Sin blindaje contra los ladrones en Pontecesures.
Pontecesures vive una ola de robos permanente. El bar Katamarán, que ocupa las oficinas de un banco, ha sufrido cuatro robos en un año.
Antes de convertirse en un bar famoso en Pontecesures por sus bocadillos, el local que ahora ocupa el Katamarán era la sede que la oficina de Caixa Pontevedra tenía en la localidad. Así que en todos los ventanucos hay barrotes, «e temos alarma, que mete bastante ruido». Pero ni la sirena, ni los cristales blindados, ni la doble puerta han logrado impedir que el local que regenta Juan Pardal haya sido violado por los ladrones cuatro veces en el último año. La dos últimas, con apenas siete días de diferencia.
«Xa costa moitísimo aforntar os gastos dun negocio para que che boten un roubo enriba», reflexionaba ayer el responsable del local. Así que, echando mano de un humor que se resiste a perder, advierte a los ladrones «que non veñan máis, que non hai un duro». Lo que no hay en el bar, seguro, es tabaco. Tras los últimos robos ha decidido dejar la máquina expendedora de cigarrillos vacía y abierta. La tragaperras blindada contra los cacos. Y la registradora se vacía todas las noches. «Ao mellor quedan algúns céntimos pero nada máis. Todo o que queda de certo valor, vaise conmigo para a casa», explica.
Juan se declara en «estado de guerra». Y parece que en su bando solo estuviera él y quienes como él, tienen negocios en Pontecesures. «De feito, non sei como non hai aínda máis roubos, porque a Garda Civil non anda por aquí». «Polo día temos de todo: policía local, tráfico, controis de alcoholemia…Pero a partir das nove non hai ninguén», sentencia.
Esto le facilita las cosas a los ladrones como el que en las últimas semanas se acercó dos veces, de madrugada al local. Maza en mano, destrozó los cristales blindados de la puerta demostrando que «está cheo de enerxía, porque para romper isto vinte golpes, e ben fortes, tivo que dalos. Traballador tamén é», vuelve a ironizar Juan. Y rápido, añadirá después: en su última incursión se llevó hasta una tele y el mando correspondiente.
El mismo varón visitó el C’est la vie. La propietari de este local, Teresa Blanco, se declara tan harta de los robos como su compañero de sector. Su cafetería ha sido violentada dos veces: suficientes para que haya decidido ya quitar la máquina tragaperras, el objetivo perseguido por los cacos. «Estmos pensando en poner reja o verja. Pero mientras no lo decidamos, no ponemos la máquina», argumentaba ayer.
También Juan está pensando en poner unas verjas en la puerta y en la gran luna de su local. Pero no lo tiene nada claro. «Pode ser que me gaste 6.000 euros para nada», argumenta. Lo que más le preocupa, en estos momentos, es el seguro. Tras el cuarto robo sufrido, la compañía con la que trabaja no quiere saber más de su negocio. «O seguro é de roubos. E cando che rouban xa non interesa», explica el hombre, cansado de las paradojas a las que debe hacer frente día a día.
DIARIO DE AROUSA, 13/04/13
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