«Sendo xuíz de paz ás veces hai que botarse a manta ao lombo».
Estudió para profesor, y aunque se sacó la diplomatura en Magisterio, en sus clases en una academia de Pontecesures descubrió Manuel Becerra Campaña un futuro bien distinto que, probablemente, se encuentre en el origen de su larga trayectoria como juez de paz de la localidad. El futuro que le deparó conocer a la que pronto se convertiría en su mujer, Marigel, con la quese casó con 25 años y con la que se embarcó en la regencia del bar que sus suegros, originarios de Castrelo do Miño, había montado tras la Guerra Civil en Cesures.
Se mudó Manuel de su Cordeiro natal al municipio vecino para trabajar en el bar familiar, que con los años ampliaría sus servicios para convertirse en fonda. Un buen escaparate para la política en un concello que aún hoy y después de años de gran bonanza natal, apenas supera los 3.000 habitantes. Quizá por ello Piñeiro Ares se fijase en Becerra para acompañarlo en una lista con sello UCD con la que se convirtió en el primer alcalde de Pontecesures de la etapa democrática.
Concejal de Obras en una localidad donde no había comenzado todavía el profundo proceso de urbanización que hoy refleja y con un presupuesto municiipal de 12 millones de las antiguas pesetas, Becerrra se retiró al término del primer mandato «por falta de tempo». Ahora recuerda su efímero paso por la política como consecuencia de «a euforia das primeiras eleccións democráticas». Una experiencia que le sirvió para convencerse de que «a política, para os políticos. Non botei nin boto en falla voltar á política. E propuxéronme varias veces facelo».
Claro que, como le había sucedido años atrás con su paso por la academia, una puerta explorada y cerrada le abría un nuevo e inesperado camino. «Cando quedou vacante a praza de xuiz de paz, Piñeiro Ares pediume que me presentara. E agora, alcalde tras alcalde vanme pedindo o mesmo» a medida que sus mandatos de cuatro años se van consumiendo. Un apunte que Manuel hace sin rastro de vanidad tras 22 años en el puesto, quizá porque tiene ss sospechas sobre elo porqué. «Sempre vin e veño ao xulgado todos os días. Moitos dos meus antecesores ao mellor viñan unha vez á semana tan só asinar papeis».
Hombre discreto, Manuel no gusta de entrar en detalles ni casos singulares cuando el periodista lo asalta con la pregunta de rigor. Pero no tiene reparo en hablar de su labor. ¿Qué hace que alguien dedique unas dos horas diarias de lunes y viernes a resolver pleitos entre vecinos con una asignación simbólica de unos 1.600 euros al año?. «Tratas a moita xente, e prestas un servizo público», responde.
«Ser imparcial, e razoable». Estos son los requisitos que entiende Becerra debe tener toda persona que quiera ejercer de juez de paz. Eso, y saber que «ás veces hai que botarse a manta o lombo, e facer o que cres xusto». Porque su función principal es evitar que dos vecinos a los que quizá tenga que ver todos los días lleguen a juicio. «O peor para mín é celebrar un xuízo de faltas, porque nunca van quedar contentos os dous veciños». Por ello, su mayor satisfacción le llega cuando «un acto de conciliación remata con «avenencia». Tras 22 años ejerciendo su función, «algún veciño deixoulle de falar». Claro que «non moitos». Gajes de un oficio vocacional.
LA VOZ DE GALICIA, 12/04/12
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