El bar de Valga que se adelantó a los tiempos.

Publicado por Redacción en

Lleva cincuenta años yendo un paso por delante, pero sin olvidar que las tapas tradicionales funcionan.

Pedirle a Carmen Potel que cocine es abrir el abanico de opciones a colocar sobre la mesa. Le gusta innovar ante los fogones. No es sorprendente. Creció cerca de ellos. Aunque es necesario hacer un buen retroceso en el tiempo, el bar que regenta en Valga comenzó siendo una casa de comidas del plato del día. Ya llovió desde aquella, cincuenta años concretamente, pero a Carmen Potel no le cuesta echar la vista atrás. Ni poner fechas. «Celebramos las bodas de oro el pasado 1 de septiembre», señala Potel. Fue su madre, Agustina Touceda, quién apostó por lanzar su propio negocio familiar «a pesar de que ya había dos casas de comida en las cercanías». Esto no fue un impedimento. «Desde el principio fue muy bien», recuerda la ahora propietaria. Desde muy joven, tanto ella como su hermano, al que le lleva diez años, comenzaron a ayudar. «Si no servías para servir, podías recoger los platos», señala. Toda mano era siempre de agradecer.

En este retroceso al pasado, resulta imposible no fijarse en como el paso del tiempo dejó su huella en los servicios que ofrecían. Especializados en el menú del día, al último plato le seguía una copa. «Ahora es impensable verla incluida. Ya ni se piden, fueron sustituidas por los cubatas», relata. También fue cambiando la relación con las empresas de la zona. En un principio, estas pagaban la comida de sus trabajadores, que acudían en autobús hasta los alrededores del bar. Pone el ejemplo de la constructora Malvar. «Generalmente, era mi padre el que iba una vez al mes hasta la oficina de Pontevedra para cobrarles», explica.

Cuando cambió el sistema y las empresas apostaron por los vales para sus empleados, «no tuvimos ningún problema». Potel señala que, aunque los trabajadores podían elegir el lugar donde comer, no notaron una reducción de los que apostaron por ellos. Acudían además profesionales de sectores de lo más dispares, que hicieron del bar una gran familia. «Al grupo escolar formado por profesores del colegio y de las escuelas unitarias se terminaron uniendo el médico y el farmacéutico de aquel entonces», cuenta.

Fue, con el paso del tiempo, la enfermedad de su madre la que provocó que optasen por cerrar el servicio de comedor. Continuaron así con el de barra. «Conservamos también las tapas», cuenta Potel. Todavía las mantienen. Empanada de berberechos o zorza, callos y filloas son algunas de sus especialidades para acompañar la consumición. No falta, entre ellas, la tortilla. El plato que escoge para la ocasión. Aunque son muchas las veces que opta por prepararla rellena (ya sea de chorizo, jamón o, incluso, de anchoas) se decanta por la que más éxito tiene entre sus clientes. «La normal, la de toda la vida, es la que más gusta», afirma. Tampoco pasa desapercibida su lamprea a la bordelesa.

Pioneros.

Carmen Potel puede presumir de regentar el primer bar que incorporó una cafetera y el grifo de cerveza en Valga. «Llegamos a retirarlo», cuenta sobre este último, porque «la gente prefería la cerveza de botella». Y, del tiempo. «En la nevera teníamos muy pocas», indica. Ahora, sin embargo, sus clientes las prefieren frías. También fueron los primeros en comprar lotería. «Se enviaba en autobús», recuerda. Desde la quiniela hasta la de Navidad, que repartió, gracias a la maquina, la combinación del segundo premio del año que recién concluyó.

Entre las vivencias que acumula durante todos estos años entregada al bar, le resulta difícil quedarse con una. Las noches de fin de año son, sin embargo, un gran momento entre sus recuerdos. «Como casi no había televisiones, los vecinos se acercaban para pasar la velada. Cantábamos y bailábamos hasta altas horas», señala. Aunque esta tradición ya no se mantiene, en parte porque cierran, son muchos los vecinos que siguen acudiendo hasta allí para tomar algo antes de la cena. «Es de agradecer. Más allá de lo económico está lo sentimental», señala. Aunque a veces es un trabajo esclavo, asegura que también gratificante.

La Voz de Galicia


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