó María Ferreirós, la normativa permite, a un Concello como Valga, disponer de un servicio de estas características. Sería, obviamente, un cuerpo de policía local pequeño, pero que permitiría aumentar la presencia en la calle, realizando así una labor disuasoria, al tiempo que facilitaría agilizar otras muchas cuestiones, dado que «as súas funcións non se limitan a actuar en roubos». En todo caso, la propuesta hecha por el PSOE no obtuvo el menor eco en el gobierno local, que la ignoró.
El Concello de Valga reclama a la
Subdelegación del Gobierno que aporte más medios técnicos y materiales
para evitar el desmantelamiento del cuartel de la Guardia Civil
existente en esta localidad, y del que, teóricamente, dependen también
otros municipios vecinos, algunos que carecen incluso de Policía Local,
como Catoira, y otros que están bajo mínimos, como Pontecesures.
El gobierno del conservador José María
Bello Maneiro ya ha preparado una moción que aprobará en el pleno a
celebrar mañana para empezar a presionar, lograr que se mejore el
servicio e impedir el cierre del acuartelamiento.
Alegan
en el ejecutivo local que la situación es «preocupante» porque la
Guardia Civil «ofrece un servicio cada vez más precario». Tanto es así
que «en la actualidad este cuartel solo cuenta con un sargento y un
guardia cuya presencia es testimonial».
Prueba
de ello, añaden en el Concello, es que «resulta más frecuente
encontrarse con un control de Tráfico que con una patrulla de la Guarda
Civil, lo que acrecienta la sensación entre los vecinos de que está más
para recaudar que para vigilar».
Parece
que, asimismo, «son muchas las quejas de los vecinos por el deficiente
servicio que ofrece el cuartel, pues si quieren poner una denuncia
tienen que dirigirse, la mayoría de las veces, a Caldas, Vilagarcía o incluso Cambados, ya que nuestro cuartel tiene las puertas cerradas».
La
situación llega a tales extremos que «en ocasiones los vecinos optan
por no denunciar los robos que sufren en sus casas porque no tienden
dónde hacerlo y porque empiezan a creer que no vale para nada».
Estadísticas irreales
Esto
lleva a decir al gobierno local que «las estadísticas que se manejan
sobre robos y otros hechos delictivos en nuestro pueblo son irreales».
Lo
único cierto, consideran, es que «los robos en viviendas, comercios o
iglesias aumentan día a día, a lo que se suma que Valga tiene una amplia
población estudiantil y está cerca de áreas bastante conflictivas en
cuanto a trapicheo de drogas, por lo que aumenta la preocupación entre los padres».
Para
justificar su reclamación, el Concello también alega que carece de
Policía Local y dispone de un importante tejido industrial, «con más de
2.000 trabajadores en menos de un kilómetro cuadrado».
Además,
«discurren por el municipio importantes vías de comunicación, como la
autopista AP-9 la Nacional 550 o la PO-548, así como dos caminos de
peregrinación a Santiago».
Bello Maneiro asegura incluso que la Subdelegación del Gobierno en Pontevedra
«es perfectamente consciente de la situación de abandono progresivo que
afecta a nuestro cuartel debido a su escasez de medios y personal
porque así se lo hemos transmitido en varias ocasiones».
Al hilo de esto resalta que «en una reunión con la subdelegada ésta se comprometió a realizar una visita a Valga que a día de hoy no se ha producido y prometió un nuevo vehículo que tampoco se entregó; y mucho menos se amplió el número de efectivos». Todo ello a pesar de que el Concello «hizo en su día un esfuerzo muy grande para reformar y acondicionar el cuartel, por lo que ahora tenemos unas instalaciones modélicas que están infrautilizadas».
Consternación, desconsuelo,
impotencia… Pero también rabia contenida y una sensación difícil de
explicar cuando dos familias se reúnen para dar el último adiós a dos de
sus seres queridos después de una muerte tan horrenda como inverosímil.
Así se vivió ayer el entierro de la valguesa María José Aboy Guimarey, de 43 años, y el de su esposo y presunto homicida, Javier Bello Ferreirós, de 46.
El
domingo la mujer, madre, esposa y joven valguesa perdió la vida cuando
su pareja, según todos los indicios, le disparó en el pecho con una
escopeta de caza antes de quitarse la vida descerrajándose un tiro en la
cara, con la misma arma.
Vivieron
juntos, tuvieron dos hijos juntos y se enterraron juntos, un nicho
encima del otro, en el panteón familiar, a nombre de José Bello Vázquez,
el padre del presunto autor del ataque machista.
Sus cuerpos llegaron al tanatorio de San Roque, en Bemil (Caldas),
en la tarde del lunes. Y allí permanecieron hasta que ayer se efectuó
el traslado de los restos mortales a la iglesia y el cementerio
parroquial de Carracedo, donde había nacido el esposo y presunto
homicida.
Tal y como figuraba en la esquela
compartida que anunciaba el entierro de María José y Javier, llegaron
vecinos, amigos y conocidos, además de representantes políticos, desde
diferentes puntos de Caldas, Valga y otras localidades.
Fueron
varios cientos de personas, quizás medio millar, las que despidieron a
este matrimonio en una lluviosa y fría tarde invernal marcada por los
silencios y los llantos, la tristeza y la incomprensión.
