El Camino que pasa por Lisboa, las orillas del Miño y Tui no está tan masificado como el francés
El Camino Portugués, que arranca en Lisboa, es una ruta caracterizada por la insuficiencia de arcenes y de pasos para atravesar la vía del tren. Los peregrinos han de tener cuidado, ya que el asfalto vertebra buena parte del recorrido. A pesar de todo, los caminantes no han de preocuparse de los problemas de masificación de la ruta francesa y pueden evitar las carreras para conseguir alojamiento en albergues y polideportivos.
El último tramo de la ruta portuguesa, que comienza en el Milladoiro y pasa por el barrio de A Choupana y por Santa Marta, presenta zonas sin aceras que van aumentando a medida que se abandona Ames. Una tónica que se repite durante todo el itinerario luso. «Echamos de menos señalización que advierta a los conductores de que hay peregrinos», comentan Macarena y Aurora, dos madrileñas que comenzaron su peripecia en Valença. Al igual que estas dos peregrinas, muchos caminantes han de atravesar carreteras como la N-550 con sumo cuidado para no sufrir peligro. Los baches son otra de las constantes del trecho final del Camino Portugués, recorrido en algunos puntos por estrechos senderos por los que los romeros han de pasar en fila.
A pesar de estos inconvenientes no todo es negativo en la ruta lusa: aunque las condiciones son mejores en la francesa, el Camino está mucho menos transitado, por lo que los peregrinos encuentran hospedaje sin problema, la mayoría de las ocasiones sin tener que recurrir a polideportivos, y pudiendo dormir en albergues. «Es cierto que hay menos alojamiento, pero el viaje es mucho más tranquilo», dice Marga, una barcelonesa que repite la experiencia de la ruta jacobea.
A diferencia del Camino Francés, los albergues son menos numerosos y hay que recorrer varios kilómetros para encontrar un restaurante donde comer o un establecimiento en el que saborear un buen café. De hecho, en el tramo comprendido entre Milladoiro y Santiago, que abarca seis kilómetros, no se encuentran apenas cafeterías y mucho menos albergues en los que pasar la noche.
Los peregrinos, a pesar de las deficiencias del Camino Portugués, recorren el último tramo con alegría. Un trecho que no desorienta, ya que multitud de flechas adornan carreteras, muros y postes indicando la meta a Compostela.
LA VOZ DE GALICIA, 08/08/10