O xoves pasado finou aos 92 anos de idade o veciño da rúa Portarraxoi, Luis Grela Tourís que estaba atendido polo amigo coidador, Alejandro Mouriz Pérez. Os restos mortais recibiron sepultura no Cemiterio Parroquial de San Xulián o venres 15 de marzo.
Consternación, desconsuelo,
impotencia… Pero también rabia contenida y una sensación difícil de
explicar cuando dos familias se reúnen para dar el último adiós a dos de
sus seres queridos después de una muerte tan horrenda como inverosímil.
Así se vivió ayer el entierro de la valguesa María José Aboy Guimarey, de 43 años, y el de su esposo y presunto homicida, Javier Bello Ferreirós, de 46.
El
domingo la mujer, madre, esposa y joven valguesa perdió la vida cuando
su pareja, según todos los indicios, le disparó en el pecho con una
escopeta de caza antes de quitarse la vida descerrajándose un tiro en la
cara, con la misma arma.
Vivieron
juntos, tuvieron dos hijos juntos y se enterraron juntos, un nicho
encima del otro, en el panteón familiar, a nombre de José Bello Vázquez,
el padre del presunto autor del ataque machista.
Sus cuerpos llegaron al tanatorio de San Roque, en Bemil (Caldas),
en la tarde del lunes. Y allí permanecieron hasta que ayer se efectuó
el traslado de los restos mortales a la iglesia y el cementerio
parroquial de Carracedo, donde había nacido el esposo y presunto
homicida.
Tal y como figuraba en la esquela
compartida que anunciaba el entierro de María José y Javier, llegaron
vecinos, amigos y conocidos, además de representantes políticos, desde
diferentes puntos de Caldas, Valga y otras localidades.
Fueron
varios cientos de personas, quizás medio millar, las que despidieron a
este matrimonio en una lluviosa y fría tarde invernal marcada por los
silencios y los llantos, la tristeza y la incomprensión.
Por
momentos, lo que ayer sucedía en el atrio, la iglesia y el camposanto
era, simplemente, inenarrable. No es fácil afrontar una tragedia así, y
menos aún cuando, a pesar de lo sucedido, los dos protagonistas de este
trágico episodio son enterrados a la misma hora y en el mismo lugar, con
las familias de ambos compartiendo dolor y desesperación.
Se llevaban bien entre ellos, comían juntos con frecuencia, hacían fiestas y, en definitiva, eran «una familia normal; una familia que se quería», reflexionaban los vecinos.
Prueba
de ello es que el domingo, cuando se desencadenaron los terribles
acontecimientos, todos esperaban en el lugar de Bronllo -en la parroquia
valguesa de Setecoros- la llegada del matrimonio. Estaban esperando
para almorzar en una casa situada a escasos metros de la suya, donde
vive su hija.
Iban a participar en aquella reunión familiar tanto los padres
de María José y de Javier como sus hijos y otros familiares. Pero ellos
tardaban más de lo previsto. Y cuando fueron a buscarlos los
encontraron muertos, parece que tendidos en el dormitorio en medio de un
gran charco de sangre.
Aquella
imagen que nunca olvidarán quienes los encontraron cambiará para
siempre las vidas de estas personas; las mismas que ayer buscaban
consuelo apoyándose unos en otros.
Pero
no es fácil superar algo así. Especialmente en el caso de Fabián y
Cintia, los hijos de la pareja. Como tampoco lo tendrán sencillo los
padres de las víctimas, ya que viven todos.
«Era
una familia bastante grande y no se conocían problemas entre ellos,
como tampoco entre el matrimonio», reflexionaba una de las mujeres
asistentes al sepelio mientras se vivían escenas de tensión entre
algunas familiares de las víctimas que trataban de impedir el trabajo de
los medios de comunicación.
«Quizás el más extraño era él (Javier Bello), ya que apenas hablaba con nadie», indicaban otras mujeres allí presentes.
«No
era un hombre de bares y apenas saludaba a nadie por la calle, ni
siquiera a los que habían vivido al lado de su casa materna desde niño»,
apostillaban otros asistentes al funeral mientras esperaban a que
terminaran unos oficios que comenzaban con retraso, pasadas las seis y
media de la tarde.
