José Manuel Castelao Bragaña: «Estoy saciando mi hambre de Galicia».
Cinco años después de una inapropiada frase machista que zanjó su carrera pública vive entre Compostela y Buenos Aires reivindicando su trabajo por la emigración.
Cuando uno cuenta su vida puede empezar por el principio o por lo último. José Manuel Castelao Bragaña hace como con los currículos y se arranca voluntariamente por el final. La penúltima línea es dolorosa y tiene que ver con uno de esos errores que marcan una carrera. Una terrible frase machista que le escucharon en una conversación informal «de pasillo» y con la que no se siente identificado le obligó a abandonar el cargo de presidente del Consejo de la Emigración hace cinco años. Lamenta en el alma lo ocurrido, sobre todo por su hermana y un buen amigo que sufrieron con aquel episodio y con lo que vino tiempo después, la renuncia al título de hijo predilecto de su concello natal, Valga.
Paradójicamente, desde entonces vive un eterno verano. Se apartó de la vida pública y fue reduciendo su actividad como abogado para pasar la mitad del año en su Buenos Aires querido, y la otra mitad en Compostela, esquivando los inviernos. Desde su casa en Cruceiro do Gaio sale de paseo, hace vida de barrio y asiste a actividades de la ciudad que sigan enriqueciéndole como persona. «A mi edad solo te pueden juzgar por los hechos», sostiene convencido de que los que le conocen han perdonado.
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El Castelao niño, un aldeano de Valga, descubre Santiago con 12 años de la mano de su profesora, la padronesa Elena Baleirón, a la que años después consiguió homenajear. Ella lo trajo a hacer los exámenes al Xelmírez y en un rato libre se acercó a la Catedral, donde conoció la tradición del Santo dos Croques, del que se acordó durante los 31 exámenes libres que tuvo que hacer para sacarse la carrera de Derecho en Buenos Aires. Allí llegó con 14 años, después de salir de casa hacia Vigo con un pantalón corto en un camión de ganado. Le esperaba en el puerto su padre, que se había ido 7 años antes y del que no se acordaba. «Pensé que no volvería jamás, como le ocurría a la mayoría en la aldea. Corrí a la popa del barco para despedirme de Galicia y en medio del Atlántico me sentí la nada más absoluta», recuerda.
Empezó de recadero y acabó con un despacho de abogado en el que atendió sobre todo casos civiles y comerciales de clientes «de origen italiano», una apreciación que desliza para dejar claro que no cimentó su carrera profesional sobre su relación con los emigrantes gallegos. «Me ha ido muy bien en la vida, lo digo con toda la humildad». Se refiere sobre todo a su profesión, pero también al vínculo que fue creciendo con la emigración a través de las casas gallegas y más tarde en el Consejo de la Emigración, entes en los que «trabajaba y no cobraba» y en los que siempre se sintió muy bien rodeado.
Su mayor dolor era Galicia, a la que no volvió en treinta años, y que se intensificó cuando lo captaron para darle bríos a la Casa de A Estrada en Buenos Aires, un colectivo con el que solo le unía el origen de sus padres. «Presidía una directiva en la que no conocía a nadie, qué vergüenza pasaba», admite.
En su discurso de toma de posesión como presidente reconoció que aceptaba el cargo por sentimiento de gallego, que entre trabajos y estudios nunca logró desarrollar. «Ahora estoy saciando mi hambre de Galicia», confiesa. En Santiago, en la calle, no para de saludar a gente, y lo mismo le ocurre en la capital argentina, dos ciudades que ama pero que le generan un problema al menos durante seis meses año: cuando está en una, echa de menos la otra. «Fraga triunfó por su sentido de la emigración, no por su ideología»
La vida política de Castelao Bragaña fue tardía. Se intensificó con la llegada a la Xunta de Fraga, al cual fue conociendo en los múltiples viajes por América. Hubo conexión personal, pero no tanto por cuestiones ideológicas como por la innegable capacidad que tenía el de Vilalba para entenderse con los emigrantes. «Yo no defendí al PP, defendí a la emigración». Con todo, se pierde con dos anécdotas que reflejan una relación intensa con el fundador de AP, como el día que le llamó para estrenar con un desayuno la residencia de Monte Pío.
El emigrante, explica, no era fraguista por ser del PP. «Triunfó por su sentido de la emigración, y porque veían que él quería identificarse con la gente, y eso lo agradecen. Hay muchos emigrantes con poca formación, pero tienen mucho olfato, y saben quién es honesto». La relación con Fraga fue determinante para que se incorporase al Parlamento de Galicia, donde se sintió querido: «Bieito Lobeira (BNG) siempre me perdonó mi mal gallego y que acabase hablando en castellano con acento porteño».
Se emociona al recordar su lucha para traer a Santiago a todo el Consejo de la Emigración, un órgano por el que siente respeto. «Si tenía que posicionarme entre el Gobierno y el Consejo, siempre me puse del lado de mis consejeros», argumenta para insistir en que su vocación eran los gallegos del exterior. Su cargo le permitió encontrarse con reyes y presidentes, pero en una ocasión se vio desbordado al preparar un discurso en una ofrenda al Apóstol: «Nunca le había hablado a un santo».
La Voz de Galicia
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