Mi amigo Borobó cumple cien años.
Quiero recordar el centenario del nacimiento de «mi amigo Raimundo «Borobó», a quien conocí tarde, cuando él era ya famoso con sus «anacos» de «El Correo Gallego» y yo comenzaba a publicar donde podía, mientras estudiaba en la Universidad Central de Madrid Filología Románica y completaba en la Escuela de Periodismo de «Herrera Oria», más conocida por «de la Iglesia», la licenciatura en Periodismo que me había vetado el historiador Gómez Aparicio -don Pedro Go- años antes, en el examen oral de ingreso en la Oficial. Y quiero recordar la fecha de su imposible centenario, para el que le faltaron trece años- sólo por darme el gustazo de llamarlo amigo, algo que -segundo veto- él mismo me impidió tozudamente en nuestro trato mientras vivió. ¿Por qué? Yo creo que sus hijos y Carlota lo saben pero no quieren decírmelo. Otra vez ¿por qué?
Voy a ver si aclaro mi nebulosa sobre las razones que tuvo Borobó para corregirme cada vez que me tomaba la libertad de llamarle «amigo». No fallaba; parecía estar en guardia. Si yo presentaba a Borobó a algún amigo que venía a saludarme, pongamos en el Centro Gallego de Madrid en mis años de presidente, y decía «Mi amigo Raimundo», me rectificaba, aunque no conociera al que acababa de llegar, y decía, por ejemplo, «eso de tu amigo Raimundo lo dices tú». Al principio creí que era una de sus réplicas agudas, sin importancia… A veces yo mismo practico esa esgrima dialéctica para desconcertar a quien no me conoce. Pero un día, hablando de Cela, cometí el mismo error: «Mi amigo Camilo»- que lo era, y entrañable, por encima de Marina-, y Borobó saltó por encima de la boina que llevaba calada como si le hubiera hincado una banderilla. «¿Amigo? No lo sabía». No sé por qué saqué la conclusión de que Raimundo no quería serlo mío. Esta desgana se acrecentó cuando los dos elegimos Boiro, mi pueblo, para vivir la jubilación respectiva. ?l había nacido en Cesures el 10 del mes del Apóstol de 1916. Dejó la vida en Santiago y se enterró en Cesures a mediados de agosto de 2003. Sin embargo, yo tengo libros -de los pocos que publicó- por él dedicados, donde me llama amigo, desde la biografía del «viejo» Pablo Iglesias a algún otro de la serie de Trevonzos, con la que algunos «amigos» tuvimos que ver. Tengo en mi memoria sobre Borobó la devoción añadida de que fue el primer director de periódico que publicó un artículo mío, sin conocerme, sin que nadie se lo pidiera en mi nombre -yo menos, claro-, y lo hizo de modo muy destacado en la última página de «La Noche», vespertino que dirigía, bien ilustrado con una foto de Barraña en un ocaso estival. Iba la cosa sobre Rey de Viana y sus chicos del Ballet Gallego, que estuvieron aquella tarde rodando en la playa de Boiro un corto para cine. Meses después volví a ocupar la misma página contando mis peripecias en Italia, en una serie cultural y costumbrista que yo mismo ilustré con mis vieja Leika. Quiero decir que, sin recibirme en la «generación «La Noche», que él pilotaba, siempre se portó como un amigo -¡perdón»-, un generoso padrino literario. En fin, tengo que concluir que su desabrimiento ocasional era fruto de su carácter coñón y no una reacción esquiva de rechazo.
Por los demás, yo sigo acudiendo todas las mañanas a recoger el pan de cada día que me traen las encantadoras chicas de O Bolo. Sin sal, claro.
Apuntes. Luis Blanco Vila
El Correo Gallego
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