Una cerámica hecha para resistir.

Publicado por Redacción en

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Los herederos de Ramón Diéguez mantienen vivo en Pontecesures un proyecto empresarial y cultural que nació en 1925 y que fue apadrinado por artistas como Asorey o Castelao

 

El taller de cerámica ocupaba una pequeña nave situada en las inmediaciones de los hornos donde se cocía la cal.

Camina erguida, con el cuerpo bien envuelto en ropa para espantar el frío. Lleva la cara arrebolada por el esfuerzo: debe pesar lo suyo el ternero que trae en brazos, sabe Dios desde dónde. No se confundan, el animal no es una mascota mimada: es un tesoro. El tesoro que alimentará a la familia de la joven a la que estamos mirando. Iba camino del mercado de Santiago cuando fue convertida en una imagen de cerámica gracias a la alianza, firmada a principios del siglo veinte, por el maestro de los escultores de Cambados, Francisco Asorey, y la Cerámica Artística de Cesures, convertida poco después en la Cerámica Celta.

La empresa, con casi cien años a cuestas, mantiene un pulso tan suave que muchos pueden creer que ha desaparecido. Pero no es así. Los herederos de aquel sueño artístico, cultural e industrial que nació en 1925, mantienen vivo, aunque a ralentí, «un legado» al que se asoman nombres como el de Asorey, Castelao, Maside, Torres… El peso de esos nombres les obliga, explica Fina, una de las herederas, a dar solo pequeños pasos, a producir sobre pedido, a vender solo en aquellos lugares en los que se respeta el prestigio de la Cerámica Celta, que ahora lleva la apostilla de La Calera para evitar malos entendidos.

 

¿Confusiones?

Y es que malos entendidos, más o menos inocentes, haberlos haylos. Por un lado están todos aquellos que, por desconocimiento, confundían la Cerámica Celta con piezas heredadas de la tradición de los castros. Por otro, estaban los que intentaron apropiarse del buen nombre de la empresa sostenida por Ramón Diéguez. Cuando este murió, allá por los años sesenta, la empresa ya había iniciado su declive. Su agonía aún habría de prolongarse hasta los noventa, cuando la fábrica cerró durante unos años. Resucitó de sus cenizas, y lo hizo con el poder, las formas y los colores que tienen las cosas auténticas. Y gracias a esa fuerza que da la verdad, logró imponerse a los imitadores que habían intentado ocupar su sitio. Ahora, trabajando sin hacer ruidos, siguen los herederos de Ramón Diéguez. Manteniendo vivo un legado que, dicen, nos pertenece a todos.

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