Por
momentos, lo que ayer sucedía en el atrio, la iglesia y el camposanto
era, simplemente, inenarrable. No es fácil afrontar una tragedia así, y
menos aún cuando, a pesar de lo sucedido, los dos protagonistas de este
trágico episodio son enterrados a la misma hora y en el mismo lugar, con
las familias de ambos compartiendo dolor y desesperación.
Se llevaban bien entre ellos, comían juntos con frecuencia, hacían fiestas y, en definitiva, eran «una familia normal; una familia que se quería», reflexionaban los vecinos.
Prueba
de ello es que el domingo, cuando se desencadenaron los terribles
acontecimientos, todos esperaban en el lugar de Bronllo -en la parroquia
valguesa de Setecoros- la llegada del matrimonio. Estaban esperando
para almorzar en una casa situada a escasos metros de la suya, donde
vive su hija.
Iban a participar en aquella reunión familiar tanto los padres
de María José y de Javier como sus hijos y otros familiares. Pero ellos
tardaban más de lo previsto. Y cuando fueron a buscarlos los
encontraron muertos, parece que tendidos en el dormitorio en medio de un
gran charco de sangre.
Aquella
imagen que nunca olvidarán quienes los encontraron cambiará para
siempre las vidas de estas personas; las mismas que ayer buscaban
consuelo apoyándose unos en otros.
Pero
no es fácil superar algo así. Especialmente en el caso de Fabián y
Cintia, los hijos de la pareja. Como tampoco lo tendrán sencillo los
padres de las víctimas, ya que viven todos.
«Era
una familia bastante grande y no se conocían problemas entre ellos,
como tampoco entre el matrimonio», reflexionaba una de las mujeres
asistentes al sepelio mientras se vivían escenas de tensión entre
algunas familiares de las víctimas que trataban de impedir el trabajo de
los medios de comunicación.
«Quizás el más extraño era él (Javier Bello), ya que apenas hablaba con nadie», indicaban otras mujeres allí presentes.
«No
era un hombre de bares y apenas saludaba a nadie por la calle, ni
siquiera a los que habían vivido al lado de su casa materna desde niño»,
apostillaban otros asistentes al funeral mientras esperaban a que
terminaran unos oficios que comenzaban con retraso, pasadas las seis y
media de la tarde.
«No saludaba ni a los que tenía puerta con puerta y estaba como deprimido, quizás más desde que se quedó en paro«, se comentaba a las puertas del camposanto de Santa María de Carracedo.
Nadie
puede entender lo sucedido, y mucho menos explicarlo. Nadie sabía decir
ayer qué habría podido pasar por la cabeza de Javier Bello para,
presuntamente, acabar con la vida de su esposa antes de suicidarse. Y
desde luego nadie puede justificarlo, ni ayer ni nunca.
Lo
que todos tienen claro es que hay que hacer todo lo humanamente posible
para acabar con la lacra de la violencia de género. Y así lo dejaban
patente tanto quienes asistieron al multitudinario entierro de la pareja
residente en el Concello de Valga como aquellos que participaron en las concentraciones de repulsa frente al machismo.
Unas
convocatorias que también tuvieron lugar ayer antes, durante y después
del entierro, celebradas en decenas de villas y ciudades gallegas.
Como sucedió en Vilagarcía, a instancias del colectivo feminista «O Soño de Lilith», y en Cambados,
por iniciativa de la asociación «A Naiciña». En estos y en los demás
casos para denunciar «una situación insostenible para las mujeres» y
tratar de cambiarla «porque nuestras vidas están en peligro».
En
la ciudad vilagarciana, con presencia de representantes políticos de
todos los partidos, las convocantes dijeron estar en la calle porque
«aunque en las filas de la derecha niegan la realidad de los
feminicidios y pretenden hacernos creer que son asesinatos que se dan en
cualquier género, lo cierto es que los presos por violencia machista
son el tercer mayor grupo en las cárceles de España, con casi 20.000
reclusos por esta causa, frente a los 11.000 condenados por homicidios».
Y a pesar de ello «los presidentes de la Xunta
y el Estado español se limitan a guardar minutos de silencio en actos
institucionales el día que se producen los feminicidios».
De
ahí que en «O Soño de Lilith» crean que «no se puede permitir que se
insista en que las mujeres deben denunciar y tomar medidas de
protección». En lugar de esto «hay que dirigir campañas a los
maltratadores, violadores y asesinos, porque queremos ser libres como
los hombres para poder caminar solas de noche y poder separarnos de
nuestras parejas sin miedo a que nos maten».
Así,
«cansadas de violencia» y de la respuesta de las instituciones frente a
las agresiones, como también convencidas de que «no viviremos en una
democracia mientras perdure el sistema patriarcal», el colectivo
feminista vilagarciano incide en considerar la violencia machista «como
un problema social y político de extrema gravedad».
En el manifiesto que se leyó durante la concentración en Vilagarcía se mostró el pesar por la muerte de María José Aboy. Y se reflexionó sobre ello diciendo que «escucharemos que no constaban denuncias previas de violencia y depositaremos parte de la culpa en la mujer que no denunció en lugar de hacerlo en las personas que compartían espacio con un asesino y no vieron el peligro ni hicieron nada por impedir lo sucedido».