El chico de Valga que conquistó Instagram.
Michael Chenlo, de Sete Coros, se ha colado en los premios Bitácoras, la élite de los blogueros españoles.
Quizás no le suene su nombre, pero hay más de 166.000 personas que lo siguen a través de Instagram, la red social en la que hablan las fotografías. El nombre de Michael Chenlo se coló el viernes en el olimpo de los blogueros españoles de mano de los premios Bitácoras. Formaba parte del trío de nominados al título de «instagramer del año», que finalmente se llevó Nazaret López.
El largo camino
La historia de Michael arranca en Cerneira, una aldea de Valga en la que creció jugando y estudiando, como tienen que crecer los niños. Pasó por las aulas de instituto de Baño e hizo un sinfín de viajes al Conservatorio Histórico de Santiago, donde se graduó en guitarra al tiempo que se sacaba el Bachillerato. Luego llegó la selectividad, y con ella aparecieron las dudas. De todas las opciones que se le presentaron, «lo único que me pareció lo suficientemente curioso fue Sistemas de telecomunicaciones e informáticos, en Pontevedra». Pero, aunque era un estudiante de buenas notas, reconoce que «ya estaba pensando en otras cosas. Tonteaba con la fotografía y con la edición de vídeos». De aquella época son varios lipdubs que grabó con su familia y sus amigos y que «fueron muy vistos en Youtube». Aún no lo sabía, pero Michael ya había elegido su camino. Este cobró forma cuando le dijo a su madre «que me quería ir a Madrid a estudiar cine». Al día siguiente María Chenlo y su hijo estaban en la Universidad Camilo José Cela, entrevistándose con el decano. «Era el primer grado de cine de España, y yo pasaría a ser alumno de la primera promoción de esa carrera», dice.
Y cayó en la Red
En Madrid demostró Michael que no había perdido sus maneras de buen estudiante. Su currículo se salpicó de matrículas de honor, e hizo prácticas «en algunas producciones que no me habría imaginado nunca». Fue ayudante de Pepe Salcedo, «uno de los montadores más importantes de la historia del cine español», y trabajó en varios proyectos que lo llevaron, hasta en cuatro ocasiones, a la gala de los Goya. Al mismo tiempo empezó a experimentar con las redes sociales. «Empecé a usarlas para algo más que para contar mi día a día. Pensé que, si estaba estudiando cine, fotografía, dirección, podía aprovecharlas para mostrar mi punto de vista y e intentar contar algo a la gente». Y a ello se puso. Acabó convirtiéndose en «el chico de las fotos azules». Ese es el color que predomina en sus imágenes, en las que no falta un toque de surrealismo y una dosis perfecta de simetría.
El gran salto
Recuerdo perfectamente el día en que Instagram me hizo usuario sugerido a nivel mundial». Estaba en Londres y sintió un gran orgullo. Acababa de descubrir que su galería, «muy especial para mí y a la que le había dedicado tantas horas», le gustaba, mucho, a mucha gente. A su trabajo también le ha dedicado «muchos kilómetros, porque mis fotos no serían nada sin esos sitios tan increíbles».
El gran viaje
Y ha estado en unos cuantos, créanme. Este año ha recorrido Europa. «Interrail me contrató para hacer una campaña de promoción y, cargado con un macuto de cincuenta kilos y una mochila de cámaras de veinte», hizo un viaje de ensueño por las grandes ciudades europeas, «saltando, literalmente de una a otra». Michael seguirá saltando. De proyecto en proyecto, de idea en idea, esperamos que de éxito en éxito. Porque lo único a lo que no está dispuesto es «a quedarme quieto, a dejar de explorar».
La Voz de Galicia
0 comentarios