El olivar de la concordia toma tierra en Setecoros.
La parroquia de Setecoros no tardará en tener color verde oliva. Siguiendo un minucioso plan elaborado por el consejo parroquial, ayer comenzaron a plantarse alrededor de la iglesia más de 800 olivos con los que se pretende sacar provecho a las fértiles tierras de Valga. El reloj frisaba ya el mediodía cuando una furgoneta comenzó a subir la ligera colina sobre la que se encuentra el templo. Paulino Sánchez, el cura, aguardaba impaciente su llegada. A fin de cuentas, ese vehículo era el portador de las plantas que, si todo sale bien, van a transformar el paisaje de Setecoros y a insuflar nueva vida a la comunidad de vecinos.
A Don Paulino la espera se le hizo larga. Y eso que los vecinos que a media mañana pasaban por el camino se detenían a charlar con él. Querían asegurarse, parece, de que todo estaba listo para iniciar los trabajos de plantación. Y todo estaba listo. El terreno -hectárea y media propiedad de la iglesia- limpio y bien limpio. Y los agujeros en los que se iban a colocar los olivos, preparados para recibir a unos árboles que echarán raíces en Valga.
En cuanto crezcan un poco, darán forma al olivar de la concordia. Así ha bautizado Don Paulino a una plantación en la que crecerán tres variedades distintas: la arbequina española, la cobrançosa portuguesa y el frantoio italiano. La selección de estas especies no ha sido objeto de la casualidad ni del capricho -nada aquí se ha dejado al azar-. «Estas tres variedades tienen un ciclo de maduración distinto. Y como la recolección tiene que ser manual, más artesanal que mecánica, nos convenía más así porque nos va a permitir escalonar el trabajo», explicaba Don Paulino. Pero aún habrán de pasar un par de años antes de que salga la primera cosecha de aceitunas de Setecoros. Los árboles que ayer se plantaron llegaron a Valga cuajados de diminutas olivas. «Pero los dos primeros años se les arrancan para que no tiren de la savia y los árboles crezcan». Esta explicación se la brindó el cura a José María Bello Maneiro, el alcalde valgués, que se acercó hasta Setecoros para no perderse la colocación del primer olivo. O, mejor dicho, de los tres primeros olivos. El regidor metió las manos en la tierra para colocar las plantas, rodearlas del humus de lombriz prescrito por los técnicos, atarlas a una caña de bambú importado para que el tronco crezca derecho, y proteger su base con una suerte de casaca de plástico que mantendrá alejados a caracoles, babosas y otras plagas.
Cuando dentro de unos años los árboles den frutos, y estos se transformen en aceite, Don Paulino confía en poder reinvertir las ganancias en recuperar el patrimonio parroquial. Quien sabe. Tal vez la ruinosa rectoral resurja de sus cenizas como la nueva almazara de Setecoros.
La Voz de Galicia
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