«No saludaba ni a los que tenía puerta con puerta y estaba como deprimido, quizás más desde que se quedó en paro«, se comentaba a las puertas del camposanto de Santa María de Carracedo.
Nadie
puede entender lo sucedido, y mucho menos explicarlo. Nadie sabía decir
ayer qué habría podido pasar por la cabeza de Javier Bello para,
presuntamente, acabar con la vida de su esposa antes de suicidarse. Y
desde luego nadie puede justificarlo, ni ayer ni nunca.
Lo
que todos tienen claro es que hay que hacer todo lo humanamente posible
para acabar con la lacra de la violencia de género. Y así lo dejaban
patente tanto quienes asistieron al multitudinario entierro de la pareja
residente en el Concello de Valga como aquellos que participaron en las concentraciones de repulsa frente al machismo.
Unas
convocatorias que también tuvieron lugar ayer antes, durante y después
del entierro, celebradas en decenas de villas y ciudades gallegas.
Como sucedió en Vilagarcía, a instancias del colectivo feminista «O Soño de Lilith», y en Cambados,
por iniciativa de la asociación «A Naiciña». En estos y en los demás
casos para denunciar «una situación insostenible para las mujeres» y
tratar de cambiarla «porque nuestras vidas están en peligro».
En
la ciudad vilagarciana, con presencia de representantes políticos de
todos los partidos, las convocantes dijeron estar en la calle porque
«aunque en las filas de la derecha niegan la realidad de los
feminicidios y pretenden hacernos creer que son asesinatos que se dan en
cualquier género, lo cierto es que los presos por violencia machista
son el tercer mayor grupo en las cárceles de España, con casi 20.000
reclusos por esta causa, frente a los 11.000 condenados por homicidios».
Y a pesar de ello «los presidentes de la Xunta
y el Estado español se limitan a guardar minutos de silencio en actos
institucionales el día que se producen los feminicidios».
De
ahí que en «O Soño de Lilith» crean que «no se puede permitir que se
insista en que las mujeres deben denunciar y tomar medidas de
protección». En lugar de esto «hay que dirigir campañas a los
maltratadores, violadores y asesinos, porque queremos ser libres como
los hombres para poder caminar solas de noche y poder separarnos de
nuestras parejas sin miedo a que nos maten».
Así,
«cansadas de violencia» y de la respuesta de las instituciones frente a
las agresiones, como también convencidas de que «no viviremos en una
democracia mientras perdure el sistema patriarcal», el colectivo
feminista vilagarciano incide en considerar la violencia machista «como
un problema social y político de extrema gravedad».
En el manifiesto que se leyó durante la concentración en Vilagarcía se mostró el pesar por la muerte de María José Aboy. Y se reflexionó sobre ello diciendo que «escucharemos que no constaban denuncias previas de violencia y depositaremos parte de la culpa en la mujer que no denunció en lugar de hacerlo en las personas que compartían espacio con un asesino y no vieron el peligro ni hicieron nada por impedir lo sucedido».
María
José Aboy tenía 43 años y era carnicera en Valga. Su pareja trabajaba
como soldador. Le quitó la vida el domingo antes de una comida familiar.
El 8M es una fecha señalada todos
los años en Valga (Pontevedra). El viernes, el colectivo O Refaixo da
Carolina realizó su llamamiento anual y mujeres de todo el ayuntamiento
salieron a la calle a manifestarse por sus derechos como en muchas otras
ciudades de España en las que la marea morada se hizo notar. Apenas 48
horas después, tras el asesinato de María José Aboy Guimarey, 43 años, a manos de su pareja, Valga se rompía en decenas de pedazos.
María José era carnicera y trabajaba en Valga desde hacía años. Quienes la conocen en el pueblo la definen como una mujer fuerte, buena. Se casó joven con Javier Bello Ferreirós,
46 años, y tuvieron dos hijos en común, ambos ya mayores de edad. Al
final de esta semana, él le quitó la vida de un disparo en el pecho
antes de suicidarse.
