El vandalismo es algo muy distinto al gamberrismo.
Aún a riesgo de que lo que se entiende por políticamente correcto acabe por devorarnos, no parece que la sociedad se muestre especialmente sensible hacia actuaciones que desbordan con mucho lo aceptable para encardinarse directamente en lo que es inadmisible, aunque sus autores sean (si es el caso) adolescentes en sus primeras travesuras de juventud. Porque o lo hacemos nosotros o lo hará la constatación de unos hechos que se antojan intolerables. Entre gamberrismo y vandalismo hay el largo trecho que media entre un pecado de juventud y el manifiesto intento de hacer mal, a sabiendas. Mover un contenedor de sitio puede ser un raro sentido juvenil de gamberrada. Destruir una pista de pádel recién hecha es una clara muestra de vandalismo. Llenar una fuente de gel puede ser pesada, pero broma al fin y al cabo. Destruir un jardín botánico singular es un manifiesto propósito de hacer mal, a sabiendas o desde la ignorancia, lo que sería aún peor. Oroso y Padrón están siendo escenario de estas desalmadas actuaciones que nada tienen que ver con lo que se entiende por gamberrismo y que sí inciden de lleno en un delito de destrucción de un patrimonio que es de todos y cuesta su dinero. Ponerle remedio no se arregla con disculpas, sino con toda la energía que permiten las leyes. Los concellos tienen la palabra. Y la responsabilidad de hacerle frente.
Columna «Espinas». TIERRAS DE SANTIAGO, 20/04/09
0 comentarios