La «oficina» de la droga estaba en Lestrobe.
De los nueve acusados, solo uno declaró porque aceptaron un acuerdo con el fiscal.
En Padrón, los narcos iban a «la oficina». Al menos el grupo juzgado esta semana por formar parte de una organización dedicada a la venta al por menor de heroína, cocaína y cannabis. De los nueve acusados, ocho no llegaron ni a declarar en la vista oral. Aceptaron un acuerdo con el fiscal a cambio de rebajar las penas que les pedían. Entre ellos, el jefe, Fernando Baleirón Abuín, y su lugarteniente, Secundino Osorio Tarrío, que tendrán que ingresar en prisión dado que han aceptado condenas de seis y cinco años, respectivamente.
«La oficina» era la casa que el cabecilla del grupo de narcotraficantes había alquilado en Lestrobe (Dodro) para utilizarla como centro de operaciones. El inmueble, situado en la carretera de Rianxo, era frecuentado por toxicómanos que acudían a comprar sus dosis y que muy frecuentemente fumaban o se inyectaban allí mismo.
En las numerosas conversaciones telefónicas interceptadas por la Guardia Civil durante los largos meses de investigación son constantes las referencias a la casa como si de un lugar normal, y legal, de trabajo se tratase. El jefe, Baleirón, llamaba a sus colaboradores y les preguntaba «¿estás en la oficina?» o les advertía de que tal o cual cliente «iban a pasar por la oficina» y les pedía que les atendiesen debidamente con palabras en clave como «del color» para la heroína.
Aquella «oficina» de la droga de la comarca de Padrón fue por tanto vigilada día y noche por los agentes y se documentó cada movimiento de los narcotraficantes. La Guardia Civil supo así que, en un momento dado, el grupo sufrió un robo. Alguien aprovechó que el inmueble se quedaba vacío por las noches para entrar y llevarse la mercancía que tenían allí almacenada. Ese fue el momento en el que Fernando Baleirón decidió cambiar el modus operandi de la organización y dejar en «la oficina» un retén que la vigilase 24 horas al día.
Todos menos uno de los colaboradores del grupo han aceptado su participación en los hechos y condenas de entre tres y tres años y medio de prisión. No las cumplirán, de momento, porque el acuerdo con el fiscal incluye una suspensión por tres años de la condena siempre y cuando se sometan a un tratamiento de desintoxicación con controles periódicos cada seis meses que demuestren que ya no consumen estupefacientes. No en vano, todos eran toxicómanos, un factor que ha sido tenido en cuenta como atenuante a la hora de juzgarlos porque se considera que cometieron los delitos para, en parte, sufragarse las dosis que necesitaban.
En la estructura que la banda montó en Padrón, además de «la oficina», también utilizaban para sus ventas, aunque en menor medida, el piso en el que vivía Fernando Baleirón con su novia -también condenada- en la capital del Sar. Su lugarteniente, Secundino Osorio, hermano de su pareja, también vivía allí con ellos. El tercer lado del triángulo era un bar situado en la plaza de Camilo José Cela, el A Lareira, en el que estaba al frente otra de las acusadas que ha aceptado los hechos a cambio de una reducción de la condena.
Venta a pequeña escala
El grupo contaba además con un numeroso parque de automóviles que utilizaban para ir y venir de «la oficina» con la droga. Se abastecían con dos intermediarios de Vilagarcía que también han aceptado los hechos y han sido condenados.
El de Baleirón era un grupo de venta de droga a pequeña escala pero muy bien organizado. De hecho, él llevaba una libreta con la contabilidad día a día tanto de las compras de droga a sus proveedores como de las ventas que hacía. Papelina a papelina, gramo a gramo, todo quedaba allí registrado. Tanto control le hizo llevar bien el negocio, pero también aportó a la Guardia Civil muchas e irrefutables pruebas.
La casa de Lestrobe ya no es «la oficina» de la droga. Tras el desmantelamiento de la banda el inmueble ya no es el epicentro del menudeo de estupefacientes en la zona de Padrón. No hace mucho hasta allí acudían a diario toxicómanos de la comarca e incluso de Santiago.
Gramo a gramo, el jefe de la banda registraba en su libreta todas las ventas que hacía.
La Voz de Galicia
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