El asesino de Maria José era natural de Carracedo,
una pequeña parroquia de Caldas de Reis, localidad situada 10 kilómetros
al sur de Valga. Aunque vivía con su mujer desde hacía años en la casa
que poseían en el lugar de Setecoros, seguía yendo a su ciudad natal a
trabajar.
Sus padres habían sido propietarios de un
restaurante cercano a la casa en la que vivía la pareja. Él se ganaba la
vida como soldador. También trabajó en ayuntamiento de Valga, donde
sacó plaza hace años como conductor. Ahora estaba en el paro.
No se sabe todavía muy bien qué desencadenó los
hechos, pero el domingo por la mañana acabó con la vida de su mujer
descerrajándole un disparo con su escopeta de caza. Luego se quitó la
vida.
Una comida a la que no llegó
La casa de María José y de Javier está cerca del
sendero que atraviesa el Camino de Santiago portugués a su paso por
Valga. El domingo habían quedado a comer con parte de su familia, muy
cerca de la vivienda que ambos habitaban en el lugar de Bronllo, a la
altura de la AP-9.
La mujer solo tenía que recorrer un breve sendero
hasta la otra casa familiar, pero nunca llegó a hacerlo, y por eso sus
dos hijos comenzaron a preocuparse. La tardanza de su madre y de su
padre les inquietó. Chico y chica, ambos mayores de edad, ya se habían independizado y no vivían con sus padres.
El hijo se dirigió hasta la vivienda familiar. La
puerta, según fuentes cercanas a la investigación, estaba cerrada. El
joven llamó a sus parientes y estos le ayudaron a romper una de las
ventanas de la casa. Dentro se encontró el resultado de una trágica
escena ocurrida horas antes.
Javier Bello Ferreirós tenía licencia de caza.
Cuando podía, se escapaba a algún coto o cacería tras el cual exhibía
sus presas, como las que aparecen en la fotografía que abre este
reportaje. Disponía en su casa de dos escopetas. Una de ellas la utilizó
para matar a su mujer. La encañonó y le quitó la vida de un disparo en
el pecho.
Acto seguido, dirigió el cañón del rifle hacia su
propia cara y apretó el gatillo, quitándose la vida de un disparo en el
rostro. Varios de los vecinos que habitan en esa misma zona relatan a EL
ESPAÑOL lo acontecido en las últimas horas en esta parroquia de Valga y
explican que no escucharon nada.
No había denuncias previas
El coche fúnebre lleva el cuerpo de María Aboy, asesinada por su marido en Valga.
María José nunca se había atrevido a denuncia. Hasta la fecha, no había presentadas denuncias por violencia de género. No se sabe, por tanto, que lo pudo llevar a cometer el crimen.
Begoña Piñeiro, concejala de Igualdad de Valga, implora con el dolor en la voz que «ojalá» María José sea «la última víctima». «Solo pido a las mujeres que no tengan miedo de hablar, que siempre van a tener el apoyo.
No había denuncias, ni antecedentes. No había nada que hiciera saltar
las alertas. Nosotros buscamos trabajar la prevención desde los
colegios, pero cuando no consigues evitar un asesinato… Valga ahora
mismo está rota».
Tras el crimen de Setecoros, los hijos y los familiares de la mujer asesinada y de su pareja están siendo atendidos constantemente por los psicólogos de los servicios sociales del ayuntamiento.
Así fue cómo el horror llegó a Valga dos días después de la masiva e
histórica manifestación en decenas de ciudades españolas en la que el
gentío, mayormente compuesto por mujeres, salió a reivindicar sus
derechos, a exigir medidas contra la desigualdad, a alzar la voz contra
los asesinatos machistas que se repiten una semana tras otra, un año
tras otro. Este lunes, las vecinas del municipio volvieron a salir a la
calle.
Es el tercer golpe perpetrado por la violencia machista este fin de semana y el segundo que alcanza directamente a Galicia. Natural del concello lucense de Sober, Estrella Domínguez, 63 años, fue asesinada por su marido el pasado viernes en su vivienda del distrito madrileño de Ciudad Lineal. Para ello utilizó también su escopeta de caza. Después se quitó la vida.