Un cerdo de cien kilos por 400 euros.

Publicado por Redacción en

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Los valgueses se reunieron en torno al banco del matarife para dar cuenta de un cochino tal y como se hacía antaño, o casi. Los vecinos vivieron una de esas fiestas familiares y vecinales que se vivían antaño, cuando eso de sacrificar puercos era algo de lo más frecuente en el rural. Además de dramatizar la matanza, paso a paso, se procedió a subastar al cerdo muerto y se desarrolló una comida con productos típicos en la que participaron unas 250 personas.

El Concello de Valga es especialista en eso de escenificar fiestas con sabor a pasado que sirven para recordar las raíces y costumbre de un pueblo. Lo hace con la «sementeira», la «malla» y tantas otras celebraciones casi rituales, como ayer se demostró con la matanza del cerdo.

Los vecinos, hombres y mujeres, niños y adultos, se reunieron para asistir al sacrificio de un animal de alrededor de cien kilos de peso que posteriormente fue subastado entre los presentes, haciéndose con él un vecino de Vilarello llamado Alfredo Rodríguez, por una cantidad de 400 euros.

Después llegó el momento del almuerzo, como no podía ser de otra manera a base de platos típicos relacionados con esos cerdos que tan bien se criaban en las casas del rural y tan sabrosos resultaban. Unas 250 personas dieron cuenta de «rixóns», zorza, cocido, «bolos de pote», filloas de sangre, morcillas y otros productos en un almuerzo que se prolongó durante casi todo la tarde y en el que no faltó la música, por lo que está de más decir que la animación fue absoluta.

Era el momento de contar anécdotas y repasar el discurrir de la matanza llevada a cabo por la mañana, cuando los asistentes pudieron ver cómo se sacrificaba al cerdo y se quemada para eliminar suciedad y pelos. Posteriormente se lavó a conciencia, para que no quedara rastro de ceniza ni de porquería de ningún tipo, antes de colgarlo como paso previo a ser descuartizado.

En definitiva, que se escenificó una matanza a la antigua usanza, de esas que se saboreaban con vinos del país, chupitos de aguardiente, un indudable espíritu de solidaridad y orden. Eran matanzas casi jerárquicas, en las que un especialista se ocupaba de acabar con el animal, los hombres realizaban las tareas antes expuestas y las mujeres se encargaban de limpiar las tripas y preparar cada trozo de carne.

Faro de Vigo


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