Estas vaquillas merecen un respeto.

Publicado por Redacción en

Hace un par de años, diversos colectivos animalistas pusieron sus ojos en la Festa da Xuventude de Valga. Un certamen que se desparrama durante un fin de semana completo en el entorno de la playa fluvial de Vilarello. Durante dos días hay de todo: desde música, a las llamadas Olimpiadas de Aldea, en la que los vecinos de la localidad miden sus fuerzas en disciplinas como tirar de la cuerda, o jugar al brilé. Pero, sin duda, el plato fuerte de la celebración es la suelta de vaquillas que desde hace años acompaña el programa. Los animalistas aseguran que, en el ruedo desmontable que se instala en Valga, los animales pasan un auténtico calvario. Normalmente actúan en tardes como la de ayer, rodeadas de sol, envueltas en calor, sacudidas por el polvo, agobiadas por unas gradas que no paran de chillar y aplaudir, acosadas por unos recortadores -profesionales y aficionados- que no paran de cruzarse en su camino.

El Concello de Valga intentó, en su día, replicar a todo ese argumentario. Indicaba el consistorio que los animales reciben un trato exquisito, que esperan a la sombra su hora de entrar en escena y que nadie les hace, en ningún momento, daño. Pero sus palabras no lograron evitar que colectivos como Galicia Mellor sen Touradas haya reunido la friolera de 70.000 firmas contra el espectáculo. Bien es cierto que ese número no ha asustado al gobierno local, que este año ha vuelto a incluir la capea en la Festa da Xuventude. Se celebró ayer, a las seis de la tarde, en un recinto lleno de carteles en los que se indicaba que no iba a ser aquel un espectáculo adecuado para menores de doce años -aunque al espacio, finalmente, se colasen varios-. Bailaora y Gitana iban a ser las dos protagonistas de la tarde. Eran animales pequeños. «Tipo cabuxa», dijo el inspirado speaker del espectáculo. «Isto toréao calquera», señalaba.

En el cualquiera entraron tanto los profesionales como Emilio Colmenero y su tropa, como espontáneos disfrazados de toda guisa: de árbitro de fútbol, de Isabel Pantoja o de enfermera de la Cruz Roja. Algunos de esos recortadores aficionados se lanzaron una y otra vez al ruedo para intentar llamar la atención de los animales, y alguno experimentó el subidón de adrenalina que implica tener el cuerno de una vaquilla a unos centímetros de la piel. El speaker quitaba dramatismo a esos momentos, y espoleaba la risa del público y sus aplausos. Actuaba, también, como altavoz desde el que la organización remachaba que el de ayer, en Valga, era un espectáculo en el que los animales no sufren. En cuanto las vaquillas parecían cansadas, se les daba una pausa. Al fin y al cabo, «estas vaquillas merecen un respecto».

La Voz de Galicia


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